'Locutor de televisión e ideólogo': Recuerdos de José Miguel Varas Morel
Recuerdo número uno
La primera vez que oí hablar de José Miguel Varas fue en Concepción. Debo haber tenido unos 14 años y ubicaba a José Miguel, a la sazón de unos 40 años, como lector de noticias del canal 9 de la Universidad de Chile. Con mi madre nos encontrábamos de vacaciones en Concepción haciendo sobremesa de nuestros pantagruélicos almuerzos en la casa de mi tío René Bustos, hermano de mi madre. Fue allí, que hablando de la televisión chilena, mi tío René dijo: "José Miguel Varas no solo lee las noticias en el canal 9, sino que además es un importante ideólogo del Partido Comunista". La síntesis que hizo mi cerebro de adolescente fue inmediata: 'locutor de televisión e ideólogo'. Me pareció de lo más interesante.
Cuando le conté esta anécdota a José Miguel lo hizo reír mucho y me dijo que le recordaba a un niño (que creo que después fue músico del grupo Aparcoa) que decía: “Cuando grande quiero ser chofer de submarinos y trompetista”, sin duda una síntesis solo comparable a locutor de televisión e ideólogo.
Recuerdo número dos
El año 1974 me encontraba preso en la Cárcel Pública de Valparaíso y teníamos junto a los compañeros de celda el sagrado ritual y primera tarea partidaria el encender todas las noches un viejo receptor de radio para captar las ondas de Radio Moscú, desde donde nos llegaba la voz de José Miguel, trayéndonos desde el otro lado del planeta las noticias de nuestra propia existencia.
Entre los presos políticos circulaba una biblioteca ambulante. De celda en celda iban y venían libros. Así, recuerdo, llegó a mis manos Poraí, que había sido publicado el año 1963 con prologo de José Santos González Vera. Allí, sin que José Miguel Varas lo supiese, me hice amigo de él.
Recuerdo número tres
Estando exiliado primero en Birmingham y luego en Londres, seguí escuchando a José Miguel Varas en un enorme radiorreceptor ruso de marca Vega.
A su vez, como buen militante comunista que yo era, debía distribuir, vender y leer el “boletín rojo”, o sea, el órgano oficial del Partido Comunista de Chile en el exilio, donde venían sesudos análisis políticos de Volodia Teitelboim, incisivos análisis económicos de Hugo Fazio, descarnados análisis de la política de alianzas con Jorge Insunza. Pero apenas recibía el “boletín rojo” lo primero que yo buscaba, lo más interesante para mí, el verdadero cable a tierra con mi tierra, eran las crónicas de José Miguel Varas.
Recuerdo número cuatro
Así, un buen día de 1983 el compañero encargado del Partido en Inglaterra, Hernán Trigo, me dijo: “Tendremos una visita del Comité Central, nos visitará el compañero José Miguel Varas”. En aquella época yo, quién era encargado de las Juventudes Comunistas en Gran Bretaña vivía en la casa del compañero encargado del Partido (mayor unidad partidaria, imposible), y allí también alojó José Miguel.
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Una radiante mañana londinense bajé a tomar desayuno y en la cocina del 95 Clifden Road en el este de Londres me encontré cara a cara con José Miguel. Más alto que el promedio chileno con su característica estentórea voz que tantas veces me había acompañado en la cárcel o el exilio, estaba mi amigo. Él no sabía que era mi amigo, pero desde hacía muchos años yo lo consideraba así. Recuerdo que José Miguel entonces de 55 años, me pareció muy jovial y cercano. Al mismo tiempo surgía de parte de todos nosotros un respeto que imponía su inteligencia, su cultura, su versatilidad, su consecuencia revolucionaria. Con mucho orgullo le entregué mi primer libro de poemas de largo título: Notas para una contribución a un estudio materialista sobre los hermosos y horripilantes destellos de la (cabrona) Tensa Calma (Ediciones Cincuentenario. Budapest. Hungría, 1983), que había sido publicado por las Juventudes Comunistas con unas palabras preliminares del querido Manuel Guerrero Ceballos, posteriormente degollado en Santiago; y un prólogo de Soledad Bianchi. José Miguel me hizo muy buenos comentarios sobre el libro, en una carta fechada en Moscú, un poco antes que yo regresara a Chile. Recuerdo en particular una recomendación, me decía que cuidara mi cráneo de poeta de las lumas de los pacos ¡Qué buen consejo del querido José Miguel!
Recuerdo número cinco
A principio de los años 90 había llegado algo que la gente llamaba democracia. Yo me encontraba más cesante que en dictadura donde por lo menos la cantidad de actividades culturales antidictatoriales generaban unas colectas que permitían parar la olla. Recuerdo que me encontré con José Miguel y le conté esto, y él de manera muy generosa me ofreció hacer traducciones del inglés al castellano en una agencia de noticias. Nos sentábamos en una pequeña oficina y trabajábamos codo a codo, yo le entregaba mis trabajos, él los corregía con buen pulso periodístico y un conocimiento del inglés superior al mío. Ingenuamente yo pensaba que él me había conseguido esa “peguita” con el jefe de esa agencia de noticias. Un día me percate que era José Miguel quien sacaba de su bolsillo mi salario.
Recuerdo número seis
Por aquella época de principios de los 90 recuerdo que me pasó a ver a mi casa un joven dirigente de las Juventudes Comunistas. Me pidió que lo acompañara a las oficinas de la revista Pluma y Pincel, donde debería entregar un informe político interno al director de la revista. En el momento que hacía la entrega de unas cuantas hojas con el informe me pude percatar que José Miguel se aproximaba al escritorio donde estaban entregando el informe. El joven dirigente de la Jota con un ademán despectivo, le dijo al director de la revista: “A él también puedes mostrárselo”. Me pareció imprudente el ademán del jotoso con un dirigente del Partido que ya arriesgaba su vida mucho antes que ninguno de nosotros hubiera nacido. Pensé: “el Partido está cambiando, y no para bien precisamente”.
Recuerdo número siete
Cuando recién me había separado y vivía con mi hijo, a la sazón de seis años, recuerdo con gran alegría que José Miguel nos invitó un domingo a almorzar. Estaba presente el escritor y sociólogo Pablo Hunneus, quien tenía un repertorio de sabrosísimas anécdotas literarias chilenas. Recuerdo el vodka y la alegría de José Miguel Varas que nos presentó una ensalada que en el ruso la denominan vinigriet que consiste en betarragas, papas, zanahorias, pepinillos, todos picados muy chiquitito y arvejitas, con su correspondiente dosis de mayonesa. José Miguel nos decía: “esta es la verdadera ensalada rusa”.
Recuerdo número ocho
Meses después, exactamente en febrero del año 1994 mi querida amiga y directora de la sección de cultura del diario La Nación, María Eugenia Meza, me encargó la más fantástica tarea periodística que alguna vez me hayan entregado. Entrevistar al poeta ruso Evgueni Evstushenko, quien estaba de paso en Santiago. Si bien yo había leído a Evstushenko y lo ubicaba perfectamente, necesitaba refrescar mis conocimientos del gran vate ruso ¿A quién recurrir? Llegué una vez más a la casa de José Miguel que me prestó todos sus libros de Evstushenko y pude hacer la entrevista.
Recuerdo número nueve
Frecuentemente llamaba a José Miguel y él me atendía muy amablemente. Más de alguna vez me invitó a almorzar al centro de Santiago o a algún restaurante de Ñuñoa (recuerdo con bochorno una vez que me perdí y no pude llegar al almuerzo). En una ocasión incluso hizo extensiva la invitación a los integrantes de mi taller literario. Recuerdo que, al término de ese almuerzo, un joven integrante del taller me dijo: “Estos viejitos ya no los hacen”. Efectivamente José Miguel pertenecía a otro país, más generoso, menos individualista, menos narcisista.
Recuerdo número diez
A mediados de los 90 viajaba en un microbús por calle Merced, cuando intempestivamente subió José Miguel Varas. Se sentó a mi lado y se dio cuenta que yo viajaba “achacado” por un problema que había tenido con un grupo de personas. Sin que yo le transmitiera mis razones para estar tan decaído, él las adivinó con buen instinto de viejo periodista y solidarizó conmigo. Recuerdo que me dijo: “Han sido muy maricones contigo”.
Recuerdo número once
El año 2008 me encontraba muy resfriado en cama. Sonó el timbre. La señora Doris, quien hacía los quehaceres domésticos en mí casa, abrió la puerta. Escuché entre sueños que conversó dos o tres palabras con unas personas que luego se retiraron y yo volví al sueño profundo y la fiebre. En la tarde, cuando ya me sentía más recuperado, la señora Doris me dijo: “Le trajeron esto”. No podía creerlo, a los 80 años el Premio Nacional de Literatura, el querido José Miguel Varas, en compañía de su esposa Iris Largo Farías habían llegado hasta mi casa para traerme la novela Milico. La devoré en un par de días en medio de la fiebre, la tos, y el dolor de garganta. Apenas finalicé la lectura lo llamé para felicitarlo. Le dije: “José Miguel, me la leí de un tirón aprovechando que estaba en cama resfriado”. Su respuesta no pudo ser más Josémiguelvariana: “Ojalá te resfríes más a menudo para que puedas leer”.
Recuerdo número doce
Cuando cumplí 56 años hice una celebración y me entusiasmé con el vino. Ya estaba “puestón”, la casa llena de invitados, cuando aparecieron José Miguel Varas e Iris Largo Farías. Disfrutamos de la música en vivo y de la torta y de su inevitable consejo sobre la necesidad de estar un poco más sobrio, aunque agregó “es comprensible que estés tan contento”, y me abrazó.
Recuerdo número trece
Un poco antes de fallecer, me invitó a almorzar a su casa para además presentarme a su hermano Carlos Antonio Varas Morel, quien vive en Canadá y estaba de paso en Santiago de Chile. No sabíamos que sería la última vez que nos veríamos. Habían transcurrido 28 años desde aquella radiante mañana londinense en que lo vi por primera vez. Semanas después me estaba entrevistando el poeta Gonzalo Muñoz Chesta en el Wonder Bar de General Mackenna y lo llamó mi compañera a su celular y le dijo: “Dile a Mauricio que falleció José Miguel Varas”. Era un 23 de septiembre del 2011 y había fallecido mi maestro, mi compañero, mi amigo.