Hacia una "Kast"ración de la derecha
La instalación de los valores de la derecha ha sido un proceso exitoso en el Chile de las últimas décadas. Ideas como la competencia, el mérito y la libertad económica, entre muchas otras, traspasaron el espacio económico para instalarse con naturalidad en el espacio cultural del país. Aunque tal éxito es, sin lugar a duda, el resultado del diseño político en la Constitución ochentera de Guzmán, por sí solo no fue suficiente. Sin una implementación estratégica y sistemática con una proyección hacia el futuro, cualquier diseño queda guardado y olvidado en el cajón de un escritorio. Así, con el regreso a la democracia, el poder político no solamente administró un modelo económico neoliberal, sino que también se encargó de institucionalizarlo e incrustarlo en el interior de las prácticas cotidianas de la sociedad.
La revuelta social del 18-O fue una detonación directa en los pilares que sostienen el sistema político institucional de la democracia representativa que, a su vez, sostienen también los valores instalados por el modelo neoliberal. Como hermanos siameses, la muerte o sobrevivencia de uno es también la muerte o sobrevivencia del otro. Ahora bien, a pesar de que la crisis de los partidos es un fenómeno transversal, no es de extrañar que tal debacle esté afectando con mayor intensidad a la derecha. Mal que mal, sus ideas son las que se han mantenido en el poder sin la necesidad de que ella esté siempre en el gobierno. Incluso, a la luz de los hechos, estas son resguardadas de modo más eficiente cuando ciertamente no ha sido gobierno.
Junto con Sebastián Piñera no sólo se va al despeñadero la institucionalidad política y la democracia tal como nos la han enseñado hasta ahora, sino que, inevitablemente, como un ancla que cae en las profundidades del mar muerto, arrastra también consigo la Constitución de Guzmán y las AFP: las claves del éxito del modelo económico y político en su diseño e instalación. Las derrotas electorales de su sector han sido estrepitosas desde la revuelta en adelante: municipios emblemáticos (como Santiago, Ñuñoa, Viña del Mar y Maipú); las gobernaciones regionales (obteniendo sólo una de las dieciséis en disputa); y, de manera más emblemática, la pérdida del tercio en la Convencional que les arrebata cualquier posibilidad de veto en la redacción de una nueva Constitución. Si bien es cierto que ningún pacto político alcanzó a controlar dicho tercio, son particularmente las ideas tradicionales de la derecha las que alcanzaron una pequeña representación en comparación con lo que estas pesan en los poderes ya constituidos.
Tras las primarias presidenciales, el triunfo de Sebastián Sichel ―lobista y candidato oficialista bendecido por Larroulet y los especuladores de Sanhattan― no fue suficiente para ordenar sus filas frente a la crisis desatada. Por el contrario, su desafección con los partidos de su sector y final desplome como un candidato competitivo desató una fuga de militantes hacia la extrema derecha de José Antonio Kast. Una candidatura que se alimenta en la desinformación y, principalmente, del miedo y del odio, dos emociones siempre eficientes para el control de masas, pero especialmente movilizadoras en un mundo pandémico que agudiza las crisis económicas y migratorias.
Tanto la candidatura de Boric como la de Kast son una fractura en el corazón del duopolio partidista tradicional, cuyas fisuras se expanden hasta romper completamente sus antiguas alianzas. Ambos son personajes que responden a la crisis de un poder político biparental que va de salida ante una sociedad que busca explorar en el poliamor y una lógica no binaria. Sin embargo, la fractura de la derecha provocada ante el horror de su derrota ideológica sostenida en el tiempo y el delirio anticomunista es transformada con Kast en una castración cuyo sangramiento no tiene posibilidad de coagular.
Una derecha sin la Constitución de Guzmán en el centro del sistema político, sin las AFPs en el centro del sistema económico, y sin una Iglesia legitimada en el centro del poder valórico-espiritual es, desde ya, un cuerpo político desmembrado, sin el poder del falo del macho cabrío que ahora es incapaz de definir los códigos culturales, los tabúes y los ritos sociales de iniciación. Kast, en este sentido, juega de maestro de ceremonia, el chamán nórdico, que finalmente sella la castración. De este modo, a diferencia del polimorfo mundo de la izquierda con impugnaciones morales de lado a lado, el pragmatismo propio de la derecha ―que antaño era capaz de alinear sus hordas para el logro práctico de sus objetivos― se desgarra violentamente con la figura de Kast. La derecha pierde su preciada imagen de unidad e identidad que parecía sobrevivir cualquier tormenta en el naufragio.
Sólo con mirar la historia, la derecha nunca ha sabido participar del juego de la rudimentaria democracia chilena. No por una falta de habilidad, sino porque, en realidad, nunca lo ha necesitado. Las armas y el poder económico le han permitido hacerse del poder político sin la obligación de disputarlo con las reglas de la democracia representativa. Por esta razón, ante una nueva Constitución que va a cambiar el modelo político y económico del país, la derecha enfrenta, por primera vez, el escenario incierto de jugar a la democracia con las manos limpias y medir su real poder con la vara de la realidad social (el pasado plebiscito ya fue una muestra de aquello). El cabello rubio y brillante de Kast aparece entonces como la más cierta posibilidad de contrapeso frente a la noche oscura que se viene.
Sin poder jugar las cartas del golpe de Estado y de la Constitución de Guzmán bajo la manga, Kast es la única opción que aparece en el tablero de un tipo sistema democrático que va de salida. Sin embargo, el costo es muy alto: una dolorosa y lenta Kastración como pérdida de la unidad originaria. Ahora es el momento de quienes ven en Kast el espacio deseado, y por largo tiempo reprimido, para expresar sus sentimientos pinochetistas con honestidad y sin culpa. Otros(as), frente al avance de los “extremistas”, correrán hacia Kast con los ojos cerrados para no ver las atrocidades de sus ideas y juzgarlas como “males menores”. Otros(as), en cambio, se resistirán a su llamado para chapotear en el fango, pero exigiendo en el resto un reconocimiento de decencia moral. Hay otros, los peores quizás, que guardarán silencio en la indecisión, en la neutralidad, para dejarse llevar por la marea sin importar la orilla en la que los arroje.
Sin embargo, no hay que engañarse: el posible paso de Kast a una segunda vuelta presidencial no es solamente el triunfo de los principios tradicionales de la derecha como los de seguridad, orden y control. Más que un logro político ideológico particular, Kast, y otros(as) como él, es la expresión del espíritu de una época: un sujeto despolitizado en el mercado de las ideas y de la verdad como una repetición y construcción logarítmica. La Kastración de la derecha es, por consiguiente, una hemorragia abierta para todo el sistema político que salpica el proceso constitucional y desafía el proyecto de refundar la democracia que busca Chile. Un fenómeno inevitable de resistencia frente al derrumbe de un modelo homogéneo de sociedad, pero que, como toda resistencia, es una energía de reacción que en cualquier segundo puede transformarse en acción. Por esta razón, la presencia de Kast con una derecha Kastrada transforma el próximo balotaje presidencial no sólo en una elección política, sino también en una elección ética: una zanja que gran parte de la derecha, y muchos quienes no reconocen en una filiación ideológica, están cavando con la pala de Kast.