La parábola de Lagos y Lavín
El 12 de diciembre de 1999, cuando se entregaban los resultados de la primera vuelta presidencial, en el comando del candidato Ricardo Lagos había caras largas y en el de su contrincante, Joaquín Lavín, euforia. Se trataba de una elección que había partido, meses antes, con poca expectativa de sorpresa y que terminó con una noche en que Lagos y Lavín estuvieron casi empatados. Quienes fueron parte de la campaña del candidato socialista recuerdan que ese 12 de diciembre en el comando hubo celebración a las 17:00 horas y tres horas después un funeral. Muchos aún recuerdan las palabras del jefe de ese comando, Genaro Arriagada, en la mañana de aquel día, cuando los canales de TV mostraban a la gran familia concertacionista votando a lo largo del país: “La diferencia de Ricardo Lagos sobre Joaquín Lavín es irremontable”, decía el político de la falange, con ese tono arrogante propio de la fronda aristocrática. Pero al final de esa noche, Lagos sumaba el 47,96% de los votos y Lavín el 47,51% (sólo 31 mil votos de diferencia), resultado que ninguna encuesta de aquel tiempo había pronosticado (la encuesta CEP del 26 de octubre de ese año proyectaba tres puntos de Lagos sobre Lavín y la CERC del 7 de diciembre auguraba 6 puntos de ventaja del candidato socialista). Una vez confirmado el resultado, y con todo el país experimentando por primera vez una segunda vuelta electoral, aparecía frente a las cámaras un preocupado Ricardo Lagos diciendo: “He comprendido el mensaje que hoy el pueblo me ha entregado”.
Aquella noche de diciembre de 1999 se confirmaba la proyección que un grupo de asesores de Lagos (luego bautizados como “los autoflagelantes”) habían realizado y advertido, respecto al fenómeno Lavín. Joaquín Lavín apostó a la despolitización de una elección en la que Lagos estaba obligado a ganar por knock out, pues se trataba del político de izquierda que había apuntado con el dedo a Pinochet y el primer socialista, después de Allende, que llegaría a La Moneda. Para la Concertación y las izquierdas, la presión era enorme y les provocó una fiebre que no les permitió ver la realidad o, lo que es peor, viéndola, prefirieron ocultarla a punta de bravuconadas para no dar una sensación de derrota. Si en aquella primera vuelta sólo hubiesen votado las mujeres, Lavín habría ganado con un 50,58% de los votos, pues el punto más flaco de Lagos eran las mujeres evangélicas y del mundo popular (estaba muy presente que Lagos era socialista y divorciado). En esa elección presidencial, Gladys Marín obtuvo un 3% de los votos y es probable que, de haber logrado el 5%, el candidato de derecha ganaba esa noche de 12 de diciembre (votos que le habría restado a Lagos).
Luego de ese resultado, donde la derecha aparecía nuevamente, a sólo 10 años del término de la dictadura, como una opción real para gobernar el país, Lagos convocó a un nuevo equipo para preparar la segunda vuelta. Este equipo comenzó a reunirse en una casona de Ñuñoa (las coincidencias de la vida) y estaba encabezado por Eugenio Tironi, Carlos Montes, Enrique García, Jaime de Aguirre, Ricardo Larraín y una emergente Soledad Alvear. A los encargados de la campaña de primera vuelta, entre los que destacaban Carlos Ominami y Marco Enríquez-Ominami, se les dejó fuera del comando (situación que marcaría una honda diferencia entre los Ominami y la Concertación). En segunda vuelta, el candidato Lagos dejó de atacar a Lavín por su pasado pinochetista y se concentró en destacar sus propias fortalezas y las de su programa. Además, en su franja usó música e imágenes que recordaron la épica del plebiscito del 88 y cambió el eslogan de campaña, abandonando el “Crecer con igualdad”, para dar paso al “Chile mucho mejor”. En terreno, Soledad Alvear se desplegaba en busca del voto de las mujeres y, una semana antes de la segunda vuelta, el Partido Comunista declaraba que “comprendería si sus militantes votaban por Lagos”. El miedo a la derecha, lograba movilizar desde la DC al PC, cada uno aportando a su ritmo. En definitiva, la segunda vuelta la ganó Ricardo Lagos por más de 180.000 votos de ventaja sobre Joaquín Lavín.
Hay muchos elementos que uno podría poner en la mesa para argumentar que, entre aquella elección de 1999 y la de este 2021, no hay comparación que resista. Uno podría decir que ahora, a diferencia de entonces, el voto es voluntario y, por ende, el resultado dependerá de las edades, género y grupos sociales que se levanten a votar. También podríamos argumentar que hoy Chile, culturalmente, se distancia del país de ese tiempo (sólo habría que comparar los miedos de las mujeres de entonces con los miedos de las mujeres de hoy). También más de alguno podría decir que no hay comparación entre aquel país de la transición, donde la Concertación aún gozaba de línea de crédito política, con el presente, donde existe un estallido social aún fresco en la mente de las personas (y las fachadas de muchas ciudades). Decir que no es comparable un país que está escribiendo una nueva Constitución, desde una Convención con paridad de género y cupos de pueblos originarios (luego de un avasallador triunfo en el plebiscito), con ese Chile de 1999, donde aún existían los senadores designados. Y, también, alguien diría que Boric no es Lagos y Kast no es Lavín.
Todo lo anterior, no deja de ser cierto, pero cierto también es que en Chile las elecciones presidenciales traen una energía que suele distanciarse de fenómenos comunales, regionales y hasta culturales. Puede que esto sea producto de la sobredosis de presidencialismo que corre por nuestras venas (la figura del Presidente sigue siendo un fetichismo país). Y, por otro lado, viene bien recordar que Chile es uno de los territorios del mundo donde, electoralmente, mejor le ha ido a la derecha en los últimos 100 años (algo que vendría bien recordar a algunos jóvenes que siguen confundiendo malestar social con compromiso ideológico). Por lo mismo, es que lo proyectado por diversas encuestas durante las últimas semanas (donde las candidaturas de Boric y Kast aparecen muy cercanas en intención de voto) confirma que el escenario electoral actual será similar al del año 1999. Pero, a diferencia de entonces, donde los votos del Partido Comunista terminaron dando el triunfo a Lagos, hoy serán los votos de quienes no se levanten a votar en primera vuelta los que pudieran definir el nombre del próximo Presidente en la segunda vuelta del 19 de diciembre.
El próximo Presidente de Chile será el candidato que la noche del domingo 21 de noviembre entienda que entonces comienza una campaña desde cero, donde aquellos indecisos que no votaron (las encuestas indican que las dos personas que pasen a segunda vuelta sumarían poco más del 50% de los votos), y quienes lo hicieron por candidaturas derrotadas en primera vuelta, ahora podrán definir el destino del país para el próximo tiempo. El desafío, entonces, para ambas candidaturas vencedoras, será diagnosticar, de manera pragmática, los miedos y deseos de una ciudadanía distinta a sus nichos, reconsiderando todas las respuestas y peguntas sostenidas hasta entonces, para abordar a ese misterioso sujeto que parece estar fuera del binomio izquierda-derecha. ¿Será un sujeto moderado o impugnador? ¿Es el Chile profundo o el diverso? Lo cierto es que esta vez, y a diferencia de la segunda vuelta de enero del año 2000, los votos del Partido Comunista no serán suficientes.