CRÍTICA| El Kultrún de Teatro La Raíz
A través de delicadas marionetas y de un mágico y multifuncional kultrún como dispositivo escénico, esta obra para público familiar e infantil, que aborda algunos elementos de la cultura y cosmovisión mapuche, se presenta los fines de semana en el Centro Cultural Manuel Rojas, dando cuenta de la vitalidad de los circuitos no tradicionales ni comerciales del ya clásico “enero teatral” metropolitano.
Creo necesario aclarar que estoy históricamente vinculado al Centro Cultural Manuel Rojas, y que por ende mis apreciaciones tienen un filtro: tengo una simpatía previa por las actividades que se desarrollan en este tipo de espacios autogestionados, en que el rito teatral cobra una dimensión de cercanía muy distinta a la que se logra en un edificio adecuado con todas las instalaciones idóneas. Acá no hay butacas, no hay un foyer, hay por el contrario una artesanía a la vista, que nos instala en una atmósfera familiar de complicidad, lo que da otro espesor a la realidad de la experiencia.
Yendo a la obra, digamos que hay una tradición en el llamado teatro de cámara negra, en que los intérpretes interactúan con títeres o marionetas, entre cuyos máximos exponentes podríamos señalar en algunas de las destacadas producciones de lo que fuera La Troppa, o los diversos montajes de la compañía Equilibrio Precario y su teatro de sombras, o sin duda las obras de la Compañía Objeto Teatro, entre muchas otras. Y habría que pensar que con “Kultrún Abierto”, la Compañía La Raíz se integra a dicha familia.
Dicho esto, debo comenzar por decir que cualquier pretensión de objetividad analítica de mi parte se vio desarticulada ante la reacción del público infantil que a mi lado presenció la última función el domingo pasado. Quiero decir que fui testigo de cómo les niñes disfrutaban de la obra, más allá de lo que a continuación pretendo señalar, desde la incómoda posición del “crítico”. Porque les niñes se asustaban o se abrazaban a sus madres o padres cuando aparecía el wecufe, y suspiraban de ternura al presenciar la danza de los astros enamorados, el sol y la luna. Y cuando uno ve que los niños y niñas han sido atrapados de esa manera, comprometidos emocionalmente, es que el viaje va de maravillas y el rito teatral está funcionando.
Y ya que mencionamos al sol, la luna y al wecufe, digamos que la obra transcurre en un tiempo mítico, y nos cuenta de una niña mapuche protagonista, Fameunisa, que sentada al telar intenta aprender la técnica tejedora de sus ancestros. Pero su madre se da cuenta de que la pequeña tiene el don, las habilidades o características que la hacen tempranamente candidata a convertirse en una machi. Conoce los poderes de las plantas, habla con los pájaros. Y puede, llegado el caso, ir en defensa de las víctimas del wecufe, el cuero. Este personaje mítico es un monstruo conocido en todo el sur chileno y argentino, una especie de mantaraya que encarna al diablo, una criatura acuática asquerosa y malvada, que toma o devora las almas de quienes por demasiado intrépidos o atrevidos, no tienen el debido respeto a la pachamama, a la ñuke mapu.
Combinando música y los efectos de este teatro objetual y de marionetas, los intérpretes de Compañía la Raíz hacen que uno se traslade a la cosmovisión mapuche, pronunciando siempre palabras que en rigor debiesen ser traducidas, en atención al público infantil. Como cuando a Fameunisa se le revela su destino en un pewma, y deducimos que pewma significa justamente un sueño revelador. Pero uno se queda con la duda de si les niñes captan esta dimensión puramente lingüística, lo que no es obstáculo para que disfruten.
La obra, que fue un proyecto largamente desarrollado, fue finalmente financiada por un Fondart y contó con la colaboración de muchas personas, desde el diseñador del kultrún que se abre como plataforma y escenario, hasta la asesoría de una machi genuina que orientó y guió a la compañía para la construcción de un relato que no se apartase de la cosmovisión mapuche. De ahí que el relato tenga esa hibridez entre una poética ancestral y la mera narración de hechos.
Resulta por último evidente que este teatro está pensando en un espectador familiar que tenga sintonía con la historia sufrida del pueblo mapuche. No es una obra infantil de moralejas o contenidos simples, exige una contextualización que sin duda es tarea, antes o después, de los padres o madres de les menores. Insisto, esto no significa que la obra no se entienda o no pueda disfrutarse sin tal mediación, no. Pero es evidente que hay una intención al compartir con la infancia parte de la mitología de nuestros antepasados, que hace que la obra no se agote en la breve hora que dura. Se trata de que los niños y niñas salgan conociendo un poco más, y/o queriendo conocer. Y eso, me parece, se logra.
No hemos querido ir más allá en la descripción del argumento que se desarrolla, para dejar al espectador un margen de sorpresa. Quiero decir por ejemplo que hay más personajes, además de Fameunisa y el cuero o wecufe. Pero hemos preferido que sea usted mismo quien los descubra, si es que tiene la posibilidad de aprovechar las últimas funciones. Son sólo 2 fines de semana más en enero, y el aforo es extremadamente reducido por las ya señaladas condiciones del emplazamiento, así es que debe inscribirse con anticipación y reservar su silla a través del correo y redes sociales de la compañía La Raíz.