Sobre aquello tan en boga últimamente: la salud mental
Escribo desde el Centro de Referencia de Salud del Hospital Padre Hurtado, ubicado en la comuna de San Ramón, escribo desde el último pasillo (literalmente), el de la Unidad de Psiquiatría Comunitaria. Aquí atendemos a personas de las comunas de La Pintana, San Ramón y La Granja, población que vive múltiples vulneraciones día a día. Escribo desde mi profesión, la terapia ocupacional, dedicada a acompañar a personas y comunidades en su desempeño cotidiano, en la búsqueda de la inserción laboral, en el hacer y en el ocupar nuestro tiempo. Escribo desde lo que me aqueja: trabajar con pocos recursos, con equipos dolidos y cansados, para usuarixs pobres y olvidadxs.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) conceptualiza la salud como el completo estado de bienestar integral, más allá de la ausencia de enfermedad. Es una definición que nos invita a considerar más elementos que los síntomas o malestares de cada individux. Trae a colación la importancia de otros factores (externos al sujeto) para considerar que tenemos ‘salud’. Factores a los que en el campo de la salud les llamamos “determinantes sociales”, es decir, y valga la redundancia, aquello determinado por las condiciones sociales y que por tanto afecta a comunidades y no tan sólo a individuxs.
Gozar de salud mental, entonces, no sólo depende de no presentar síntomas psicóticos, trastornos de ansiedad o cuadros depresivos, sino también de que aquello que nos rodea nos permita desenvolvernos en un ambiente que propicie nuestro completo bienestar. También el emocional y mental. Durante este año de pandemia hemos atendido personas cuyas angustias no responden a factores individuales, sino contextuales: el temor de no tener para pagar lo que hay que pagar, el temor de contagiarse o contagiar a otrxs, el temor de morir, que no es el mismo temor que sentimos todxs, un temor más real. Los números son claros: aquí se nos muere más gente que en otras partes del país. La tremenda frustración de ser analfabetxs digitales, de no saber sacar permisos en comisaría virtual y, por ende, sentirse como delincuentes por asistir al médico o por ir a comprar pan. El no lograr comunicarse con personas queridas, porque no cuentan con planes de conectividad en sus casas. El bombardeo permanente de malas noticias en la televisión, el aumento de las muertes, de la pobreza y de la incertidumbre.
Situaciones como estas se transforman en pesadillas e insomnio, dificultad en la concentración, incapacidad de planificación, desgano profundo, sensación de sinsentido… Aparecen los trastornos ansiosos, los cuadros depresivos, las descompensaciones psiquiátricas.
Nuestra salud emocional pende de un hilo delgadísimo y el personal de salud mental no da abasto. ¿Qué podemos decir, recetar o prescribir que consuele a quien no tiene para dar de comer a sus hijxs? ¿Qué margen de acción nos queda cuando los dolores vienen provocados por la situación que este gobierno ha provocado con su irresponsabilidad en el manejo sanitario, con su compromiso con la impunidad a la violación de los derechos humanos, con su defensa acérrima a los grandes empresarios y permanente abandono a la gente común?
Nuestra salud mental la conquistaremos con una nueva forma de vivir: libre de violencias. No basta con una nueva ley, ni con “permisos de vacaciones” o “franja deportiva”, la nueva Constitución debe resguardar nuestro derecho al buen vivir, no hay más alternativas. Sin instituciones asesinas, con justicia y reparación. Con viviendas dignas, con nutrición apropiada, con acceso al trabajo y con prestaciones de salud mental adecuadas, ofrecidas por equipos multidisciplinarios que podamos poner al servicio de la gente nuestra experiencia, no al servicio del mercado. Equipos que cuenten con infraestructura, material y conocimientos pertinentes; y, por sobre todo, que pongamos siempre el respeto a la autonomía y la dignidad de quienes atendemos por delante, y nunca más los números que tanto se nos exige cumplir. Por supuesto que seguimos cada día trabajando para aliviar el martirio de vivir en Chile, pero sepan que lxs profesionales tenemos un límite. El resto ha de ser responsabilidad del Estado.