¿Del estallido a Boric? Traducción de lo intraducible
Uno de los temas que ha atravesado la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 21 de noviembre en Chile, la campaña y los análisis posteriores es el de la posible relación entre este proceso y el estallido social de 2019. Desde la derecha, por ejemplo, ya se ha interpretado el resultado como un “contraestallido” que derrotó a aquel. Y desde distintas zonas del espectro partidario se ha esgrimido el argumento de una supuesta continuidad orgánica entre la candidatura de Gabriel Boric y la revuelta. Si bien sería absurdo negar el efecto transformador que esta tuvo en la sociedad y vida política chilenas, construir una secuencia lógica entre el acontecimiento de 2019, el voto del pasado domingo y, más concretamente, la candidatura de Apruebo Dignidad implica al menos dos errores.
El primero es conceptual, pues el estallido fue un fenómeno en el que heterogéneos sectores de la ciudadanía se manifestaron afuera del marco y canales políticos convencionales de partidos, sindicatos e instituciones del Estado. Cada persona o colectivo que expresó su protesta públicamente lo hizo con absoluta apertura táctica (desde el enfrentamiento físico hasta la manifestación pública, pasando por la toma discursiva de muros) y, sobre todo, en representación de nadie. Apenas abstractas fórmulas como “el pueblo” o “la calle” se movilizaban ocasionalmente para resolver con un referente lingüístico único el problema de la alusión a un fenómeno masivo que se escapaba a las lógicas de la acción política al uso. La propia dinámica del estallido impedía, por ejemplo, hablar de “mayorías”, pues resultaba imposible la cuantificación de las subjetividades políticas que se expresaban colectivamente de maneras y en espacios tan heterogéneos. Es por ello que aquella forma de ser político y hacer política es radicalmente incompatible con la lógica electoral y de partidos que gobierna procesos electorales como el que culminó su primera fase el domingo 21. Aquí las claves son la cuantificación y la representación, es decir, el número de votos obtenido por quien pretende erigirse en “representante” de quienes le den su apoyo en las urnas. Por lo mismo, imaginar algún tipo de equivalencia entre quienes sacaron sus cuerpos a la calle durante el estallido y quienes salieron (o salgan en segunda vuelta) a dar su voto a Boric resultará, evidentemente, en un análisis incorrecto de uno y otro proceso.
Y esto me lleva al segundo error, que es, a mi modo de ver, táctico (si el comando Boric decide reiterar la conexión con la revuelta popular). En la medida en que ganar unas elecciones pasa por obtener un mayor número de votos que el adversario, tratar de atraer votantes erigiéndose en heredero de un sujeto político inclasificable (al menos desde el punto de vista de la sociología electoral) implica enormes riesgos: uno de ellos sería el pretender ser traductor privilegiado de una “voluntad colectiva” que, por un lado, a nadie habría pedido ser interpretada y que, por otro, resulta de entrada indescifrable; otro riesgo sería cometer errores de cálculo como el de presumir que quienes se manifestaron en el estallido (inconmensurables con un proceso electoral) serían “naturalmente” votantes de izquierda.
¿Tratar de seducir a votantes de Parisi o la DC? ¿Tratar de movilizar a ciudadanas y ciudadanos potencialmente afines que se abstuvieron en primera vuelta? ¿Aumentar la presencia en el campo y las regiones? ¿Mantener aplacada a la base ideológicamente ortodoxa de los partidos de la coalición o abrirse a imaginarios menos adheridos a la izquierda tradicional? Las respuestas a estas preguntas, sin perpetrar traiciones valóricas fundamentales, deben estar mediadas por la aritmética electoral. Si los partidos de izquierdas tratan de erigirse en “traductores” del intraducible ethos del estallido, fracasarán, ya no sólo en las urnas sino al entregarle a la derecha el poder de aniquilar el potencial político de transformación abierto por el acontecimiento de 2019. Sólo una izquierda que no quiera ganar (o que no le importe no ganar) puede obviar esta necesaria distinción.