Crónica de un escenario impredecible: Perú ad portas de la segunda vuelta presidencial
Días tensos se suceden en Perú. Un profesor de izquierda, de provincia, lejano —tremendamente lejano— y ajeno al statu quo, llegó a la segunda vuelta presidencial. Fue una sorpresa para la élite política local, como parecen ser todos los recientes hechos sociales del continente. Pero también fue una sorpresa para una izquierda y centroizquierda dividida y difícil de posicionar en un mapa político que nos haga sentido en Chile. Su contendora el próximo 6 de junio será Keiko Fujimori, que se enfrenta por tercera vez a un posible fracaso en segunda vuelta.
Las calles de Lima, sin embargo, no dan grandes muestras de que en menos de dos días habrá una elección que, en teoría, debería haber implicado un regreso a cierta normalidad. Hubiera sido lo esperable tras un agitado 2020 en que tres hombres han pasado por la Presidencia del país en medio de una aguda crisis política, social y sanitaria. Pero el agotamiento de los votantes frente a una política hecha con escaso respeto por las formas democráticas, junto a una inaudita dispersión del voto (fueron 18 los candidatos que compitieron en la primera vuelta) terminó por hacer que las opciones centristas quedaran fuera del balotaje. Hoy, dos propuestas antagónicas se encuentran en una reñida pugna según las encuestas, aunque Pedro Castillo, representante del partido Perú Libre, lleva una pequeña ventaja.
El profesor en Lima
El problema de Pedro Castillo es Lima. Las provincias, especialmente hacia el sur, ya las tiene en su bolsillo. La capital, en tanto, es un mundo que quizá nos resulte más familiar a los chilenos, especialmente a los que vivimos el laguismo, un mundo donde el 90% aspira a la vida del 10% y vive tratando de aparentar haberla alcanzado. Y eso se refleja en el voto. La gente en Lima teme votar por Castillo. “Está bien repartir”, me dijo un chofer de Uber, “pero tiene que haber algo que repartir”. Para algunos, prima la idea de que se trata de un candidato con un genuino interés por terminar con algunos de los problemas más acuciantes de la sociedad peruana, pero que su falta de preparación o sus posiciones “extremas” pueden espantar a los inversores, a las mineras, destruir la economía y terminar con el crecimiento que, esperan, algún día llegue hasta ellos. Otros, simplemente consideran que todo aquel que se vincule a la política en Perú es por defecto un corrupto. Un tercer sector considera que el país está a las puertas de un apocalipsis comunista.
Así, el pasado miércoles, el diario El Comercio (el más antiguo y supuestamente más serio del país) publicó una columna de la ex diputada venezolana María Corina Machado advirtiendo de las maquinaciones de una red internacional cuyos tentáculos habían llegado a Perú. Aludía a la posibilidad de que los peruanos y peruanas se inclinaran por Pedro Castillo, el candidato ligado a la izquierda, en lugar de por Keiko Fujimori, la candidata representante de las “libertades individuales”. Según la columnista, esta monstruosa operación criminal, cuyas actividades ya han hecho estragos en Chile y Colombia, estaría conformada por una serie de “agentes” (como Lula, Evo e incluso Rodríguez Zapatero), organizaciones (como las FARC, el ELN, Hamás y Hezbolá) y países (incluyendo naciones cuya complicidad es al menos dudosa, como Turquía y Rusia). Una ensalada sin duda interesante, sobre todo para ser difundida en un lugar destacado (bajo el epígrafe “Análisis del panorama electoral”) por el medio más importante de la élite limeña.
La idea, llevada a niveles de ridículo rampante por la señora Machado, es conocida para los chilenos: cualquier protesta contra el statu quo neoliberal, cualquier expresión de tensiones sociales que estalle bajo un régimen de derecha, así como el surgimiento de líderes que no pertenezcan a las elites, tiene por fuerza que ser parte de una maquinación orquestada en el exterior. Cualquier triunfo electoral que no quede en manos de la derecha no puede ser sino obra de oscuros intereses terroristas financiados con cualquier equivalente actual del oro de Moscú. La prueba de la conspiración es la ausencia de pruebas y el descrédito que tienen estas teorías entre los “progres”.
Fujimorismo
Junto con recalcar la “poca preparación” del oponente, el anticomunismo ha sido la principal premisa de la campaña de la derecha en estas elecciones. La última edición de Caretas, la revista política más importante del país, lleva en su portada un fotomontaje de Castillo frente a un martillo y una hoz cuya punta le pincha el rostro. En el interior, la mayoría de las notas son abiertamente en contra del candidato cajamarquino y sus propuestas. Las restantes, favorables al fujimorismo, incluyendo un llamativo artículo que asegura que Alberto Fujimori —responsable de un programa de esterilizaciones forzadas cuyas víctimas aún no encuentran justicia— era feminista.
Pero el candidato de Perú Libre, al menos en lo que fue la primera vuelta, no crece ni en función de lo que dice o dejan de decir sobre él los medios mainstream, ni menos las redes sociales, donde su presencia es mínima y hasta hace poco no contaba con una plataforma oficial de promoción. Ofrece un estilo de hacer política cuyo impacto es difícil de dimensionar en un mundo de consultoras de comunicación estratégica y métricas social media: llega en un furgón, su equipo monta un escenario, Castillo habla portando un lápiz gigante en su mano (el símbolo de su partido), la gente se reúne por centenas y muchos vuelven a sus casas convencidos del mensaje. Cada uno de los mitines que organizó esta semana en algunas de las zonas más populosas de Lima Metropolitana, como San Juan de Lurigancho, Villa El Salvador y Carabayllo, fueron un éxito.
Fujimori, por su parte, pese al evidente apoyo de los grandes medios escritos del país –que, junto con los noticieros, programas políticos y matinales, no son muy sutiles a la hora de mostrar su antipatía por la opción que representa Castillo– no tiene el camino pavimentado ni en Lima ni en ningún otro lugar. De cara a la segunda vuelta, ha ido suavizando su discurso apologético de la “mano dura” y nostálgico de los 90, tratando de alcanzar el voto de centroizquierda. Sin embargo, probablemente la tendencia política más acusada y pétrea que hay en el Perú actualmente es el antifujimorismo. En múltiples encuestas el rechazo hacia Keiko parece ser un factor definitorio que impone un techo difícil de superar para la candidata de Fuerza Popular.
De perder por tercera vez en segunda vuelta, especialmente frente a un advenedizo para la élite limeña, son pocos los analistas que le ven futuro político a Keiko Fujimori. Su rol en el Parlamento a través de los gobiernos de Humala, PPK y Vizcarra, años en que en pos de sus objetivos no ha mostrado miramiento alguno por la salud de las instituciones democráticas, ha dejado una huella con la que sin duda la historia no será generosa.