NOTAS A PIE| Teatro a poto pelado
Este año se cumplen 30 años de la performance que Vicente Ruiz y Patricia Rivadeneira protagonizaron en el Museo de Bellas Artes. En medio de un desfile de modas que era a la vez un ritual mapuche y una protesta, la actriz aparecía crucificada y él la bajaba desnuda de la cruz envuelta en la bandera chilena. Varios elementos para que la acción fuera interpretada como una provocación y escandalizara a la Iglesia y a sectores nacionalistas y conservadores. El titular de Las Últimas Noticias no podía ser otro que “Escándalo en el Museo”.
La última edición del Festival de Teatro a Mil, además de incluir por primera vez a Vicente Ruiz en la programación, trajo de vuelta la pregunta por el límite entre performance, concierto, conferencia, danza, biodocumental, y la ruptura de la cuarta pared, presentando obras que bien podrían dialogar con aquella intervención que se preguntaba en el fondo –como ha señalado el director y performer en entrevistas– si esta es la vida que queríamos vivir. Pregunta que por cierto, sigue resonando hoy.
El elenco puede ser el público ¿Ah?
En Conferencia de los ausentes, la compañía alemana Rimini Protokoll presenta un escenario donde a falta de actores, asistentes ayudan a los “voluntarios y voluntarias” del público para dar voz a los conferencistas que no han podido viajar debido a la pandemia. Se parece a El juego del calamar, salvo que nadie morirá ni será violentado, solo tendrán la experiencia de ser parte de la obra. Los participantes son invitados a ejecutar las instrucciones asignadas, poniéndose audífonos y repitiendo un guion, o derechamente leyéndolo. La narradora es una voz neutra que explica las reglas del juego y se dirige a la audiencia a través de una pantalla gigante.
Si la agrupación se caracteriza por sacar al teatro de su zona de confort, sorprende lo fácil que resulta olvidar que quienes están en escena no mucho antes se sentaban a mediana distancia de nosotros. Por su forma tan real y emotiva de leer y mirar al público, sin temor a olvidar líneas o a tartamudear, logran “actuaciones” bastante mejores que una cantidad no despreciable de actores profesionales impostados, maqueteados, sobreactuados, lejanos, irreales, etc etc (tipo de teatro que también estuvo presente en el mismo festival).
Las conferencias –que valen como historias aparte pero no constituyen el aspecto más importante de la obra–, se van integrando en una puesta en escena donde desaparece el límite entre actor y público, lo que se conoce como cuarta pared. En el aplauso final la mitad de la concurrencia está arriba del escenario.
Vicente Ruiz: 35 años de inexplicable invisibilidad
El arte contemporáneo se refiere demasiado a Marina Abramovic, pero la performance local no viene de ahí, sino de Francisco Copello y de Vicente Ruiz, dos figuras vinculadas a la danza. Ruiz bailaba de pequeño en la playa, en trance, se tiraba al mar y seguía bailando en la arena y que lo viera quien quisiera.
[caption id="attachment_718813" align="alignnone" width="650"] Vicente Ruiz presentó la obra Hipólito en El Trolley en 1984[/caption]
Arte vivo, presencialidad. En sus obras de los 80 metió todo en el escenario: desnudos, danza, video, teatro y performance (en una época en que nadie en Chile hablaba de ella), música en escena terminando en fiesta y la pregunta del arte para cambiar la vida, o la vida para cambiar el arte o las dos cosas cambiándose mutuamente en todas las direcciones posibles porque en escena los “actores” (Jorge González, Patricia Rivadeneira, Cecilia Aguayo, entre otres) echaban mano a sus propias emociones e incluso a sus relaciones interpersonales. Varias de ellas, pasadas y actuales, también eran a poto pelado.
Crear era inminente. El documental A tiempo real, dirigido por Matías Cardone, que se exhibía junto con la pieza de danza unipersonal en el último festival de Teatro a Mil, comienza con una frase de Antonin Artaud: “No concibo la obra separada de la vida”. 'El gavilán', la obra de 13 minutos de Violeta Parra que el artista bailó con más de 60 años con movimientos toscos, rudos, tal vez extraños para la danza a la que estamos acostumbrados, solo sobre el escenario con ropa deportiva y zapatillas blancas, recordaba a los personajes de alguna pieza de Pina Bausch, y a los movimientos de los sueños o del inconsciente, primigenios. Al final del documental, Ruiz sube al escenario junto a Las Cleopatras, sus amigas y cómplices desde las obras que hicieron juntos en los 80. Aplausos. Con su voz única acusa “35 años de inexplicable invisibilidad”.
[caption id="attachment_718808" align="alignnone" width="650"] Vicente Ruiz en su última pieza El gavilán[/caption]
En el Centro de Extensión del Instituto Nacional no podían encontrar mi entrada para el espectáculo, estaba a otro nombre: un nombre artístico, mi seudónimo. Con ese gesto se unió también mi vida con el arte. Después frente a la máquina de sueños que habían instalado en el GAM intenté grabar el mío, pero algo pasó y no pude. Sin embargo una voz previamente grabada me lo dijo: “ser una artista”.
Pregunta a un actor porno: ¿Tendrías sexo conmigo dirigido por mi madre?
Ruiz ha dicho que lo único a lo que se puede recurrir finalmente es al propio cuerpo. Quizás por lo mismo en Stabat Mater, la actriz y directora brasilera Janaina Leite cuenta en escena la historia de una violación, la suya, perpetuada por su padre. La cuenta bailando; dando una conferencia sobre María Madgalena y la violencia en las películas de terror hacia el cuerpo femenino; a través de una constelación familiar y sobre todo, a poto pelado. Al parecer no es posible de otra manera.
En el escenario la acompañan su madre real y un actor elegido mediante casting. Durante casi dos horas la veremos bailar en un tubo, dar una conferencia, confesar detalles íntimos de su vida, abrirse de piernas, reproducir una terapia de constelaciones familiares con la participación del público. Hasta su placenta al nacer uno de sus hijos veremos en pantalla gigante, al igual que un acercamiento en primer plano al acto sexual entre ella y un actor porno que se muestra en pantalla gigante.
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La obra que pudiera escandalizar no solo a sectores provida, pechoños y conservadores, es –tal como plantea la directora y autora de la pieza– un acto psicomágico, una especie de terapia a través del teatro para superar sus múltiples traumas, y a la vez una especie de terapia para los asistentes. Arte y vida.
Me quedará la frustración de no haber levantado la mano para ser una más de los voluntarios de Conferencia de los ausentes; estaba realmente cansada y a ratos me dormía en el confortable sillón del GAM. Peter Brook, quien no pudo asistir al estreno de otra obra, la versión chilena de Tempest Project, –adaptación y puesta en escena de La Tempestad de Shakespeare que realizó junto a Marie-Hélène Estienne–, mandó un video desde Francia, y dijo que una de las razones para ir al teatro también es dormir. La obra fue presentada en el Teatro Nacional Chile, que Pablo Schwarz protagonizó a pata pelada (pero a poto pelado no).
[caption id="attachment_718412" align="alignnone" width="650"] Gabriela Hernández en Molly Bloom[/caption]
Otra de las obras a pata pelá, fue Molly Bloom protagonizada por Gabriela Hernández en el Teatro UC. Cumpliendo 83 años arriba del escenario, la actriz –dirigida en forma remota por la dupla de artistas belgas Jan Lawers y Viviane De Muynck– se lució con el monólogo basado en el Ulises de Joyce, y buena parte de la obra estuvo descalza e incluso en una parte debía mostrar un pecho, haciendo gala de humor, buena memoria, e incluso buena condición física para quedar parada en un momento solo en un pie para ponerse un zapato en el aire.
Historia del Teatro Nacional
La pregunta de Vicente, sobre si esta es la vida que queríamos vivir, que recordó en una entrevista se planteaban por entonces con Patricia Rivadeneira me acompañó mientras corría para llegar de una obra a otra. Cual más cuál menos, todas se preguntaban algo parecido o para qué sirve y qué es finalmente el teatro. Así en Sala 13, cuatro actrices y tres actores se transmutan y cambian constantemente de vestuario para hacer a los espectadores vivir la magia del teatro dentro del teatro. La historia está armada como una especie de caja china, donde a través de un grupo de funcionarios públicos que “rayan” con el drama, se va dando cuenta de los 80 años del Teatro Nacional Chileno.
[caption id="attachment_718804" align="alignnone" width="650"] Sala 13[/caption]
La dramaturgia de Tomás Henríquez logra urdir con puntada fina un relato colectivo, que mezcla la historia con mayúscula con anécdotas cotidianas de la vida teatral, y que los distintos actores –entre los que destacan las actuaciones de Lorena Grandjean, quien hasta toca la guitarra, Daniel Alcaíno y el propio Henríquez– van narrando. Los vestuarios dispuestos sobre el escenario resultan una muy buena opción para que se vayan cambiando de atuendo y representen fragmentos de obras que marcaron tendencia o dejaron huella en estas ocho décadas.
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La mirada irónica y política se agradece logrando además un obra entrañable y accesible para un público amplio, donde aparecen desde Victor Jara, a Pedro de La Barra y su encuentro con el entonces presidente Carlos Ibáñez del Campo. Crear ahora. De La Barra no podía parar y ni un presidente de la República podía ser obstáculo. Gestor, consiguió que le pasaran un teatro para su compañía, el Teatro Experimental de la U. de Chile. La sala que hasta hoy es parte de la universidad. Lo más emocionante es que varias de las escenas que se mencionan o recrean sucedieron en el mismo teatro del que se habla, el Nacional.
Una de las nuevas funcionarias descubre en el mismo tiempo de duración de la obra lo que es el teatro, su magia, y la importancia de mantener ese misterio vivo. De la misma manera, uno asiste a estas obras con mascarilla y a teatros a la mitad o menos de su capacidad, y se pregunta cómo se pudo pensar que los teatros podrían cerrar, mientras la maquinaria comercial seguía funcionando. Cómo pudieron permanecer cerrados si es hoy, este, el único momento que tenemos para crear y vivir, ya que las dos cosas no se pueden separar.