El siglo de Saenz en Bolivia y la cifra del “aparapita”
Al cumplirse el centenario del nacimiento de Jaime Saenz (La Paz, 1921-1986), el poeta de Recorrer esta distancia (1973), La noche (1984), Felipe Delgado (1979), Vidas y muertes (1986) y Tocnolencias (2009), entre otras obras de nota en verso o prosa, no pocas personalidades y organizaciones varias se han dado cita para saludar “unánimemente” en Bolivia el legado de una de las mayores cumbres literarias andinas del siglo XX. Unanimidad de suyo excepcional, en una sociedad tan “abigarrada” (Zavaleta Mercado) como la boliviana, donde las tensiones socio-políticas, “étnicas” y sobre todo regionalistas (collas-cambas, por caso, por decir: occidente-oriente, “tierras altas”-“tierras bajas”, La Paz-Santa Cruz, etc.), a ratos no dejan de reproducirse casi automáticamente en el espacio (nacional) literario.
El de Saenz, aparte de abigarrado, fuera caso doblemente aparte. Siendo paceño, ultrapaceño, y aun ultraboliviano si se quiere, fuera a la vez de uno de más universales escritorxs en lengua castellana del siglo XX. A diferencia de Vallejo, Huidobro, Neruda, Paz, Cortázar e incluso Mistral (desde su apellido), por caso, cuya urdiembre entre lo “local” y lo “mundial” se habrá dado en buena parte vía “lengua” francesa, en el caso de Saenz tal se daría vía la alemana (la fórmula “lengua” fuera ahí, como su mote mismo lo indica, nomás formularia): por decir, no solo el “Romanticismo alemán”, tan literario como musical, también Kafka, Mann y aun Heidegger, sino también —soslayo, problemática e inquietantemente— lo (entre comillas) nazi.
¿El “nazismo” de Saenz? No cabe despachar aquí en unas cuantas frases la por demás entreverada sintonía de Saenz con los aires hitlerianos que, en su caso, careció de traducción política en sentido estricto (no militó ni participó en agrupación nazi conocida alguna). Baste recordar por ahora solo algunos hechos marcantes. A los 17 años, en 1938, junto a un lote de jóvenes paceños recibió una suerte de beca para visitar y completar estudios en Alemania. Se fascinó seguramente con los desfiles, la algarabía y la pujanza industrial del Tercer Reich, y sobre todo con el “nacionalismo” en boga. Algo de ello habrá quedado registrado en su relato Los papeles de Narciso Lima-Achá (que inicialmente se iba a llamar “La identidad”), publicado póstumamente en 1991, donde se entreteje también su hilo homosexual. Al volver a La Paz, poco antes de la guerra, sintonizó de manera natural con el nacionalismo boliviano, por entonces también en alza (de claro contenido anti-imperialista), llegando a trabajar luego en la secretaría del presidente Paz Estenssoro, líder de la Revolución del 52 (hasta que lo despidieron, al parecer, por llegar a menudo tarde y no poco entonado al Palacio Quemado). A fines de los 50, laboraría en el Servicio de Información (USIS) de la embajada gringa en La Paz, en plena Guerra Fría —lo que más de alguien habrá tomado como índice inequívoco de su distanciamiento del nazismo.
Ya en los 60 se abocaría intensamente a la escritura poética, a menudo tomado por el alcohol y la cocaína, e inmerso en el “submundo” tan marginal como heterogéneo paceño. Solo hacia el final de sus días, a comienzo de los 80, habiendo menguado algo la ingesta de alcohol y pócimas varias, daría “talleres” de literatura en la Universidad Mayor de San Andrés, invitado probablemente por la poeta Blanca Wiethuchter, quien acababa de completar estudios en París sobre su obra.
Luis H. Antezana, uno de los ensayistas bolivianos hoy por hoy más sobresalientes (junto a Silvia Rivera Cusicanqui, H. C. F. Mansilla et alii) y casi con toda seguridad uno de los más finos conocedores de la obra de Saenz, en una reciente entrevista con ocasión de su centenario (https://web.facebook.com/CentroSimonIPatino/videos/618793552815915), no solo habrá estimado que las juveniles simpatías nazis de Saenz (de las cuales jamás renegó; de hecho, tal vez para espantar arañas, hasta el final de sus días guardaría un cráneo de calavera y una fotografía del Fhürer junto a su cama) se tradujeron en la afirmación del “populismo” de la Revolución del 52 (entendido como proyecto nacional-popular, sin excluir el fortalecimiento de una burguesía nacional que desplazara a la extranjera, desde ya en la minería del estaño y la plata). También avanza una hipótesis tan discutible como abigarrada: el “populismo” de Saenz (su popular-nacionalismo) sería a fin de cuentas —sugiere Antezana— cifra par excellence del “neopopulismo” de la hora, el de ahora (así califica la política del Movimiento al Socialismo, MAS, de Evo Morales y del actual presidente, Luis Arce Catacora), esto es, un proyecto nacional que responde por de pronto a los más desposeídos (indígenas comunitarios y migrantes indígenas urbanos), y que la figura del “aparapita” (migrante, ya quechua, ya aymara-hablante, que labora como cargador de bultos en los terminales de buses y mercados populares; la voz aparapita, en efecto, viene del tronco aymara apaña, ‘llevar’, ‘transportar’), ostensible en su novela Felipe Delgado y en sus ensayos, sería a la vez la “cifra” por antonomasia de la poética saenzeana. Más precisamente: el “saco” (sayal o tosca vestimenta) del aparapita, hecha nomás de retazos, de puros trozos e hilachas de telas de toda laya, incluso de épocas varias y que, sin embargo, no deja de ofrecer un cariz o rostro común, tal cifra de una heterogeneidad tan local (paceña o boliviana) como universal (mundial o global) de suyo generativa, es decir, no estática sino cada vez en movimiento —al punto que, pasado cierto tiempo, los trozos de tela de un “saco” habrán podido gastarse hasta desaparecer, siendo suplantados por otros más recientes—, tal tejido humano.
No podemos sino concordar con el maestro orureño (hace años radicado en Cochabamba: zona de valles, intermedia entre “Occidente” y “Oriente”) L. H. Antezana en cuanto a la poética del saco del aparapita en juego en Jaime Saenz, aunque motejarla sin más de “neopopulista” merezca al menos un matiz. Tanto la política nacional-popular de la Revolución del 52 (en consonancia con Perón en Argentina, Vargas en Brasil e incluso, aunque algo más deslucido, con Ibáñez en Chile) como más recientemente el “proceso de cambios” del MAS en Bolivia, no habrán dejado de apuntalar de algún modo también a una industria o empresariado nacional (el complejo y a la vez inestable entendimiento de Evo Morales y García Linera con el empresariado cruceño en su hora, fuera acaso índice indudable de ello en Bolivia; eso sí, luego de haber consolidado la nacionalización de sectores estratégicos de la economía: hidrocarburos y telecomunicaciones), favoreciendo que tales sectores contribuyan de algún modo a su vez a tal proyecto (nacional-popular) y no sin más a sus (tal vez legítimos, pero limitados) intereses.
Que el “saco” del aparapita opera como cifra casi borgeana o “imagen” proverbial de lo heterogéneo en común (de lo “abigarrado” de Zavaleta Mercado) en Bolivia, en efecto, lo comarca de manera meridiana, la escritura descomunal, de un humor a ratos sin cuenta (más Kafka que Heidegger) y por momentos monstruosamente “afirmativa” de Jaime Saenz (ver pasajes de “El aparapita de La Paz”: https://jaimesaenz.org/libro/el-aparapita-de-la-paz/).