Secretaría Nacional de la Juventud y Melero
Llegué al Liceo Municipal de Maipú el año 1983 a cursar segundo año medio. Mis hermanos, Thomas y Juan Carlos, habían llegado al liceo el año anterior, después de haber sido expulsados del Liceo Miguel Luis Amunátegui tras intentos de levantar organización estudiantil para oponernos a la destrucción de la educación pública a través de la municipalización. Mis hermanos fueron parte de la organización incipiente en el Liceo de Maipú junto a Pablo Padilla, Jorge Martínez, Elena Varela, entre otros, que hacían esfuerzos democratizadores dentro del establecimiento, pues en ese periodo la Secretaría Nacional de la Juventud (SNJ) tenía a cargo el centro de alumnos de dicho liceo, dado que (con más de 1.200 alumnos y alumnas) era el establecimiento educacional más importante y tradicional de la comuna. Los presidentes del Centro de Alumnos eran designados por la Rectoría del liceo y, a su vez, supervisados por la autoridad central a través de la SNJ. El encargado, desde la Secretaría Nacional de la Juventud, para la supervisión del liceo era José Miguel Sagredo, un personaje que hacía de profesor de Francés, y que había sido apodado como el “Sapogredo”, quien además oficiaba como “asesor” del centro de alumnos designado.
Ese año logramos el levantamiento del centro de alumnos de la jornada de la tarde (7° a 2° medio), donde fui elegido presidente. Sin embargo, dicho centro de alumnos no fue reconocido por la autoridad del establecimiento, no obstante haber contado con el amplio respaldo del 90 % del alumnado que participó, a través de votación directa, en “urnas libres” instaladas en los patios del liceo. El argumento fue nuestra minoría de edad, añadiendo que “los centros de alumnos debían ser conformados sólo por alumnos de 3° y 4° medio”. De nuestra parte surgió el inmediato rechazo a tal argumento y una rotunda negación a aceptar lo impuesto. Razón por la cual comenzaron a coexistir en forma paralela dos centros de alumnos: uno en la tarde liderado por mí, y otro en la jornada de mañana, liderado por un alumno del liceo designado por la Secretaría Nacional de Juventud. Este joven, de apellido Tamayo, falleció tres años después, siendo suboficial de Carabineros, en situación bastante trágica en Concepción, hecho que también nos estremeció como jóvenes de ese tiempo.
El contexto nacional era cada vez más complejo y en el liceo, como en el país, estallaron cada vez con más fuerza y más seguidas las manifestaciones, ausentismo y fugas masivas de clases a modo de protestas, las que eran perseguidas por el inspector, quien hacía además “listas negras”, con quienes participábamos. Cabe destacar que hubo quienes se la jugaron por defendernos, como el señor Vergara. En 1984 hubo cambios dentro del liceo: don Jorge Rojas, el rector, nombró al profesor de Filosofía, Guillermo Ugalde, como el nuevo asesor del centro de alumnos, validando el proceso eleccionario llevado a cabo al interior del liceo, así como ratificando mi presidencia de la instancia a través de tales elecciones participativas y democráticas.
Como representante del centro de alumnos, empecé a asistir a reuniones a la “Pro-FESES” (Federación de Estudiantes Secundarios), un espacio de coordinación de centros de alumnos elegidos democráticamente y que hacía resistencia a la dictadura que reunía a numerosos CC.AA. de liceos emblemáticos de la Región Metropolitana. Sagredo, aún funcionario de la SNJ y delegado ante el liceo, cuestionó mi participación a esa instancia, por lo que en negociaciones con el profesor Ugalde, asesor del CC.AA., se llegó al acuerdo que asistiéramos a ambas coordinaciones: a la de la “Pro-FESES” y a las que organizaba la SNJ, cosa que un principio no me agradó mucho, pero que después fue favorable porque hicimos correr la voz al interior de la SNJ sobre la existencia de la Pro-FESES invitando a todos a participar, con lo cual logramos cooptar poco a poco el espacio y aprovechar las condiciones materiales que nos brindaba para, no obstante ser la mayoría de oposición, lograr reunirnos en un espacio físico con comodidades y condiciones materiales; a diferencia de las condiciones en que lo hacíamos bajo el amparo de la Pro-FESES, en que debíamos estar escondidos, rotando por distintos espacios de reuniones (Fech, Vicaría de la Solidaridad, Centro Ecuménico plaza Maipú, entre otros), y siempre con mucho temor e incomodidades.
Así fue como al final de una jornada de protesta, en que nos encontrábamos varios dirigentes reunidos en la sede del SNJ de calle 5 de abril, hizo su aparición Patricio Melero rodeado de un séquito de gente; en ese momento, y por varios días, no desconocíamos de quién se trataba. Melero tomó la palabra para, sin mayores preámbulos, comenzar a llamarnos la atención de manera muy altanera sobre “cómo estábamos permitiendo que los comunistas y los marxistas se metieran en los liceos”, que él “no quería pendejos revoltosos en los liceos” y que éramos “una manga de hueones ineptos”. Que “si necesitábamos más ayuda, se la pidiéramos”, que éramos “tontos porque estábamos permitiendo que se metieran los marxistas en los colegios” e invitaba “a tomar todas las medidas pertinentes, hacer presión a los directores, a denunciar y perseguir a los profesores que estuvieran respaldando a alumnos terroristas y marxistas que se estaban metiendo en los colegios”. Tras lo cual, Sagredo se acercó y le hizo saber que había personas ahí que no eran fieles a los principios de la SNJ. Tras ello Melero moderó un poco el discurso, no obstante ya había hecho el llamado de atención y encomendado la tarea de acabar con la organización estudiantil. Las intimidaciones de Melero tuvieron efecto en la reunión, pues varios de los compañeros presentes se mostraron claramente atemorizados. Sin embargo, por mi parte me atreví a levantar la mano para hacerle saber mi disconformidad con la forma y el fondo de lo que había expresado; y agregar que “como dirigentes estudiantiles nos debíamos a quienes representábamos”. Entre los dirigentes que estaban presentes en esta reunión recuerdo a Jorge Garrido Salazar, Valentino Valencia Vásquez, Cristián Cabrera y otros.
Días después, el profesor asesor del Centro de Alumnos nos citó a reunión de directiva del CC.AA., además de colaboradores más cercanos. A dicha reunión asistieron Valentino Valencia, Valeria Valencia, Ernesto Plaza, Nieves Hernández, Claudia Mix, Bárbara Gutiérrez, Claudia Gallardo, Rodrigo Poblete y varios otros compañeros y compañeras. En la instancia el profesor Ugalde nos contó que, desde la autoridad central le habrían solicitado a él y al rector Jorge Rojas, tomar medidas tanto con nosotros, como con los profesores que respaldaran nuestro trabajo. Nos sugirió que “calmáramos un poco los ánimos” y que “dejáramos pasar un poco el tiempo”, pues debían “ser muy estrictos con nosotros” y “no permitir esta revuelta que se estaba ocasionando en el liceo”. Añadió que al rector le habrían facilitado una lista para “supervisión”, en donde figuraban profesores opositores a la dictadura. Lógicamente, dicho listado no tenía carácter de público, pero el profesor Ugalde se animó a contarnos por cuidado hacia nosotros. Recuerdo claramente cuando al salir de dicha reunión el profesor Ugalde se dirige a mí y me expresa: “cuídese y no sea tan puntarelli”.
Es así como, en medio de muchas protestas, detenciones de amigos y amigas, paros nacionales, se realizó una manifestación en la comuna. Estábamos haciendo “un rayado” en un muro, cerca del monumento que hay a unas cuadras de la Plaza de Maipú, cuando llega mi amigo Freddy Tapia en bicicleta para decirme que notó que me venían siguiendo. Alcanzo a mirar cuando veo que, desde un vehículo blanco, descienden cuatro civiles que corren en dirección hacia donde yo estaba. Se produce una dispersión de gente y uno de los civiles que había descendido del automóvil me tomó del pelo a mí y tiró del brazo a mi compañera, motivo por lo que yo atiné a empujarlo y golpearlo con el bolso que llevaba en ese momento. Mi compañera corrió entre la muchedumbre y yo también. Los “civiles” se volvieron a subir al auto blanco y comenzaron a seguirme; corrí, escabulléndome por las calles cercanas, hasta que apareció frente a mí el mismo auto con los civiles, los que me cerraron el paso, me atraparon y me tiraron al suelo. Luego me subieron al auto, me golpearon en reiteradas ocasiones -tanto en la espalda como en la cabeza- con la culata de una pistola. Uno de ellos agarró otra arma y me golpeó en la cabeza, a la vez que me insultaba y me amenazaba y gritaba que yo le había pegado, mientras otro civil le decía que se calmara. Tras lo cual el civil interpelado, que al parecer habría sido a quien yo habría golpeado con mi bolso, empezó a jugar a la “ruleta rusa” en mi cabeza. Fue así como repitió unas 3 o 4 veces la acción, haciendo girar la nuez de la pistola y luego apretando el gatillo directo en mi sien, sin que -para mi suerte- se lograra percutir ni una bala. Mientras, otro de los civiles que estaban, le decía “cálmate hueón, cálmate, qué te pasa”, a lo que el sujeto que me golpeaba repetía: “un comunista menos”.
Tras eso, y después de unas vueltas en auto y varios golpes más, se devolvieron al monumento de Maipú (en donde ya había terminado la protesta) para entregarme a Carabineros. El uniformado que me recibió me puso las manos en la espalda y me esposó y todo lo que duró el trayecto de camino a la 25° Comisaría (que en ese tiempo estaba en la esquina de 5 de abril con Pajaritos), donde también recibí maltrato por parte del oficial a cargo.
Estos incidentes están dentro de varias acciones represivas sufridas por mi familia y cercanos desde el año 1983 hasta el año 1986, entre las que se cuenta el allanamiento de la casa y posterior secuestro y tortura por parte de la CNI de mi hermana Patricia, estudiante y dirigenta de la UCV en Valparaíso, la detención por parte de Investigaciones (actual PDI) de mi hermana Claudia, junto a Bárbara Gutiérrez y a Claudia Gallardo, todas con 16 años, estudiantes del Liceo Maipú y que conformaban la recién elegida mesa del CC.AA. del liceo, después de terminar el periodo de la mesa de la que yo era parte. En el cuartel de Investigaciones las tres fueron interrogadas y amedrentadas.
Hubo también allanamientos selectivos en varias casas de manera simultánea: la de mis padres en la Villa del Rey (donde yo vivía); la casa de mi hermano Víctor Hugo, la de nuestra vecina María Eliana Segura, la de la familia Gutiérrez, la de la familia Jara Castillo, la familia Riquelme y tantas otras pertenecientes a otras familias luchadoras.
En Maipú, la comuna de la alcaldesa farandulera que baila, aún falta el memorial y justicia de los jóvenes que como José Orlando Flores Araya (el “Toro Loco”), detenido desaparecido, sacado desde la sala de clases de la Escuela Industrial de Maipú en agosto de año 1974; Ronald Wood, asesinado el año 1986 (que también fue alumno del Liceo Maipú), Roberto Romero, abatido por carabineros en Blanco Encalada y calle Victoria; como los y las jóvenes acribillados en la casa de las calles Libertad con Victoria, en la llamada “Operación Albania” y tantos otros que se enfrentaron al poder que hoy, como ayer, representan personas como Patricio Melero, el mismo que hoy es ministro del Trabajo y fue parte de la siniestra forma de gobernar de la dictadura de Pinochet, “trabajando” para que los jóvenes de nuestro país funcionaran a imagen y semejanza de los 77 que habían acompañado a Pinochet en el Cerro Chacarillas y que siguen resguardando el legado del dictador.