Cuando el acoso se hace habitual: Los relatos detrás del suicidio de las enfermeras del Hospital de Viña del Mar
Florencia Elgueta Escobar tenía 25 años y trabajaba en el Hospital Clínico de Viña del Mar (HCVM). Hace dos años se había ido a vivir sola a esa ciudad para aprovechar la oportunidad laboral después de haber estudiado en Concepción. Su mamá, Claudia Escobar, la describe como una mujer dedicada, muy apegada a ella y con un gran gusto por la escritura. En agosto de 2020, cuando la pandemia estaba en su peak de contagios y demandaba largas jornadas laborales, la joven se suicidó. Claudia ha dicho que las dinámicas extenuantes y la falta de contención en su trabajo llevaron a su hija a tomar esta decisión.
Meses después esto se volvería a repetir. El 29 de abril pasado el suicidio de Vannesa Araya Núñez, de 29 años, conmocionó al equipo del Hospital y al gremio de enfermeras y enfermeros. Ella trabajaba desde 2019 en ese recinto y, en estos últimos meses, trabajaba en la UCI Covid, aunque había pedido ser trasladada de servicio por la constante presión a la que se veía sometida. Esa solicitud no fue atendida y Vanessa siguió trabajando al mismo ritmo. Su hermana, Javiera Araya, sabía del ambiente de acoso y bullying que sufría por parte de sus colegas, que prácticamente le hacían la “ley del hielo”. “Un grupo de enfermeras se iban a almorzar y la dejaban sola, organizaban desayunos sin ella. Nos había contado que eso le afectaba, pero seguía”, dice Javiera. Eso llegó a tal punto, que Vanessa prefería almorzar en el estacionamiento para evitar la hostilidad.
Situaciones que se repitieron sistemáticamente al interior del hospital y que una vez sucedidas avivaron los recuerdos de Paola Astudillo*, quien trabajó en el mismo recinto durante 16 años. No conoció directamente a Vanessa, pero sabía que había pedido varias veces volver a su servicio por el desgaste de los turnos en urgencia. “Es también muy competitivo, todos quieren brillar y muchas veces opacando al resto”, asegura.
Uno de los aspectos que gatilla un ambiente laboral altamente demandante y nocivo es la exigencia de la “polifuncionalidad”. En el caso de Paola, su especialidad es la neonatología, pero suplió la falta de profesionales en otras áreas. Recuerda cuando hizo un reemplazo por una licencia médica de una colega. “Me dijeron que iban a tener que cubrir una licencia de manejo de guaguas enfermas, que eran 10 o 15 días que tuve que cubrir. Era horrible porque mis días eran pensar lo que podría suceder con estos bebés en estado crítico. Le dije a mi jefa que no quería estar ahí por estos motivos, y me decía que no, no, porque la ‘polifuncionalidad’ y al final lo terminaba haciendo igual con el miedo y la ansiedad de lo que podía pasar”, cuenta.
Acoso continuo
El clima laboral al interior del Hospital ha sido reconocido por seis profesionales entrevistados para este artículo como un espacio que ha propiciado el acoso y la recarga laboral por la estructura altamente jerarquizada y el trabajo bajo presión. Esto lo reconocen dentro de todos los servicios, tanto entre relaciones con jefaturas como entre los colegas.
Así lo describe Romina Faúndez*, que trabajó durante catorce años en distintas áreas del recinto. Una de las situaciones que sufrió Vanessa Araya, según explica su hermana, fue no solo verse excluida del equipo directo, sino que llegar a otro servicio y que nadie le explicara los detalles específicos de esas funciones. Romina ve esto como una consecuencia de la estructura generada sobre la base de la “polifuncionalidad”, que se firma en el contrato de trabajo. “Te pasa que te encuentras con personas que no ves todos los días, no todos tienen la voluntad para explicar a pesar de que saben que no te manejas bien en todas las unidades, a veces nadie te pesca, porque en realidad el personal en sí está enojado”, sostiene.
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La enfermera asegura que le costó mucho mantenerse por las hostilidades que se generaban, pero que se quedaba por necesidad económica. “Se aplica la ley del terror: si no te quedas hasta una hora, después te dicen ‘después vai a tener vacaciones’. Entonces, qué te queda frente a eso. En una oportunidad un compañero me agredió, me empujó. Una persona vio lo que había pasado. Después igual me encerraron con él en un pabellón y la enfermera jefa con el jefe de pabellón solo me dijeron ‘pucha oh, si estos cabros nuevos son más irrespetuosos’. Debí haberlo constatado, pero, como soy bajo perfil, agaché el moño y no dije ninguna cosa. Después caí con licencia por depresión y partí con tratamiento psicológico, hasta ahora”, relata.
En cuanto a las jefaturas, Martina Gallardo*, otra ex trabajadora del recinto, reconoce dinámicas normalizadas entre las supervisoras que luego se repiten entre los pares. “Cuando tú hacías consultas te respondían mal y al final te acostumbrabas porque siempre te iban a responder así. Una vez me tocó cambio de servicio y no tienes opción de quedarte en el servicio en el que estás, te tienes que cambiar o te vas”, sostiene. La rotación por los servicios también lo menciona como un “mecanismo” de hostigar a las trabajadoras que terminan renunciando. “Las empiezan a llevar a distintos servicios hasta que se aburra. Generalmente es a las personas que les sale muy caro pagarles el finiquito”, recuerda.
El “castigo” a las embarazadas
Una situación particular que acusan ex funcionarios ha sido el trato hacia las trabajadoras embarazadas. Rosario Lemus, ex jefa de gestión de camas y admisión pacientes del HCVM, trabajó por cinco años directamente bajo la gerenta de procesos clínicos, Jessica Berríos, quien se desempeña desde 2004 en este lugar. Desde su puesto como supervisora, la enfermera observó distintos “mecanismos” implementados por la gerencia “para ‘validar’ el maltrato”, aseguró.
“La instrucción en ese hospital, para toda persona que esté en edad fértil, es disuadir de que queden embarazadas, porque en el fondo es un problema para la institución. Si llegan a quedar embarazadas las enfermeras, se les cambia inmediatamente de servicio, esa es la instrucción que tú como supervisora debes llevar a cabo. La tienes que cambiar de servicio y cambiarle el horario”, aseguró.
Pese a que el artículo 202 del Código del Trabajo señala que “durante el período de embarazo, la trabajadora que esté ocupada habitualmente en trabajos considerados por la autoridad como perjudiciales para su salud, debe ser trasladada por el empleador, sin reducción de sus remuneraciones, a otro trabajo que no sea perjudicial para su estado”, las funcionarias embarazadas debían someterse a turnos extendidos, de lunes a sábado, según precisa Rosario.
Esto generaba, cuenta, que muchas enfermeras hablaran con sus supervisores rogándoles que no les dieran ese horario, porque estaban agotadas. “No querían dejar de ir a su trabajo porque después la Isapre, cuando tienen licencia, les promedia los tres últimos sueldos para la licencia, entonces como no querían que se les disminuyera el sueldo, aguantaban lo más posible con ese horario. Ahí se generaba un ‘tira y afloja’ en el fondo, entre cuánto aguantas en ese horario y cuánto aguantas sin licencia”, agregó la ex supervisora.
Roberto Tapia*, ex paramédico del HCVM, fue testigo directo de lo retratado por Rosario. Más aun, observó que a las trabajadoras embarazadas las mandaban a urgencias porque era un tipo de “castigo” por la cantidad de trabajo. Darles estas funciones era totalmente evitable. De hecho, asegura que podrían haber sido dispuestas como gestoras de camas o como preparación paciente hospitalizados.
Rosario, en tanto, apunta a Jessica Berríos como la causante de los malos tratos en el área que ella supervisaba. Especialmente reflejado en la forma de lidiar con el embarazo, o intención de tener bebés, de las funcionarias de su equipo.
“Me invitó a no tener hijos. Fue hasta mi oficina a decirme que si yo quería ser una supervisora exitosa, o si quería mantener mi lugar, tenía que congelar mis óvulos, y ver la posibilidad de la maternidad posterior a los 40, porque en este periodo iba a ser muy importante que yo no tuviese la molestia de tener un hijo”, cuenta.
Durante su gestión como ex supervisora, recuerda que fue contratada una enfermera que, a la semana de comenzar a trabajar en el HCVM, presentó una licencia médica por un embarazo ectópico, un tipo de pérdida prematura de un embarazo. “Ella no sabía (sobre el embarazo) cuando ingresó a trabajar, y la tuvieron que operar de urgencia, siendo su diagnóstico reservado. Al día siguiente de la licencia, ella (Jessica) me dijo que manejaba el diagnóstico. Se río de mis capacidades, dijo que yo tenía un pésimo ojo para contratar personas, porque en el fondo había contratado a una persona que estaba embarazada, y se alegró frente a un grupo de personas, que todavía están de testigos, que yo me hubiese equivocado y haya contratado a una persona que estaba embarazada, y ‘que bueno’, porque había perdido el embarazo”, cuenta.
Esto, incluso, la hizo pensar en hacer un estudio que contabilice a las funcionarias que han tenido pérdida de sus embarazos a raíz del estrés laboral. “Era pan de cada día en la clínica, súper doloroso. Heavy. Por el mal ambiente, por el miedo”, expresa.
[caption id="attachment_380130" align="alignnone" width="1280"] Agencia Uno[/caption]
Las demandas al Hospital
Las situaciones anteriores han escalado hasta la Inspección del Trabajo en reiteradas demandas laborales que han puesto ex trabajadores y trabajadoras contra el HCVM. El Colegio de Enfermeras ha conocido siete de estas denuncias; una de ellas se judicializó. Andrea Rastello, presidenta del gremio en Valparaíso, explica que hay acciones de enfermeras, paramédicos, tens y funcionarios administrativos.
Este último es el caso de Viviana Gómez* que trabajó en Recursos Humanos desde 2013. Si bien tenía un buen equipo de trabajo, a los dos años quedó embarazada y partió el acoso. “Sobre eso no denuncié nada, pero una vez el ginecólogo, a los cuatro meses, me empezó a dar licencias porque mi hijo no se movía en las nueve horas de trabajo. Me dijo que él llegaba a término con todos sus embarazos y, en este caso, no íbamos a llegar si yo seguía ahí”, relata.
Cuando vio en riesgo la vida de su hijo, se tomó la licencia hasta el parto y volvió a trabajar después del post natal. Reconoce que ahí partieron los "castigos" porque tampoco le subieron el sueldo, no le respetaban las horas de amamantamiento ni tampoco le pagaron las horas extras correspondientes. Cuando paulatinamente le fueron quitando funciones, decidió poner una constancia a la Inspección del Trabajo. Así, se inició un juicio contra el Hospital, que en ese momento estaba en proceso de acreditación, y decidió llegar a un acuerdo con el abogado. “Él había ganado ya cuatro juicios al HCVM, entonces, conocía perfectamente la dinámica de abuso que tenían”, explica Viviana.
Desde el Colegio de Enfermeras han pedido una reunión con la seremi de Salud de Valparaíso para solicitar que se fiscalicen los procedimientos que se aplican en el HCVM. Si bien es cierto, dice Andrea Rastello, que están los canales de denuncias en la institución, es muy complejo para cualquier profesional de un equipo de salud acercarse a denunciar. “Nunca están las instancias para poder hablar, muchas veces te paralizas y, al final, piensas que hay altos niveles de cesantía y las personas prefieren cuidar el trabajo”, dice.
“Para nosotras como enfermeras, en este día no hay nada que celebrar, más bien es una reflexión profunda respecto a esta situación. Estamos de luto”, concluye Pastello.
“El director está al tanto del maltrato”
Días después del suicidio de Vanessa, el HCVM hizo público un comunicado en el que entregaba sus condolencias a la familia y lamentaba el hecho. Además, indicó que contaban con “una reglamentación explícita que prohíbe y sanciona todo tipo de acoso y malas prácticas en las relaciones interpersonales” y que cuentan con “canales conocidos por todos y de carácter privado para hacer las denuncias y con procesos específicos y definidos de investigación, considerando el debido proceso y confidencialidad”.
El jefe médico de la Unidad Paciente Crítico (UPC) del hospital, Paul Santillán, reconoció que “no había visto nada, ni nadie me comentó de problemas" y que recién el viernes anterior al fallecimiento de Vanessa Araya "el supervisor UCI se enteró de ciertos roces en el turno". Sobre esto, el Director del HCVM, Carlos Orfali, no ha hablado públicamente, más allá del comunicado oficial.
Sobre la situación en términos generales, la ex supervisora Rosario Lemus se lo comunicó al director en su carta de renuncia, el 20 de febrero de 2020. Allí expuso las razones de su partida y nuevamente hizo alusión a Jessica Berríos como la responsable del acoso laboral. Él, sin embargo, le habría bajado el perfil y, según Rosario, justificado su actuar. “De hecho, yo renuncié en septiembre verbalmente al doctor y me dijo que iba a mandar a la señora Jessica a un coaching ‘para que cambiara su forma de ser’, y yo la tonta le creí. Obviamente eso nunca pasó, me siguió hostigando y tratando mal”, destaca la ex trabajadora.
El Desconcierto se comunicó con el HCVM a través de correo electrónico para consultarles el número de demandas que han recibido en estos últimos cinco años y por qué se siguen manteniendo en puestos de jefaturas a profesionales que han sido mencionadas, en reiterados relatos como los recogidos anteriormente, como los causantes de acosos y hostigamientos. Al cierre de esta edición el recinto no emitió una respuesta.
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Las identidades de las trabajadoras y trabajadores fueron resguardados a petición de ellas para evitar represalias en su contra.