Antivacunas y la duda caricaturesca

Antivacunas y la duda caricaturesca

Por: Ignacio Moya Arriagada | 07.08.2021
Las luchas por la libertad y la autonomía nunca han sido luchas que se han desenvuelto en los terrenos conspiracionales donde el enemigo es una fuerza oculta o maligna que maneja los hilos del mundo. Embarcarse en esa lucha conspiracional, enfocar energías contra las vacunas y las mascarillas es renunciar a luchar contra aquel que realmente nos domina y explota. El antivacuna es, sin darse cuenta, servil al poder. Y es el auténticamente dominado. Pero de eso no se ha dado cuenta porque su pensamiento crítico y su autonomía son de mentira.

El escepticismo es, particularmente desde Descartes, una virtud filosófica. No aquel escepticismo fácil y nihilista que sólo niega y conduce inevitablemente al solipsismo, sino el escepticismo que permite cuestionar y dudar para construir de nuevo, para hablar verdad y tener certeza. Dudar, entonces, es la marca de una mente inquisitiva e intelectualmente autónoma. En cambio, aquel que no duda parece seguir la manada. Sin embargo, la “voluntad por dudar” puede dar origen a ejercicios intelectuales de bajísima calidad. Dudar, como todo pensar, es algo que se debe realizar a conciencia y bajo ciertas condiciones. De no ser así, la duda puede llevar, por ejemplo, a creer que las vacunas contra el Covid forman parte de un plan mayor liderado por pequeños grupos que quieren controlar el mundo entero. En pocas palabras, la duda legítima puede devenir en una duda caricaturesca que lleva a creer en conspiraciones.

Lo que aquí propongo es que la gente suele creer en teorías de conspiración porque ha ocurrido una perversión de la “voluntad por dudar” y del pensamiento crítico. Específicamente sostengo que hay cuatro actitudes que demuestran cómo estos valores tan admirables han sido degradados a tal punto que los antivacuna, antimascarilla y conspiracionistas en general, ahora se presentan como campeones de la razón.

Primero, tomemos la “voluntad por dudar”. Un aspecto esencial de lo que se valora en la educación y en el desarrollo de nuestras capacidades intelectuales tiene que ver con el pensamiento crítico. Existe un amplio consenso de que esta es una habilidad fundamental, lo que significa que se valora el analizar, cuestionar y ver más allá de las apariencias. Un buen sistema educacional busca instalar en los estudiantes ese espíritu crítico. La filosofía es esencial en esto y por eso tantos creemos que es imprescindible asegurar su presencia en todas las escuelas y universidades del país. Una democracia efectiva y una vida autónoma requieren que los individuos sepan dudar y cuestionar la información, las órdenes y el conocimiento que los otros imparten. Aceptar que las cosas son como son únicamente porque alguna autoridad así lo ha decretado es un fracaso del intelecto. Los antivacunas han abrazado este espíritu rebelde. Y eso ha sido posible porque la rebeldía por sí sola, sin tener en consideración el contexto, ha sido tomado consistentemente como ejemplo de libertad. Algunos creen que todas las protestas sociales son valorables. Que todas las manifestaciones y todas las revueltas son legítimas. Con su protesta, los antivacunas no hacen más que subirse al carro de esa legitimidad.

El segundo punto tiene que ver con la verdad y su búsqueda. La verdad busca derrotar la mentira. A nadie le gusta un mentiroso, pero el que habla con verdad es respetado. Estudiamos porque queremos conocer la verdad. Y, volviendo a Descartes, la verdad es alcanzable en la medida de que la duda (la duda metódica) se toma como punto de partida. Por lo mismo, esa duda metódica es la marca de alguien que no es ingenuo o tonto crédulo. El antivacuna ha abrazado esto. Duda del gobierno. De la ciencia establecida, de los poderosos, de los medios de comunicación y de los políticos. ¿Quién no piensa que dudar de los medios es legítimo? Nuevamente, los conspiracionistas se aprovechan de este espíritu crítico. Si todos los medios tradicionales nos dicen que las vacunas son seguras y que debemos usar mascarillas, lo racional parece ser dudar. ¿O vamos a defender los medios tradicionales?

Tercero, hoy se valoran mucho aquellos espíritus independientes que se resisten a ser parte de la gran masa impersonal que busca diluir nuestras individualidades. Dado que el punto de partida reside en la idea de que la autoridad ejerce su poder para dominar y para avanzar los intereses de la élite, se sigue que obedecer o creer en las autoridades es marca de un espíritu domesticado. Y nadie (o muy pocos) se quiere ver a sí mismo como sirvientes de una autoridad y como un integrante de la masa, un número más, una cifra, un ser indiferenciable de la masa. Los antivacuna defienden la independencia y se resisten a ser parte de una gran masa amorfa que es complaciente con los dictados de la autoridad.

Cuarto, la creatividad personal también es un valor muy apreciado hoy día. Pensar originalmente. Fuera de la "caja". Mirar las cosas de manera distinta, no como lo hacen los demás. Los conspiracionistas, en general, hacen suyos el espíritu creativo. Ante un hecho determinado (por ejemplo, una pandemia), están los que aceptan las explicaciones de las autoridades y están los que miran esos hechos para buscar explicaciones alternativas, para ver qué se oculta más allá del relato oficial.

Si tomamos todo esto junto, podemos ver que aquel que cree en teorías de conspiración se presenta como aquel que encarna estos cuatro valores. Es decir, el que cree en conspiraciones ejemplifica un ideal que dice relación con el pensamiento crítico, la libertad y la autonomía. En consecuencia, los que no creemos que, por ejemplo, detrás del Covid-19 están los Illuminati, Bill Gates, George Soros, China, Chávez, los comunistas o no sé quién más, pasamos a ser los crédulos, los tontos útiles, las ovejas del rebaño. Una completa tergiversación que se basa en un simplismo que aparenta complejidad. 

Lo cierto es que la “voluntad por dudar” es necesaria. Es más, las cuatro disposiciones que acabo de mencionar son todas indispensables en una sociedad democrática. En eso tenemos bastante en común con los antivacuna. Lo que ha faltado en todo esto, lo que falta en la sociedad en su conjunto, es más y mejor educación. Mayor rigurosidad. Los que dudan por dudar y los que abrazan la rebeldía por la rebeldía no entienden (tal vez porque no se les ha enseñado) que el pensamiento crítico se rige por ciertas normas. La duda y la búsqueda de la verdad se basa sobre métodos argumentativos y empíricos. Que la ciencia, hasta ahora, ha sido increíblemente exitosa. Que la historia está repleta de enseñanzas.

¿Las élites tienen intereses que se contraponen a los de la mayoría de la gente? ¿Hay personas que buscan controlar la economía mundial y explotar nuestras vidas personales para beneficio propio? Pero claro. No hay que ser antivacuna o conspiracionista para darse cuenta de eso. Eso es de un simplismo galopante. Lo que hay que hacer es leer historia. Estudiar sociología, antropología o filosofía. Entender cómo funcionan los procesos económicos. Qué impacto tiene el contexto social en las conductas humanas. Qué métodos han empleado históricamente las élites para perpetuarse en el poder. Claro, esto requiere esfuerzo y la capacidad de mirar el mundo más allá de mi propia nariz. La historia de la dominación es una historia bien documentada. Las luchas por la libertad y la autonomía nunca han sido luchas que se han desenvuelto en los terrenos conspiracionales donde el enemigo es una fuerza oculta o maligna que maneja los hilos del mundo. Embarcarse en esa lucha conspiracional, enfocar energías contra las vacunas y las mascarillas es renunciar a luchar contra aquel que realmente nos domina y explota. El antivacuna es, sin darse cuenta, servil al poder. Y es el auténticamente dominado. Pero de eso no se ha dado cuenta porque su pensamiento crítico y su autonomía son de mentira.