Zonas áridas y semiáridas: Política Forestal, bosques nativos y formaciones xerofíticas
Desde su origen, el sector forestal en Chile se ha orientado al desarrollo de estrategias de fomento en ecosistemas donde existe potencial para la producción maderera, como es el caso de aquellos que se encuentran en la zona centro, sur y austral del país. Sin embargo, ¿Qué es lo que ocurre con aquellos ecosistemas que biológicamente no se alinean con las expectativas madereras de las políticas y normas forestales de estas últimas décadas? Es momento de visibilizar los ecosistemas de las zonas áridas y semiáridas. Durante muchos años se ha gestionado la incorporación de los ecosistemas de las zonas áridas y semiáridas en el actual modelo forestal, incluyendo sus políticas y normas, teniendo, no obstante, que acomodarse de manera obligada a los lineamientos definidos desde un marco de desarrollo forestal sesgado, parcial y poco flexible. El modelo forestal dominante en la actualidad no ha sido un buen aliado para los ecosistemas de las zonas áridas y semiáridas, lo que se refleja en la extrema desprotección, falta de regulación y de capacidades públicas para garantizar su manejo.
Hablar de ecosistemas de zonas áridas hace referencia a los bosques nativos y formaciones xerofíticas, estas últimas más conocidas como plantas capaces de sobrevivir en ambientes secos. Estos ámbitos han sido considerados de una u otra forma en las estrategias nacionales relativas a los servicios ecosistémicos, la lucha contra la desertificación, la adaptación al cambio climático, y a la problemática sociocultural asociada a los ecosistemas forestales, e incluidos además en instrumentos como la Ley de Bosques Nativos y la Política Forestal 2015-2035. Sin embargo, los resultados de la aplicación de estos instrumentos de política pública han sido prácticamente imperceptibles a nivel regional y local, principalmente por las limitaciones y la falta de instrumentos de gestión adecuados, sumado a las brechas de conocimiento existente respecto de su ecología y manejo sustentable.
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En este escenario se hace imprescindible para avanzar en la recuperación de estos ecosistemas, actualizar la tipificación de los bosques nativos y las formaciones xerofíticas en la macrozona norte (Tipos Forestales).
Los actuales instrumentos forestales de regulación y fomento exigen identificar para cada “Tipo Forestal”, las normas específicas de manejo de aplicación general, en virtud de las cuales se establecen las actividades bonificables (incentivos). Los bosques del país se encuentran tipificados legalmente desde la zona central al sur, quedando absolutamente desconectados los ecosistemas de las zonas áridas y semiáridas. En el presente, estos bosques y formaciones se asimilan al Tipo Forestal “Esclerófilo”, pero existe una clara diferenciación en términos de distribución, composición, estructura, funcionamiento general, así como en el manejo y silvicultura aplicable (ciencia dedicada a la formación y conservación de bosques). Entre estos ecosistemas están los bosques de Queñoa (Polylepis sp.) que crecen a la mayor altitud en el mundo (hasta 5.200 m.s.n.m), y los bosques de Tamarugo (Prosopis tamarugo), Algarrobo Blanco (Prosopis alba) y Chañar (Geoffroea decorticans), denominados en la jerga local como “bosques espinosos de oasis”, los bosques de Carza (Haplorhus peruviana), de Pacama (Carya illinoiensis), de Guayacán (Porlieria chilensis) y de Papayo Nativo (Carica chilensis). En la macrozona norte también hay presencia de bosques del Tipo Forestal Esclerófilo y de relictos del Tipo Forestal Siempreverde (característico de la zona sur) en Fray Jorge y Talinay. Todos estos ecosistemas proveen bienes como frutos, semillas y hojas, y servicios ecosistémicos como protección del suelo ante la erosión, provisión de agua, polinización, captura de carbono, entre otros.
En un preocupante contexto de crisis climática, es necesario avanzar en la actualización del sector forestal, y ello implica expandir el fomento forestal hacia la macrozona norte mediante la creación de nuevos tipos forestales, para así potenciar su recuperación y reducir sus niveles de degradación (pérdida progresiva de funciones vitales). Gracias al desarrollo de investigación científica, hoy existe información para avanzar en este objetivo, y es algo que pueden reforzar las universidades, la Corporación Nacional Forestal (CONAF) y el Instituto Forestal (INFOR) y también el aporte de proyectos privados en el contexto de Estudios de Impacto Ambiental o de desarrollo de sus políticas de responsabilidad ambiental y social. No obstante, aún falta mucha investigación que desarrollar, especialmente con las formaciones xerofíticas.
En medio del proceso de cambios que estamos viviendo en nuestro país, es necesario avanzar hacia un nuevo modelo forestal más democrático, que no genere segregación entre los territorios, ya que no hay ecosistemas más importantes que otros, todos cumplen un rol ambiental, social y económico, en especial para las comunidades locales y pueblos indígenas. Para este cambio se requiere potenciar la investigación, las capacidades públicas para hacerse cargo del fomento y regulación del manejo, conservación y restauración de los ecosistemas de zonas áridas y semiáridas. Se debe avanzar en la incorporación efectiva de la macrozona norte en las políticas de desarrollo sectorial y nacional, considerando no sol el ámbito ecológico mediante la conservación, el manejo sustentable y la restauración, sino que también incluyendo los aspectos económicos y culturales, propios de las comunidades indígenas y locales que se han relacionado desde tiempos ancestrales con los recursos y servicios que otorgan los bosques y ecosistemas presentes en los territorios. Chile está en deuda con los ecosistemas nativos de la macrozona zona norte, y es el momento de tener un gesto ante siglos de destrucción y olvido.
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