Kast, la propuesta 33 y el anuncio de la barbarie
Es habitual que los programas presidenciales sean criticados, una vez la candidatura resulte electa, por ser “puras promesas”. Usted seguramente ha escuchado el dicho “vienen puro a prometer cosas aquí y después ni se acuerdan de uno”. Y sí, es cierto, lo que se promete no es siempre lo que se cumple, ya sea por un sentido de realidad (es literalmente imposible hacerlo), por asuntos políticos (no hay voluntad ni apoyos) por materias financieras, técnicas o por falta de honestidad de parte de la candidatura. Esto es parte de la realidad propia de las elecciones. Pero lo que hacen también los programas, y aquí nunca fallan, es plasmar en palabras e imágenes la clara idea de lo que mueve a la candidatura, los objetivos y planes que desde lo más profundo de una posición política se ofrecen a la ciudadanía en el cuerpo de un ser humano que porta la bandera de una manera de ver la vida. Y al ver el programa del candidato José Antonio Kast, su ensoñación y bandera, en la prístina sinceridad de su programa, uno no puede sino caer en el espanto por la manera en que atenta contra la democracia.
Usted pensará que exagero, pues el programa contiene elementos interesantes. Sin duda, pero entrega otros –y uno en particular que motiva esta columna– que pavimentan la barbarie. Me refiero a la propuesta 33, donde el candidato presidencial del Frente Social Cristiano plantea una “Coordinación Internacional Anti-Radicales de Izquierda”. Dicha propuesta dice, cito textual: “Lo que está pasando en Colombia no es casualidad. Se repite modelo del estallido antisocial en Chile. Nos coordinaremos con otros gobiernos latinoamericanos para identificar, detener y juzgar agitadores radicalizados” (pág. 27). Esto, insisto, es una propuesta textual extraída de su programa donde, en breve y en simple, advierte su intención de poner fin a la democracia tal como la conocemos. ¿Por qué sostengo esto? Vamos punto por punto.
El primer punto por considerar en mi argumento respecto a la propuesta 33 es qué entiende Kast por ser “radical de izquierda”. La pregunta es necesaria porque el concepto radical viene de raíz, de aquel lugar donde se originan los principios básicos de una posición política. En el caso de la izquierda, los principios que han caracterizado dichas posiciones se sitúan en combatir una sociedad desigual, salir de una condición de explotación, discriminación y ausencia de voz en las decisiones del colectivo humano, y entender que el futuro se construye evitando la explotación del ser humano por otro ser humano. Usted dirá: “pero Kast no se refiere a ser radical en ese sentido; se refiere a gente que anda destruyendo cosas, quemando negocios”. No lo creo, y me baso en el historial del candidato, en el sector que lidera y, sobre todo, en la propuesta 33. Aquí explico por qué.
En el breve texto de la propuesta 33, Kast habla de estallido antisocial, refiriéndose a las protestas de octubre de 2019 que se hicieron conocidas como el “estallido social”. Un buen entendedor comprenderá que dicho estallido fue para Kast una muestra de radicalismo de izquierda y, como tal, una amenaza para el resto de la sociedad que él quiere defender. Si esto no fuera así, no la calificaría de antisocial (término que vemos habitualmente asociado a reportes de prensa dando cuenta de criminales y delincuentes y que la Real Academia de la Lengua define como “contrario al orden social”). Es decir, para Kast, todas las personas que participaron de una u otra manera en dichas movilizaciones –desde postear un meme a cacerolear en las esquinas– entrarían al saco de radicales de izquierda o, al menos, antisociales. Quizás usted que lee estas letras se involucró de alguna manera, o alguien a quien usted conoce. ¿Se considera usted antisocial?
Sigamos viendo por qué este punto es una amenaza directa a la democracia. La propuesta 33 habla de “identificar, detener y juzgar agitadores radicalizados”. En otras palabras, y siempre en términos de Kast, identificar, detener y juzgar gente que haga lo que se hizo en el estallido social, en su sentido amplio. Es decir, gente que participe de una marcha, que pinte muros, que haga cabildos en el espacio público, que ocupe un megáfono en una esquina, gente que se instale en las escalinatas de un edificio a cantar una canción. Ante esto, me pregunto: ¿cuáles serán los criterios que usará Kast para identificar a “radicales de izquierda"? Si me organizo en un sindicato, ¿seré radical de izquierda? Si voy a una marcha por las malas pensiones, ¿seré radical de izquierda? Si milito en un colectivo feminista ¿seré radical de izquierda? Si escribo un libro, una obra de teatro, o hago una canción de protesta, ¿seré radical de izquierda? Este criterio quedará en Kast y, muy probablemente, en un comité que configure un izquierdómetro. Me pregunto quién conformaría dicho panel. Me pregunto también quiénes serían las personas encargadas de la detección y detención de estos “radicales”.
Lo que sí no resiste preguntas es que quien sea considerado/a radical de izquierda será detenido. No lo digo yo. Lo dice su programa. ¿Dónde serán detenidas estas personas? En cárceles o prisiones, uno supone. Salvo que Kast decrete Estado de Emergencia, y se faculte a –cito aquí la propuesta 46 de su programa– “restringir las libertades de locomoción y reunión, de interceptar, abrir o registrar documentos, y toda clase de comunicaciones y arrestar a las personas en sus propias moradas o en lugares que no sean cárceles ni estén destinadas a la detención” por un máximo de cinco días (pág. 28). Es decir, nos podrán detener dónde sea, sin informar dónde estemos. Ahora, asumiendo que se nos podrá detener por ejercer nuestro derecho a voz y reclamo, en base a criterios que no conocemos, en lugares que no conocemos, por personas que no conocemos, ¿se imagina las penas por estos delitos? Yo no, pero puedo hurgar en la historia reciente de Chile para tener ciertas luces.
Hurgar en la historia sirve también para dimensionar la magnitud de un elemento clave de la propuesta 33: la coordinación internacional para detener personas con el fin de detener “agitadores radicalizados”. Sirve porque el más claro antecedente de dicha coordinación es la “Operación Cóndor”, plan criminal entre diversas dictaduras latinoamericanas que, ideada por el general Manuel Contreras en los años 70, visada por Augusto Pinochet, y apoyada por Estados Unidos, coordinó el seguimiento, detención, tortura, asesinato, y desaparición de personas identificadas con los gobiernos latinoamericanos de izquierda. La operación, que implicó encubrir a criminales y crear montajes donde las muertes eran supuestamente a consecuencia de “enfrentamientos entre ellos mismos”, dejó un saldo de 376 personas asesinadas.
La propuesta de Kast, si tomamos sólo la propuesta 33 como el reflejo del país que sueña, es una donde no cabemos todos ni todas. Es una propuesta donde una parte de la población se subsume, se extirpa. Y lo hace en distintos niveles, a nivel de movimiento, impidiendo la acción para reclamar por una mejor vida a través de un petitorio, carta, o de una pancarta en una manifestación; lo hace a nivel de pensamiento, cultura y educación, por ejemplo interviniendo los currículos escolares para borrar todo indicio y posibilidad de pensamiento crítico, o en el trabajo de artistas considerados “subversivos”; lo hace en las comunicaciones, impidiendo que se difuminen ideas propias de “radicales de izquierda” e interviniendo la intimidad de nuestras comunicaciones. Lo que hace Kast, entonces, es clausurar la existencia, el juicio crítico y la comunicación de otro, de otra, que potencialmente será (y aquí uso sus palabras) “identificado, detenido, y juzgado”, eliminando esa vida y esa forma de existir de la esfera social y política. La propuesta 33 cava una zanja y divide la sociedad en amigos y enemigos. No deja espacio para ser legítimos adversarios políticos. Y esto es el fin de la democracia a la que Kast habrá llegado a través de las urnas, pero que –si seguimos su programa y su discurso respecto a la existencia de una sola verdad, por ejemplo, en materias de educación sexual– no está en sus planes respetar.
De no respetar la democracia, nadie podrá reclamar que esto no se vio venir. Nadie podrá decir que Kast esté traicionando su programa o que esté cambiando su forma de hacer una vez ya electo. De no respetar la democracia, de no respetar la existencia y el pensar de otros y otras, de minar la acción social y política, de perseguir el pensamiento crítico, la vida sindical, el desarrollo de las artes y su vínculo con lo social, Kast no hará más que cumplir su programa de gobierno. De terminar con la democracia, tal como la conocemos, Kast no se habrá salido de su programa: lo habrá cumplido. Ahí está, en la propuesta 33, para que lo leamos, lo pensemos y actuemos hoy, en este instante donde parecemos pasmados, conniventes y silenciosos como sociedad ante tal amenaza contra la democracia. Y hay que hacerlo hoy antes que se desate la barbarie.