Crímenes contra la humanidad en Palestina
Uno nunca puede dejar de sorprenderse y horrorizarse de la capacidad de los seres humanos de ejercer la violencia y la crueldad sobre otros seres humanos. La historia del mundo, nuestra propia historia como chilenas y chilenos, está llena de páginas de infamia. ¿Cómo se puede llegar a tales grados de brutalidad, de odio y desprecio contra el otro, de indiferencia por el dolor ajeno?
Lamentablemente, no hay día en que, en algún rincón del mundo, alguna noticia no nos trastorne. A menudo son situaciones de represión o de injustica que informan redes o medios alternativos, y que los medios masivos silencian. Generalmente, quedan en uno esas mortificaciones ante la infamia. Retomamos nuestras rutinas cotidianas, con rabia, con tristeza y cierta impotencia. El mundo es ancho y ajeno… y la vida sigue. Pero cuando para muchos el aguante excede la paciencia o el acomodo, se logra construir algo contra la injusticia: una manifestación, un movimiento, una rebelión. Lo vivimos aquí desde octubre de 2019, con ese despertar ante tanta falta a la dignidad, lo vive Colombia hoy.
En general, el aguante se agota cuando el abuso se vive y se sufre en la propia piel, cuando de un modo u otro, uno mismo, o los más cercanos, somos las víctimas. Y es más difícil reaccionar cuando el horror ocurre lejos, al otro lado del mundo. Sin embargo, cualquiera sea la distancia que nos separe de ese dolor, siempre es posible hacer algo, aunque también existe el riesgo de que nos acostumbremos y nos dejemos dominar por la indiferencia. La solidaridad, que en ese momento despierta y se expresa, es la manifestación de la empatía, de reconocernos parte de una sola humanidad; como fue la solidaridad que recibimos los chilenos desde muchos países del mundo durante los años de dictadura, y ella es necesaria, ayuda a mantener vivo el aliento cuando se cierne el horror sobre las vidas del prójimo, y esa sombra también nos alcanza. Hoy esa solidaridad es urgente con Palestina.
No es fácil comprender cómo se puede alcanzar tal nivel de atrocidad, tanta falta de humanidad por parte del Estado israelí contra la población palestina; cómo un país que se pretende democrático puede ejercer tal racismo contra parte de su población; cómo un pueblo que sufrió en carne propia el racismo y la persecución a través de la historia puede apoyar mayoritariamente a quienes ejercen la misma opresión contra otro pueblo. Son décadas ya de abusos, expoliación y crímenes sistemáticos contra la población palestina, llevados estos últimos días, una vez más, a un nivel extremo. Como bien lo señaló en una columna publicada en el periódico francés Le Monde y otros medios en febrero 2018, poco tiempo antes de morir, el gran historiador israelí, especialista en los origines del fascismo, sobreviviente del nazismo, Zeev Sternhell: “A veces trato de imaginar cómo intentará explicar nuestra época el historiador que viva dentro de 50 o 100 años. ¿En qué momento se empezó en Israel a comprender que este país, que se convirtió en Estado en la guerra de independencia de 1948, fundado sobre las ruinas del judaísmo europeo y a costa de la sangre del 1% de su población, incluidos miles de supervivientes de la Shoah, se había convertido en un monstruo para los no judíos bajo su dominio? ¿Cuándo se dieron cuenta los israelíes, al menos en parte, de que su crueldad con los no judíos bajo su dominio en los territorios ocupados, su determinación de aplastar las esperanzas palestinas de libertad e independencia, o su negativa a conceder asilo a los refugiados africanos, estaban empezando a socavar la legitimidad moral de su existencia nacional?”; llegando a señalar que en Israel “vemos cómo crece ante nuestros ojos, no un simple fascismo local, sino un racismo cercano al nazismo en sus inicios”.
Es evidente que, desde el asesinato de Isaac Rabin y, más aún, desde la asunción al poder de Benjamin Netanyahu, domina progresivamente el discurso racista y xenófobo en la escena política israelí. Ya estaba presente antes, particularmente en el accionar de los colonos, como en diversas medidas contra la población palestina implementadas o permitidas por buena parte del espectro político. Pero, como señala en su libro Mal judío el ex corresponsal del periódico Le Monde en Jerusalén, Piotr Smolar (nieto del principal líder de la resistencia del gueto de Minsk contra los nazis), en los últimos años “el debate público está reducido a un enfrentamiento entre “nosotros” y “ellos”, los enemigos del Estado, la famosa “quinta columna” fantaseada. Esta polarización extrema, en la cual las redes sociales juegan un rol clave, sirve a los intereses del campo de Netanyahu, desviando la atención de cuestiones éticas o de las desigualdades sociales”. Como Smolar destaca, basado en el trabajo de la organización pacifista israelí “Breaking the Silence”, Israel ha instalado una doctrina militar de uso desproporcionado y sistemático de la fuerza, sin ningún respeto por el derecho internacional, que se basa en dos ideas: “En un conflicto asimétrico, el enemigo armado se funde en el paisaje urbano. Ya no hay población civil intocable o inocente, del momento que esa población civil se queda voluntariamente, después de ser advertida, en la zona de enfrentamiento”. La segunda idea plantea que, “por cada golpe infringido por el enemigo, este debe recibir una respuesta de mucho mayor envergadura, como forma de disuasión”. Como si tuvieran dónde escapar los dos millones de habitantes de Gaza, hacinados en un verdadero gueto del siglo XXI…
Piotr Smolar cita en su libro una entrevista que le hace al profesor de filosofía y ética Asa Kasher, quien participó en un grupo de expertos civiles y militares con el fin de proponer al Estado Mayor israelí líneas directrices: “En nuestro grupo de trabajo, tuvimos discusiones acerca de la proporcionalidad. Llegamos a la idea de la cifra Pi, sí, 3,14…: tres palestinos muertos por un israelí, cuatro no. Algunos dijeron 10 por uno, otros uno por uno. Yo rechacé participar de esa discusión amoral”. Las represalias contra la población civil, o contra prisioneros, fue una práctica común del nazismo y de muchas dictaduras criminales. Basta recordar el Bando número 30 de la Intendencia de la Provincia de Cautín del 17 de septiembre 1973: “…las Fuerzas Armadas y de Carabineros serán enérgicas en el mantenimiento del orden público, en bien de la tranquilidad de todos los chilenos. Por cada inocente que caiga, serán ajusticiados 10 elementos marxistas indeseables, de inmediato…”. Un país cuyo nacimiento está marcado por la reacción al nazismo y al holocausto, como respuesta a la infamia, un par de generaciones después aplica los mismos métodos y discursos de los cuales fue víctima contra sus semejantes. Duele, decepciona profundamente y no puede dejarnos indiferentes.
Israel ha impulsado en su territorio leyes que criminalizan el antisemitismo. Muchos países del mundo también castigan dichos discursos racistas. ¿Con qué cara condenan el racismo y el antisemitismo cuando permiten que en sus calles desfilen impunemente fanáticos con el grito “¡muerte a los árabes!”, siendo por lo demás esos árabes también semitas, como es el caso del pueblo palestino? Infringiendo humillación tras humillación a la población palestina, parecen buscar reinar bajo el imperio de la desesperanza.
Las declaraciones del gobierno de Estados Unidos que señalan que “Israel tiene derecho a defenderse” en nada contribuyen a restablecer algo de humanidad. Sin duda todos los países tienen derecho a defenderse, pero no de cualquier forma, y por ningún motivo masacrando a la población civil. Por lo demás, la población palestina también tiene derecho a defenderse y resistir ante los crímenes de los cuales son víctimas cotidianamente. Y ese derecho se silencia. No son los rockets del Hamas los que iniciaron este círculo de violencia. Fue la provocación y brutal represión por parte de las fuerzas de seguridad israelí contra los fieles en la explanada de las mezquitas y en la misma mezquita de Al-Aqsa, tercer lugar santo del Islam, en pleno Ramadán –una de las fechas sagradas de los musulmanes–, como también la usurpación de viviendas y tierras de familias palestinas en Jerusalén Este. Ese es el origen de lo que hoy se vive allí. Y es trágico entender que esa dinámica responde, entre otras motivaciones, a miserables intereses electorales de Benjamin Netanyahu y de la extrema derecha israelí, que busca impedir que la oposición forme gobierno en alianza con los diputados árabes del Parlamento israelí. Por otra parte, los disparos de Hamas, cuyas consecuencias en muchos casos son sin duda trágicas por la pérdida de vidas humanas y que corresponde condenar, en nada pueden compararse con los bombardeos masivos y sistemáticos de Israel. Son fuerzas que de ninguna forma se pueden equiparar.
Es urgente detener una prepotencia criminal que no tiene límites, y empezar a reabrir los caminos para la paz. El bombardeo y total destrucción del edificio de 13 pisos donde se alojaba la agencia de noticias Associated Press y el canal Al-Jazira, días después de que destruyeran otro edificio que albergaba una decena de medios de comunicación, demuestra que el poder político y militar israelí, además de no tener límites, busca silenciar toda voz que informe desde la zona de operaciones. Sólo una reacción y una presión muy firmes de parte de la comunidad internacional, pueden contribuir a que empiece a mejorar la situación para la población civil. Hay que levantar todas las voces para que ello ocurra. Es la única manera de detener esa espantosa locura. Como dijo el intelectual palestino Edward Said: "Palestinos e israelíes tienen que sentir que pueden y deben vivir en pie de igualdad -iguales en derechos, iguales en historia, iguales en sufrimiento- antes de que pueda emerger una comunidad real entre ambos pueblos".