Ucrania es sólo el inicio: el objetivo es China
“…porque yo creo que ese sería el verdadero modo de ir al Paraíso: aprender el camino del Infierno para evitarlo” [Carta de Nicolás Maquiavello a Francisco Guicciardini, 17 de mayo de 1521]
Desde hace más de una década algunos de nosotros veníamos advirtiendo que el mundo estaba cambiando de base y que eso nos acercaba peligrosamente a la guerra. Sabíamos que no venía el Paraíso y que había que hacer todo lo posible para alejarnos del Infierno de la guerra. La palabra catastrofista se repitió muchas veces. La crisis del 200 ponía fin a una etapa, la de la globalización neoliberal, e iniciaba otra en cuyo centro estaba la cuestión del poder en el sistema mundial. No he sido el único y siempre caminé a lomos de gigantes.
La actual guerra en Ucrania hay que interpretarla en este contexto internacional nuevo y distinto. Tres son sus rasgos básicos. El primero, la crisis de hegemonía norteamericana en el mundo, su incapacidad para gobernarlo y sus derrotas militares permanentes. Es una crisis a la vez interna y externa. No es casual que sea la administración demócrata la más agresiva e intervencionista frente al conservadurismo de Donald Trump.
El segundo, la razón última de este momento histórico es la emergencia de nuevas potencias que objetiva y subjetivamente impugnan la Pax americana y sus instituciones internacionales. China es muy diferente a lo que fue la URSS porque cuestiona su primacía económica, sus fundamentos de control tecnológico y compite con éxito en las relaciones comerciales internacionales. Rusia se ha reconstruido mejorando sus capacidades económicas, reestructurando eficazmente su complejo militar e industrial y consolidando un núcleo dirigente más homogéneo. La nueva etapa es mucho más que todo eso, es un Oriente el que se despliega con la India, con Indonesia, con Pakistán.
El tercer rasgo es que donde EE.UU. sigue manteniendo su supremacía es en el poder militar y técnico militar. Dicho de otro modo, el peligro en el que nos adentrábamos en esta etapa de transición es que EE.UU. usara este poder para reequilibrar unas relaciones internacionales que les eran desfavorables.
Lo central, lo decisivo, era entender que se iniciaba una gran transición geopolítica desde un mundo unipolar organizado a imagen y semejanza de EE.UU. a otro multipolar representativo del cambio de correlación de fuerzas económicas, tecnológicas, demográficas y, en último término, militares. La pregunta es si EE.UU. negociaría esta transición o se opondría radicalmente a ella. La Trampa de Tucídides tiene que ver con esto, con la posibilidad de que en algún momento esta pudiera implicar el recurso a la guerra o a conflictos militares más o menos generalizados. Todos los actores se han ido preparando para esta fase, para el enfrentamiento modelando a las opiniones públicas, incrementando sustancialmente los presupuestos militares, renovando las tecnologías y las armas de guerra y, más allá, desarrollando una confrontación económica y comercial de grandes dimensiones.
Siempre supe que Hillary Clinton era una intervencionista militar decidida y que Donald Trump, más allá de sus declaraciones altisonantes y su evidente falta de pericia, significaba un repliegue y una salida de los conflictos que empantanaban a EE.UU. Es más, se propuso redefinir el tablero político internacional aproximándose a Rusia e intentando aislar a China. La reacción contra él fue brutal. Una gran parte del establecimiento norteamericano y, sobre todo, la Unión Europea se opusieron con firmeza. Biden fue la señal de esa reacción. Desde el primer momento enseñó las cartas, definió con mucha precisión los enemigos y organizó dos teatros de operaciones o de decisión geopolítica con su correspondiente estrategia de alianzas, con su estructura militar de intervención y con sus dispositivos comunicacionales. Ambas áreas de decisión están interconectadas por medio de los EE.UU. El primer escenario tiene que ver con el Mar de China Meridional, con Taiwán como fractura político militar. El segundo está centrado en Europa, con Ucrania como línea de frente.
Llevar la guerra a Europa, organizarse en torno a ella, fue saludado gozosamente por las clases dirigentes europeas bajo la consigna “EE.UU. vuelve”. Es importante tener en cuenta que el control real del conflicto ucraniano fue siempre de EE.UU. y los aliados europeos aparecían sólo como componentes de la OTAN. Nunca hubo una definición europea de la crisis, nunca hubo una evaluación de los peligros que comportaba y de sus enormes costes. Dicho de otro modo, los intereses europeos siempre estuvieron subordinados a los objetivos geopolíticos de EE.UU., donde el teatro de operaciones europeo era el secundario y preparatorio para el enfrentamiento con China.
La guerra ya llegó y la niebla del conflicto no deja ver bien ni el proceso ni las consecuencias. Lo más sorprendente, a mi juicio, es que EE.UU. siempre ha ido por delante marcando los ritmos y anticipándose a los movimientos de Rusia. En paralelo se ha ido creando un clima contrario a una intervención que se consideraba inminente; todo esto pregonado a los cuatro vientos en la sociedad de la comunicación y las redes. Nunca se conoce toda la información, pero sorprende y mucho la intervención militar rusa y su violación del Derecho Internacional. La guerra está en el territorio que EE.UU. quiso desde el primer momento.
Hay que insistir en que esta guerra era evitable. Hubiese bastado con el cumplimiento de los Acuerdos de Minsk. Tanto el actual gobierno de Ucrania como el de EE.UU. estaban en contra. Se trabajó activamente por radicalizar las posiciones y cuando apareció la Unión Europea (UE) lo hizo para amenazar al gobierno ruso.
Lo que viene ahora es la guerra con sufrimiento y muerte. La intervención militar era la peor de las salidas y para nada ayuda a modificar la correlación de fuerzas: subordina más todavía a la UE y fortalece a la OTAN. El ejército ucraniano ha sido preparado política, ideológica y militarmente en estos años. Si bien es cierto que la superioridad técnico militar de Rusia es muy grande, el tipo de estrategia a seguir implica amplios costes humanos, tecnológicos y comunicacionales. Rusia podía, como han hecho los EE.UU. en sus guerras, machacar las defensas ucranianas rápidamente pero políticamente no está dispuesto a hacerlo. No puede hacerlo. Esta contradicción ya se ve en el campo de batalla porque implica bajas, guerra de posiciones y tiempo, mucho tiempo.
Biden ha dicho que la alternativa a las sanciones son la Tercera Guerra Mundial. Lleva razón, pero olvidó decir que había antes y después otra más clara: sentarse a negociar en serio. Siempre hay posibilidades de negociar si se quiere. La escalada es cada vez más fuerte. Se juega a una guerra larga con grandes costes humanos y económicos para Rusia. Los ucranianos pagarán los costes humanos, económicos y psíquicos de una guerra evitable. La guerra es el mal mayor y se justifica pocas veces.
Las paradojas se suceden. Rusia sigue suministrando gas a través de Ucrania y el banco que las cobra no ha sido desconectado del sistema financiero organizado por los EE.UU. Estos se pueden estar equivocando y acelerando la etapa final de la globalización capitalista. La gran victoria de Biden ha sido empujar aún más a Rusia hacia China, difuminando su autonomía estratégica. Es la peor de las noticias para Europa: las posibilidades de organizar un sistema común de garantías y de seguridad se alejan y el control de la OTAN será mucho mayor. Las sanciones significarán una crisis económica seria y tendrán consecuencias duras para Rusia, pero también para Europa. Parece inevitable la creación de un polo económico potente en torno a China -al que se incorporarán Rusia, Irán y los países del Asia Central- y la ruptura del mercado mundial empezando por el financiero. ¿La economía del dólar en cuestión? Veremos.
No basta decir no a la guerra. La izquierda europea, si quiere reivindicarse como sujeto autónomo político, debe proponer un plan de seguridad, paz y defensa para Europa como lo está haciendo Jean-Luc Mèlenchon. Lo primero es parar la guerra ya. Eso significa situar los Acuerdos de Minsk y su cumplimiento en el centro. Lo segundo es un tratado de paz y cooperación con Rusia que reconozca la soberanía de Ucrania, su neutralidad y un programa de recuperación económica y social. Lo tercero, la desnuclearización y desmilitarización de Europa. Cuarto, la salida de la OTAN y la organización de una defensa autónoma y comprometida con la seguridad colectiva.