Juego de roles y pandemia: cuando el teletrabajo entra a lo doméstico
Los largos periodos de confinamiento vividos en todo el planeta durante esta pandemia han producido diversos síntomas sobre la salud mental e impacto social en la población. Hemos sentido ansiedad, miedo, tristeza y diversas emociones frente a nuestra mirada atónita que en ciertos momentos no lograba reponerse del estado de alerta de la nueva ‘normalidad’, en la que se requiere plena atención a nuevas informaciones y estímulos. Lo experimentado este tiempo, casi una suerte de realidad paralela, relegó algunos aspectos cotidianos de nuestras vidas. Por mucho tiempo sostuvimos nuestros encuentros con amistades a través de video-llamadas, mantuvimos un gimnasio virtual a través de plataformas o redes sociales, descubrimos las aplicaciones (apps) para realizar compras, así como también nos acostumbramos a compatibilizar el teletrabajo con el rol doméstico, a ratos un rol socioculturalmente impuesto, que asigna tareas a cada pareja, pero que hemos sido capaces de reescribir, desde el diálogo, desde la otredad, desde el encuentro.
No es desconocido que gran parte del trabajo previo a la pandemia fue transformado y llevado a una pantalla digital, proponiendo un mundo quimérico –diría Donna Haraway– al lograr una fusión entre los seres humanos y las máquinas. Pasamos del abrazo al “like” de publicaciones, de vernos en un café a enviarnos un link para una reunión. Aprendimos a compatibilizar las tareas del hogar, la crianza de hijos, el esparcimiento y la vida social, en un nuevo contexto, adaptándonos rápidamente. Hemos podido ver cómo los roles tradicionales de hombres y mujeres han variado notoriamente, en gran medida a raíz de movilizaciones impulsadas por organizaciones y colectivos feministas que han abogado por la igualdad, desafiando los estereotipos y las inequidades. ¿Por qué las tareas domésticas tienen que ser de la mujer o del hombre? ¿Hemos aprendido a encontrarnos en el diálogo, en la aceptación del otro como un legítimo otro, como nos enseñaba Humberto Maturana?
Y no ha sido tarea fácil, pues por años se han expresado las diferencias entre lo femenino y masculino, donde la noción bajo el eje patriarcal de lo femenino ha estado asociada a la maternidad (por su capacidad de parir), vinculada con ciertas cualidades emocionales como dulzura, delicadeza, cuidado de otros y afectividad, circunscrita al ‘mandato cultural’ donde la mujer es la idónea para cumplir ese rol en el núcleo familiar. Así como la noción a lo masculino ha estado circunscrita a la virilidad y a atributos como eficacia, excelencia, razón, existiendo un llamado al desarrollo en la esfera pública (productivo, remunerado, exitoso) mientras que lo femenino hacia lo privado (reproductivo, conservador, tradicional), como señalaba Lourdes Fernández durante el 2010.
Sin embargo, pensamos que esto en sí mismo es una dicotomía y jerarquización de género, tal como los diversos discursos sociales, artísticos o prácticas de poder, en donde existe un origen en lo cultural y en lo social, pero no en la naturaleza, es decir, no existen atribuciones biológicas para plantear distinciones, sino más bien una serie de ideas y estructuras emanadas por un imaginario sociocultural que ha estado impuesto y, por lo tanto, somos todas y todos quienes estamos llamados a corregir.
Es por ello que el diálogo y el encuentro, la cooperación, la colaboración y la aceptación, desde el respeto, son condiciones que permitirían avanzar en comunidad, educar y reescribir nuestras historias, de manera que la única tarea sea reformular este juego de roles ya existentes y que hemos experimentado durante la pandemia, dialogado desde el acompañamiento y la igualdad.