¿Cuál democracia?
La democracia representativa, que ha fallado en integrar a la ciudadanía mientras ha facilitado la concentración de poder (tanto político como económico), no es la única opción. La ola de independientes, surgida desde los procesos políticos ciudadanos, no sólo viene a evidenciar los problemas con el actual modelo político, sino que también es una oportunidad de cambiar a un modelo más democrático y participativo.
Lo más comentado luego de las elecciones de los constituyentes ha sido la importante presencia de independientes y el bajo apoyo que tuvieron las coaliciones políticas tradicionales. Si bien esto ha sorprendido a algunos comentaristas, políticos y proyectores de resultados, no es extraño para quienes han escuchado el descontento social con la clase política tradicional. Además de numerosas encuestas, donde los partidos políticos tienen baja aprobación, el relativo éxito que ha tenido una fuerza política no tradicional (Frente Amplio) transmitiendo un mensaje de recambio, y el gran éxito del Apruebo y Convención Constituyente en el plebiscito de octubre de 2020, fueron muestras del descontento hacia el status quo político. ¿Qué implica todo esto para la democracia actual?
Giancarlo Visconti (https://www.ciperchile.cl/2021/05/22/reevaluando-la-tesis-del-desplome/) evalúa la tesis del desplome del sistema de partidos y explica que hay dos posibles escenarios: que la clase política se reconecte con la ciudadanía o el surgimiento de líderes populistas. Líderes populistas, que capitalizan el descontento ciudadano con la clase política, ya han llegado al poder en otros países. Trump, en Estados Unidos, es el caso más conocido, pero también es un ejemplo de que la retórica a favor de los intereses del pueblo no necesariamente se refleja en acciones y resultados a favor de este. Al final de cuentas, Trump aumentó la crisis institucional, polarizando más a la sociedad, incluyendo inéditos ataques al sistema electoral y a la misma casa de los legisladores (el Capitolio). El caso de Bolsonaro es otro ejemplo de los peligros de un falso populismo disfrazado de alternativa a la política tradicional.
Tampoco se vislumbra una reconexión con la ciudadanía cuando la brecha entre esta y la clase política sigue aumentando. Más allá de un problema de malas decisiones o malos candidatos, hay un problema estructural del modelo político. El descontento es tanto hacia sectores de derecha como de izquierda tradicionales –ambos han defendido el modelo neoliberal–, que mantienen la desigualdad social y la explotación ambiental. Las coaliciones tradicionales preservan la concentración del poder económico y político; sólo las diferencia la forma de repartir excedentes (hacia intereses privados o proyectos sociales), pero la ciudadanía es principalmente excluida de este juego. Por esto el importante número de independientes electos ha generado esperanza para los que quieren cambios, pero desconcierto para los que defienden el sistema actual.
Carlos Peña, en un panel organizado por Emol (https://tv.emol.com/detail/20210514143107281/en-vivo-carlos-pena-lucia-santa-cruz-y-leonidas-montes-analizan-elecciones), luego de las elecciones, explicó que “el predominio de los independientes es muy preocupante para una democracia representativa” y que “la democracia representativa funciona bien cuando lo hace mediante partidos”. Es decir, los independientes no traerían las soluciones a la crisis política fuera de los partidos. Sin embargo, desde la política tradicional se han hecho intentos de incluir miradas alternativas e independientes (por ejemplo, Evopoli, o Guillier, que llegó como independiente), pero estos no han tenido éxito en disminuir el descontento ciudadano. El Frente Amplio (FA) también ha sido un ejemplo de la dificultad y contradicciones de traer nuevas propuestas y actores al modelo político de siempre. En primera instancia, el FA se presentó como una alternativa política al duopolio de Chile Vamos y Nueva Mayoría, pero pronto tuvo que decidir entre hacer alianzas con los partidos tradicionales o distanciarse de estos. Ambas opciones venían con altos costos. Cuando decidieron no apoyar la candidatura de Guillier, recibieron fuertes críticas, siendo acusados de ser responsables del éxito electoral de la derecha. Por otro lado, la participación de Gabriel Boric en el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, también recibió duras críticas ciudadanas y quiebres al interior del FA. Es decir, tanto rechazar como hacer alianzas con partidos tradicionales ha traído problemas para el FA. Esta contradicción también se presentó en la votación constituyente, donde por un lado se le criticó al FA por no hacer un bloque de oposición (crítica que también ocurrió por no alcanzar un acuerdo para las primarias presidenciales con la ex-Concertación), y por otro, al no ser reconocido como representante de las demandas del pueblo por algunos actores políticos independientes. Rafael Montecinos, vocero de la Lista del Pueblo, en una entrevista para El Mercurio rechazó alianzas con el Frente Amplio y Partido Comunista, explicando que “no hablamos con partidos, hablamos con el pueblo”, y que desde el Frente Amplio “no han hecho nada por defender las reales demandas del pueblo”. En resumen, nuevos actores políticos, pero operando en el sistema de siempre, no han logrado responder a la crisis sociopolítica.
Claramente, hay una contradicción entre ser independiente y ser de un partido. Frente a esto surge la pregunta sobre el futuro de la Lista del Pueblo, la coalición más exitosa de independientes, que además estaría preparando una propuesta para las elecciones presidenciales. ¿Se convertirán en un nuevo partido? ¿Formarán alianzas políticas en el futuro? Considerando la estructura política actual, hay una especie de trampa, ya que el sistema los lleva a formalizarse y hacer alianzas (algo que con dificultad ha estado tratando de navegar el FA), pero eso también los lleva a convertirse en lo que prometieron derribar. Como explicó Peña, la democracia representativa no funciona con independientes. Sin embargo, no creo que el problema sean los independientes. Es hora de cambiar el modelo de democracia.
Democracia participativa y más
Los independientes, protagonistas de la movilización social y del histórico plebiscito, no sólo son una voz de alarma que la clase política tiene que empezar a escuchar (que por lo demás ha fallado notablemente en hacerlo). No son un grupo reaccionando a una causa individual, sin programa o sin proyecto político, como han sido descritos por algunos analistas. En la misma entrevista mencionada más arriba, Carlos Peña comenta que “los independientes son portadores de expectativas más que de ideas” y que no tienen “una cierta visión de conjunto, de hacia dónde debe ir el país”, y Lucía Santa Cruz complementa que “son una agregación de demandas”. Este errado análisis favorece la defensa del status quo político y es una señal más de la desconexión entre ciudadanía y élite. Basta con leer los programas de los independientes (disponibles todos en la página web del Servel) para entender lo equivocado de estos análisis. La gran mayoría de los independientes electos (incluyendo los que no pertenecen a las dos listas principales) vienen de procesos políticos locales, de un trabajo en asambleas territoriales o cabildos. Además, sus programas abordan diversos temas esenciales para la nueva Constitución (por ejemplo, descentralización, medioambiente, igualdad de género, plurinacionalidad). Los candidatos de la Lista del Pueblo, Independientes No Neutrales, y también 8 de 10 independientes fuera de estas listas, identifican la democracia representativa como insuficiente y proponen mecanismos de democracia directa y/o participativa.
Las democracias participativa, directa y deliberativa son proyectos alternativos a la democracia representativa que sí integran a la ciudadanía. Estos no son necesariamente programas totalitarios, sino que proponen distintos elementos que se pueden incorporar al sistema político del país. Por ejemplo, Pablo Razeto, director de IFICC, en su propuesta para aplicar mecanismos de democracia directa en Chile (http://www.ificc.cl/democracia-directa-moderna-en-la-nueva-constitucion/) sugiere la incorporación de plebiscitos para cambios constitucionales o tratados internacionales, el derecho ciudadano a proponer vetos a leyes e iniciativas de reformas legales.
Además de estar en los programas de muchos constituyentes, mecanismos democráticos de política ciudadana son comunes en Chile, aunque no estén institucionalizados. Si bien existían antes, cabildos y asambleas populares se multiplicaron desde las manifestaciones sociales de octubre de 2019. Otras expresiones de organización comunitaria, como las ollas comunes, mingas, clubes deportivos, juntas de vecinos, también son en mayor o menor medida expresiones de organización política local, democrática y comunitaria. También han tenido protagonismo en otros periodos de la historia de Chile. Según el historiador Gabriel Salazar (https://www.youtube.com/watch?v=Hy89XdyijJU), “el cabildo fue siempre el órgano institucional de la soberanía popular”, hasta que fue desarticulado por Diego Portales, instaurando un fuerte presidencialismo.
La redacción de una nueva Constitución, con una gran presencia de independientes, puede ser el inicio de un nuevo modelo político, más democrático, que reduzca la centralización del poder, pero por sobre todo que aborde el problema de la desconexión entre tomadores de decisiones y ciudadanía. Esto tiene que hacerse de forma planificada, considerando la educación cívica integral y las responsabilidades ciudadanas. Parte del descontento y la desconexión con la política se debe a que no existen espacios adecuados y suficientes de participación, por lo que mucha gente siente que no tiene poder para influir. Una nueva estructura participativa promoverá una mayor participación efectiva, la cual a su vez permitirá la redistribución del poder, tema que también está en los programas de muchos constituyentes (por ejemplo, descentralización y mayor autonomía territorial). La participación sin poder es un ejercicio vacío.