OPINIÓN | Conservación y biodiversidad en aguas internacionales: Más de lo mismo

OPINIÓN | Conservación y biodiversidad en aguas internacionales: Más de lo mismo

Por: Luciano Badal | 09.06.2021
Aguas internacionales y lo que en ellas ocurre es un gran tema, muchas veces olvidado o relegado ya sea por ignorancia o sentirla lejana, porque claro, comienza después de 200 millas náuticas desde la costa. En la medida que se sigan parcelando las actividades y regulando de manera fragmentada, sin comprender en profundidad la interconexión del océano con nuestro bienestar seguiremos pagando las consecuencias de un crecimiento económico que deliberadamente ignora los límites del planeta.

Ayer fue el Día Mundial de los Océanos, el cual se celebra cada 8 de junio desde 2009, sin embargo, y a pesar de muchos intentos y campañas, poco se ha avanzado en su protección efectiva, regulación integral o armonización entre actividades y comunidades. A la fecha conocemos entre un 5 y 10% del océano, pero lo usamos y explotamos como si lo conociéramos en su totalidad.

Para sumergirnos en este gran tema, es necesario comenzar del hecho biofísico de que, aunque el humano haya conceptualizado varios “océanos” con distintos nombres, en realidad es solo un océano, el cual está totalmente interconectado, y así debemos comprenderlo y cuidarlo para poder seguir beneficiándonos de todo lo que hace por nosotros y este planeta.

Fuente Imagen: Corrientes marinas

Teniendo en cuenta que más del 70% del planeta está cubierto por océano, si quisiéramos ser más precisos podríamos evaluar cambiarnos el nombre de Planeta Tierra a Planeta Océano. Somos océano con tierra, y buena parte de este océano corresponde a las llamadas aguas internacionales o alta mar, definidas como aquella parte del mar que no está incluida en las zonas económicas exclusivas, mar territorial, aguas interiores ni aguas archipelágicas. Del total del océano un gran 64% corresponde a aguas internacionales; del total de la superficie del planeta alrededor de un 45% es alta mar. Prácticamente la mitad del planeta es alta mar, este espacio de todos y de nadie, donde hay actividades muy reguladas, otras muy poco y algunas en proceso; aunque lamentablemente en pocos casos apuntando a mejorar la relación del ser humano con su entorno o cambiando sus patrones extractivistas destructivos.

Según el reporte de IPBES del 2019 sobre el estado global de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, ya en 2014 solo un 3% del océano estaba libre de presión humana y un 66% experimentaba impactos acumulativos, reforzando esto el mensaje de que En la mayor parte del mundo, la naturaleza se ha visto alterada considerablemente por múltiples factores humanos; la mayor parte de los indicadores de los ecosistemas y la diversidad biológica muestran un rápido deterioro”. Este mismo informe concluye que para el caso del océano, los impulsores directos de pérdida de biodiversidad son la explotación directa, el cambio de uso de mar, contaminación, cambio climático, especies exóticas invasoras y luego otras.

No es sorprendente que el primer impulsor directo sea la explotación directa de peces y mariscos, la sorpresa es como se aborda esta situación. Por una parte, aun cuando se sabe que la pesca ilícita, no declarada o no reglamentada (IUUF por sus siglas en inglés) representaba al menos un tercio de la captura mundial, al momento de otorgar cuotas de captura (donde esto efectivamente se hace) dejan este “detalle” de lado y “reparten” los llamados máximos rendimientos sostenibles solo entre los que podríamos decir que son legales, obviando que la IUUF captura desde el mismo gran total. Por otro lado, las distintas normativas nacionales y acuerdos internacionales pesqueros no han sido capaces de regular adecuadamente las cuotas de captura, si no, ¿Cómo se explica que una proporción cada vez mayor de las poblaciones de peces marinos son objeto de captura excesiva? Solo un 7% no se explota plenamente y un 60% se pesca a un nivel máximo de sostenibilidad, por lo que, ante cualquier error de planificación o ejecución, pasarían a estar en niveles insostenibles.

Fuente: elaboración propia en base a IPBES 2019.

Aun así, esto tampoco es lo más sorprendente. Desde el año 2015 se trabaja en el marco de Naciones Unidas un acuerdo intergubernamental para abordar la conservación y uso sostenible de la diversidad biológica marina de áreas fuera de la jurisdicción nacional, es decir, en aguas internacionales. Acuerdo que increíblemente – hasta el momento – estaría dejando de lado regular a las pesquerías y no establecería una meta común global de protección del océano.

Quienes defienden que este futuro acuerdo, conocido como BBNJ por sus siglas en inglés, no incluya las actividades pesqueras suelen argumentar que este nuevo tratado no debe “socavar” (undermine en inglés) aquello que ya existe, y que la pesca ya está lo suficientemente regulada por diferentes acuerdos e instituciones, entre ellas la FAO, OROP’s, CONVEMAR, Acuerdo de Nueva York, y más, junto con las diferentes legislaciones nacionales. Al contrastar estos argumentos con los datos científicos de IPBES, así como otras fuentes relacionadas con los impactos de los mega buques factorías (ambientales y sociales por lo demás), pesca incidental, destrucción de fondos marinos por pesca de arrastre y muchas otras prácticas nocivas para el océano y los ecosistemas asociados, pareciera más bien que una vez más priman los intereses económicos cortoplacistas y que vemos el poder del lobby pesquero, que aboga por el absurdo de estar negociándose un tratado sobre conservación de biodiversidad en un lugar que corresponde al 45% de la superficie del planeta y no incluir su mayor impulsor directo de pérdida de biodiversidad.

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El otro gran absurdo en esta negociación, es que, aunque trata de reconocer la importancia de las áreas marinas protegidas y otras medidas de conservación basadas en área como herramientas necesarias para proteger la biodiversidad del océano y permitir su uso sostenible, los Estados y diplomáticos involucrados – en general – no se abren a la posibilidad de establecer un porcentaje o medición para la protección efectiva del océano, ya sea en términos de superficie, tipo de ecosistemas u otro, siendo algunos reticentes incluso a aceptar la interconexión de ecosistemas y la importancia de definir áreas protegidas que puedan funcionar como una red que permita a las especies tener algo así como “corredores protegidos” asociados a las corrientes marinas y sus dinámicas poblacionales. Mientras, en paralelo se desarrolla la campaña 30x30, que sostenida en evidencia científica, reúne a más de 60 gobiernos liderados por Costa Rica y Francia para impulsar la protección del 30% del océano y la tierra del planeta para el 2030, contribuyendo así a la mantención y recuperación de los procesos biogeoquímicos y ecológicos que sostienen la ecósfera como la conocemos. Sin embargo, en las negociaciones del convenio BBNJ -el cual por lógica debiera ser el primero en incluir esto- no es un tema en discusión.

Aguas internacionales y lo que en ellas ocurre es un gran tema, muchas veces olvidado o relegado ya sea por ignorancia o sentirla lejana, porque claro, comienza después de 200 millas náuticas desde la costa, osea ¿Quién ha estado en ellas? Pero de todas maneras están ocurriendo muchas cosas en ellas o que afectan lo que ahí ocurre.

Mucho se ha publicado el último tiempo sobre los serios problemas que supone la contaminación por plásticos en los océanos. Como la mayoría de los problemas ambientales de la actualidad, las causas son múltiples, por lo mismo, las soluciones deben ser simultaneas e integradas acorde a la complejidad de la situación. Mientras no se aborde conjuntamente la industria extractivita del petróleo que destruye y contamina, las petroquímicas que se enriquecen produciendo plásticos y

otros sintéticos (en general más bien asociados a daño ambiental que inocuidad), el sistema económico lineal de producción y consumo que debe crecer continuamente para sostenerse en un planeta con límites físicos, y la integración de medidas entre contaminantes provenientes de tierra y mar, difícil será realmente detener el problema, al cual habría que sumarle otros contaminantes, incluido metales pesados, como el mercurio, compuestos orgánicos persistentes, radiación y más.

Por su parte, poco se ve o sabe sobre lo que ocurre en el contexto de la AIFM, Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, y su propuesta en negociación para el reglamento para la explotación minera en aguas internacionales. Para que se hagan una idea, serian actividades de explotación minera que se desarrollaría en un promedio de 4 km de profundidad, ¡4 mil metros! Y dónde hay varios que creen que se puede hacer de manera inocua, sostenible, sustentable y teniendo menos impactos que en la minera terrestre.

En la medida que se sigan parcelando las actividades y regulando de manera fragmentada, sin comprender en profundidad la interconexión del océano con nuestro bienestar, como regulador climático, productor de prácticamente el 50% del oxígeno, sumidero de carbono, medio de subsistencia y alimento para millones de personas y hogar de entre 50 y un 80% de la vida del planeta; y mientras no se deje de lado la ambición sin límites del sistema capitalista imperante, que a toda costa seguirá buscando explotar y modificar nuestro inmenso océano para el beneficio de unos pocos, tanto la biodiversidad como el resto de nosotros, seguiremos pagando las consecuencias de un crecimiento económico que deliberadamente ignora los límites del planeta.

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