Lo personal es neoliberal y desigual (vacunas contra el Covid y límites de la libertad)
Un estudio publicado en Social Science & Medicine analiza en 84 países cómo formas de capital social (como la cohesión social, la confianza en fuentes gubernamentales de información del sistema de salud y el interés común por el bienestar) apoyan el salvar vidas en el contexto de pandemia (Elgar, Stefaniak y Wohl, 2020). En sus resultados se precisa que aquellas sociedades económicamente más desiguales y que carecen de capacidad en algunas de esas dimensiones del capital social experimentaron más muertes por Covid-19. Por su parte, la confianza social y la pertenencia a grupos se asociaron con más muertes, posiblemente debido al contagio del comportamiento y la incongruencia con la política de distanciamiento. El estudio concluye que muchos países requieren una respuesta de salud pública más sólida para contener la propagación y el impacto de Covid-19 debido a las divisiones económicas y sociales que experimentan.
En nuestro país, esas dimensiones ya estaban quebradas antes de la propagación de Covid-19. Chile ya tenía debilitada la confianza y la cohesión social, habiendo grandes problemáticas en el sistema de salud en particular. Igualmente, las inequidades en cuanto a derechos sociales en el ámbito de la salud fueron reflejadas por las diversas demandas de los movimientos sociales del 18 octubre de 2019. Nuestro sistema de salud está dividido en dos grandes ramas, uno público y otro privado, más el sistema de las Fuerzas Armadas, lo cual lo hace altamente estratificado. Esta segmentación en el sistema de salud chileno por ingresos genera riesgos y graves problemas de equidad y discriminación, puesto que el sector privado tiene la opción de cotizar en el mercado de seguros, al que no puede acceder gran parte de las personas de los sectores socioeconómicos más desventajados del país, es decir, la gran mayoría del país. Asimismo, otra prueba de los efectos de estas inequidades es el hecho de que los hospitales privados tienen menor riesgo de mortalidad intrahospitalaria (entre un 1,3% y un 0,7%), mientras que en los hospitales públicos el riesgo llega al 3,5% (Cid, Herrera y Prieto, 2016).
En Chile, por lo tanto, se necesitan políticas para proteger a las personas en mayor desventaja de todos los tipos de capitales sociales. En ese sentido, se ha señalado la necesidad, por ejemplo, de políticas que hagan frente al Covid-19 con perspectiva de género. Necesitamos también medidas con perspectiva socioeconómica. La vacuna en este contexto es un medio de protección de los más desvalidos del sistema, pues los efectos del Covid-19 los sacuden más significativamente. Al respecto, son riesgosas las posturas desde los defensores de los derechos individuales, desde las filosofías hedonistas o new age, tales como los discursos anti-vacunas, que son una muestra de la predominancia que tiene el individualismo, valor de la ideología capitalista neoliberal patriarcal. Vacunarse se traduce en un cambio de paradigma, pues cuando se accede a esta se está considerando a todes, pasando del foco en el individuo a la comunidad, del individualismo al comunitarismo, para que haya mayor equidad y justicia social.
Ahora bien, ¿a qué campo de deliberación y consentimiento apuntamos cuando hablamos de quienes se oponen a las vacunas con el Covid-19? Más aún, ¿es necesario hablar de esto en un contexto de crisis sanitaria? Evidentemente que sí: lo es. Nos encontramos en una crisis social que no sólo afecta al territorio nacional, sino que es un proceso con foco en distintos lugares del globo. Es una situación en la que se entremezclan desconfianzas institucionales, el problema climático, las formas de producción y los estilos de vida, entre otros elementos que interpelan directamente a la permeabilidad neoliberal. Con esto, podemos entender que el problema anti-vacuna no es sólo el problema de quienes se oponen a las vacunas; es un problema global que tiene una perspectiva de entrada, pero también una perspectiva más amplia a partir de un análisis de estos elementos de deliberación y consentimiento en los que, eventualmente, se llega con las campañas de vacunación.
Por un lado, se dice, no debemos sucumbir al discurso científico como forma de salvación de la humanidad, ni tampoco debemos enfocar todos nuestros esfuerzos a que el desarrollo sólo apunte a este tipo de saberes para llevarse a cabo con validez (Haraway, 2015). Por otro, efectivamente la crisis social se traduce en una crisis de las condiciones de aceptabilidad de cualquier política pública que pueda asimilarse como forma de control por sobre la población. Esto viene a mostrar que quienes se oponen a la vacunación no lo hacen siempre desde una postura activa, como solemos verlos en diversos medios (protestas y difusión de información por redes sociales). Muchas veces estos grupos o individuos actúan desde la pasividad y desconfianza propias de un contexto de desigualdad profunda que no permite adherir a ninguna idea que pueda parecer impuesta, pero no con los suficientes dispositivos para arrastrarles a cumplirla. En ambos casos podemos hablar de posturas anti-vacunas Covid-19 que dañan profundamente la única medida que ha demostrado efectiva respuesta frente a la pandemia (Díaz, Engel y Jofré, 2021).
Lo que importa es que hay una situación que no permite la entrada de puntos medios porque hablamos de los límites entre la vida y la muerte, sobre la descongestión o no de los sistemas sanitarios. Entonces, ¿en qué tipo de libertad se transa al presionar e insistir en la vacunación? Lo cierto, frente a estas incógnitas, es que debemos replantearnos la manera en que los mecanismos de gobierno y gestión de la salud pública actúan para con la población que debe ser inoculada. Empujar y obligar no permiten este restablecimiento ni fortalecer un vínculo tan dañado. Quizás labores como la difusión de evidencia sobre el alto porcentaje de eficacia de las vacunas sirven para estos propósitos, pero no son suficientes y no sólo puede ser un esfuerzo en esta medida. Es un esfuerzo de todas las esferas y de la misma población que no sólo puede ser gestionada y arrastrada: debe ir, debe consentir deliberadamente para que, en palabras de Judith Butler, podamos crear un mundo habitable para los humanos desmantelando las formas rígidas de individualidad.