Tampoco lo vimos venir: el escenario de segunda vuelta para Boric
La frescura del impacto recibido por las fuerzas de izquierda la noche del 21 de noviembre no se ha acabado. Esto no sucede tanto por la contundencia de los resultados, que es mucha, sino también por un desafío muy difícil: pensar cuando no se tiene tiempo para hacerlo. En efecto, la elección de noviembre revela que la izquierda que respalda la campaña de Gabriel Boric (Apruebo Dignidad, pero en especial el Frente Amplio) no había entendido el país tanto como se creía. Existe entonces la necesidad de pensar para entender y luego enmendar, pero no se cuenta para ello con meses sino con días.
Ganar la elección es un desafío táctico que tiene sus propias complejidades, las cuales no son pocas y determinarán cómo se mueve el escenario estratégico. Pero la inercia de los procesos electorales produce que estos desafíos estén ya siendo analizados por muchas voces, las cuales, con aciertos y errores, dan en general una muestra del cuadro.
Menos visitado en días de urgencia como estos es el escenario estratégico. Me concentro en él porque aparece muy complicado cualquiera sea el resultado de segunda vuelta y porque en general se observa cierto temor de hacerse preguntas difíciles pero necesarias para poder reanudar el avance hacia un proceso
El problema de la tesis
El Frente Amplio pagó en esta elección cierta incapacidad de transformar en estrategias políticas su propio discurso. El ejemplo más claro tiene que ver con las interpretaciones hechas del estallido social: mientras intelectuales más o menos cercanos al sector (como Kathya Araujo, Manuel Canales o Juan Pablo Luna) manifestaban la emergencia de una sociedad compleja, cruzada por múltiples contradicciones que se articulaban en una demanda por dignidad que podía tener contenidos políticos muy diferentes, la dirigencia frenteamplista se cuadró con una interpretación simple resumida en la consigna “Chile Despertó”. Hubo múltiples eventos públicos donde los académicos mencionados y otros fueron invitados y permanentemente citados, pero sin embargo eso no impidió que el contundente resultado del Apruebo en octubre del año pasado fuera interpretado como en clave de “pueblo” en lugar de lo que era: una “multitud” de grupos con demandas propias, algunas difícilmente compatibles entre sí, en la cual rondaba –como ahora resulta meridianamente claro– la posibilidad de que se canalizaran hacia agendas de ultraderecha.
La urgencia producida por los resultados del domingo ha generado un consenso de superar definitivamente la tesis del “Chile Despertó”, sin tener muy claro en qué sentido. Unos apuntan a “buscar el centro” y otros a “buscar la izquierda”, reiterando el error de reducir la política al plano cartesiano que nos hizo extraviar el significado del estallido. Creo que ambas tienen algo de cierto: la amplitud es necesaria, pero poco suma en este escenario sumar “figuras”, dirigentes o siglas partidarias. Se trata más bien de incorporar agendas y causas que trasciendan el horizonte simbólico de las nuevas y tradicionales izquierdas, incluso al punto de moderar parte de las reformas comprometidas.
Mucho demoró la jubilación de la tesis “revolucionaria” del estallido y el escenario no acompaña gradualidades a la hora de recuperar el tiempo perdido. Acercarse al pueblo y acercarse al centro son dos desafíos urgentes y compatibles, pero en las cuales caben dudas de la habilidad de los estrategas de la campaña para lograrlo.
Acercarse al centro y a la multitud, alejándose de ellos
Unos días antes de la elección, el conocido economista del Comando Presidencial de Boric, Nicolás Grau, conocido en el FA por su moderación tanto como por su expertise técnica, manifestó en Twitter que apoyaría la candidatura de Claudia Pascual al Senado en lugar de las del Frente Amplio como las de Comunes o de Revolución Democrática, partido a priori más cercano a sus posiciones. No fue el único, pues lo propio sucedió con varios militantes conocidos de Convergencia Social.
Llamó la atención este detalle, pues ahora la dirigencia de Apruebo Dignidad afronta el desafío de “acercarse al centro” pero con el puente tradicional que el FA había tenido para dialogar con ese mundo, Revolución Democrática, fuertemente debilitado electoral y políticamente. En efecto, RD sufrió la derrota de varios de sus dirigentes políticos más importantes de los últimos años, en particular los de su sector más tradicional. Esto es complejo en tanto convocar sin interlocutores que expresen en el Comando mismo posiciones más afines a quienes se convoca dificulta la vinculación de estos con el proyecto. Pero también es síntoma de que el FA paga ahora su dificultad para articular electoralmente su perfil político en nombre de la identidad.
Un problema similar ocurre con el otro desafío: acercarse a la multitud. Y la respuesta acá no es “virar a la izquierda”. Si la campaña de Boric le “encontró la vuelta” a la de Jadue diferenciándose de su oferta identitaria de campaña, podemos decir que la de Kast “le encontró la vuelta” a la de Boric apelando a realidades duras, empatizando con el miedo que la inestabilidad propia de los cambios provoca de perder lo que se tiene, aunque sea poco. Frente a una población que sufre de desempleo, bajos salarios con nulos derechos laborales, el fin de las ayudas de la pandemia, la violencia asociada a la delincuencia y el narcotráfico, entre otras dificultades, una campaña estéticamente cifrada en tono noir pero con un discurso restaurador, como la de Kast, puede encajar mejor que otra asociada a los árboles y las declaraciones poéticas y esperanzadas. En ocasiones, el árbol y la poesía pueden ser percibidas como un privilegio. Hace 500 años Maquiavelo nos recordaba que el pueblo buscaba sencillamente “no ser dominado” por la élite que busca dominar. Básicamente, la gente quiere “vivir tranquila”. En efecto, la campaña de Kast ha sido hábil en articular en la figura del restaurador la idea extremista de libertad que proclama su programa con el ideal de “vivir tranquilo” a que aspira la población. En cambio, nuestra campaña no ha enfatizado este fin suficientemente, ocultándolo bajo el medio, las “transformaciones” y “cambios”, los cuales son por definición incertidumbre. Esto no hace sino facilitar que Kast se identifique como el restaurador, que promete la defensa de lo que la gente tiene, aunque sea poco.
La “presidencialización” de la Convención
Un tercer elemento fundamental en el análisis tiene que ver con la Convención Constitucional. Y una pregunta que no nos hacemos, o cuya respuesta damos por obvia, es sobre el mejor escenario para la Convención. La realidad es que no se trata de una respuesta tan obvia pues gane o pierda Gabriel Boric, el avance en el voto por la ultraderecha prevé un complejo plebiscito de salida para la nueva Constitución.
Es observable que, desde la instalación de la Convención, la estrategia de la mayor parte de la derecha ha sido exitosa. La presión mediática ha amplificado el alcance de las posturas más “octubristas” en la CC, ayudada por errores propios (y horrores como el caso Rojas Vade), lo cual se correlaciona con el alza de Kast en las encuestas. El caso es que hay pocas razones para pensar que un gobierno de Boric no afronte dificultades similares. Si a ello sumamos la realidad de un Parlamento complicado para Apruebo Dignidad, donde sólo en suma con todos los sectores que no son de derecha alcanza la mitad de los votos, concluimos que se trata de un gobierno que en no largo tiempo podría caer a niveles bajos de aprobación y enfrente una alta presión política.
Por supuesto, este ejercicio de proyección no funciona del mismo modo en caso de que gane Kast. Este contaría con la mayoría de los medios a favor y sólo una ola de protestas comparable al estallido o al 2011 podría hacerlo desplomarse políticamente. Es dudoso que la historia se repita de un modo tan predecible como sucede con quienes sostienen la tesis de un “segundo estallido”, pero incluso si lo hiciera es discutible que tal suceda en los tiempos en que debiera celebrarse el plebiscito de salida.
Resulta evidente entonces que el triunfo de Gabriel Boric es una vía más viable para proteger el proceso constituyente de cara al plebiscito de salida, lo cual no significa para nada que sea suficiente para asegurar su éxito. Será clave para esto asegurar una conducción política que conjugue factores tales como un proyecto de más amplio consenso que el imaginado inicialmente, seguramente incluyendo propuestas de sectores más allá de las izquierdas de la Convención, pero también vocerías menos refundacionales de parte de las franjas de convencionales más cercanas a las tesis “octubristas”, a sabiendas de que la maquinaria propagandística de la derecha se alimenta de ellas.
Los medios de la Concertación, pero para otros fines
Sería una fatal ironía que, de ganar Gabriel Boric, arribe a un escenario de gobierno comparable al que tuvo una figura con muy bajo rating en su sector, Ricardo Lagos. En efecto, este asumió luego de su estrechísima victoria sobre Joaquín Lavín en 1999, que debía gobernar en acuerdo permanente con la derecha, dada la minoría legislativa forzada por el sistema binominal y senadores designados, pero sobre todo por las primeras señales de severo desgaste del proyecto concertacionista.
Análogamente, Gabriel Boric gobernaría con apenas un 25% de la Cámara Baja y un 13% del Senado, incluida una mayoría de derecha en este. Esto obligará a un gobierno que negociará todas sus reformas, estructurales y no, con la centro-izquierda e independientes. No es imposible concluir que lo fundamental del programa presidencial sostenido hasta ahora corre serio riesgo de ser inviable de no mediar modificaciones importantes. Se trataría de un gobierno de cambio “en la medida de lo posible”.
De ganar Boric, se trataría, en este caso, ya no de un gobierno de cambio político profundo sino uno de unidad y fortalecimiento democrático, que delegue en el proyecto de nueva Constitución a evacuar desde la Convención una modificación de fondo de la institucionalidad política nacional, con cambios tales como derechos sociales universales, Constitución verde, parlamentarismo, unicameralidad, participación ciudadana vinculante, etc. Esa fórmula parece sabia: gobierno de estabilidad con reformas insuficientes combinado con una Convención que presente un proyecto de cambio de fondo de la institucionalidad. Pero queda por ver si el sector más radical de Apruebo Dignidad puede aceptarlo sin poner en riesgo la estabilidad del gobierno.
Si se arriba a esta fórmula, que considero razonable, la comparación hecha con el gobierno de Lagos no tendría razón de ser salvo en el medio, en la autolimitación del gobierno. Pero el fin sería completamente distinto: si el gobierno laguista se autolimitó para postergar las reformas a la Constitución de la dictadura y su modelo económico, el de Gabriel Boric y Apruebo Dignidad lo haría para abrirle camino a la Constituyente y viabilizar el camino a una nueva institucionalidad.