Jiles

Jiles

Por: Cristián Zúñiga | 03.04.2021
Jiles entendió que ser llamada como diputada o candidata representaría más de lo mismo, por lo que se autobautizó como “la abuela”. También entendió que, en estos días de incertidumbre y desolación, la ciudadanía estaba harta de ser tratada como una fría Clave Única, razón por la cual decidió llamar a sus seguidores y devotos como “nietitos”. Y, por supuesto, Pamela tuvo la habilidad de hacer un elegante portonazo a los parlamentarios que originalmente propusieron la política pública más exitosa de nuestra historia republicana: el retiro del 10% (y al ritmo de una danza que imitaba a uno de los personajes más populares del anime japonés).

El tiempo pasa y en la cima de las encuestas presidenciales se comienzan a afirmar algunos nombres que, hasta hace poco, eran sinónimos de bromas y escepticismos. Se trata de personajes políticos forjados al calor del espectáculo, vale decir, de aquellas relaciones sociales mediadas por las imágenes. En este caso, no es desde el relato basado en la trayectoria heroica (esa medalla de honor a la trayectoria política), ni desde el tono maternal para explicar las políticas públicas (el carisma de la cariñocracia), menos aún desde la verborrea de algún economista ido de la realidad o de un empresario perverso (la tontería de creer que la tecnocracia es sinónimo de buen gobierno). Los políticos que lideran las preferencias y porcentaje de conocimiento entre la población son habitués de matinales, reductos mediáticos desde donde han ido afincando un discurso basado en la administración de necesidades sociales y carente de toda negatividad ideológica.

En la pole position presidencial aparecen los apellidos Lavín, Jiles, Jadue y Matthei. Luego, muy por debajo, se asoman los Kast, Boric, Desbordes y al fondo de la tabla, casi cayendo, la candidata propuesta por la ex Presidenta Bachelet. No cabe duda que lo más llamativo de esta tendencia tiene que ver con una figura que parece inamovible en la parte alta de las encuestas. Se trata de una mujer que, en teoría, representa los colores de las izquierdas, vale decir, de aquel espectro político impugnador del capitalismo y que cobija tanto a militantes de la ex Concertación como a los jóvenes que se encaramaban en la estatua del general Baquedano: la candidata Pamela Jiles.

Pamela Jiles es una periodista que se hizo famosa en la televisión, fundamentalmente en los programas de farándula, espacios que durante años vienen ejerciendo el “todo vale” a la hora de opinar, reportear, exhibir y asesinar a quien sea con tal de liderar el rating. Para estar en un programa de farándula, hay que tener cuero grueso, casi nada de vergüenza y un olfato social fino. A las audiencias (aquel pueblo alienado desde la hiperconexión del capitalismo tardo moderno) hay que mantenerlas atentas y para ello se deben conocer sus perversiones, deseos, alegrías y miedos. Quien logra controlar el swicht central de un programa de farándula, o convertirse en uno de sus rostros, obtiene la llave maestra para acceder a las subjetividades del pueblo.

Para cualquier militante, seguidor o intelectual de las izquierdas tradicionales, ejercer la política desde el frívolo territorio de la farándula sonaría a tragedia o aberración pues, tal como lo describiera Guy Debord en su magistral obra La sociedad del espectáculo, se trata de un momento en el cual la mercancía completa su colonización de la vida social. Si Marx, en el amanecer de la modernidad, ya nos anunciaba que en el capitalismo todo es mercancía (incluidas las personas), en estos días del 5G nuestras subjetividades han pasado a convertirse en el principal botín. Por lo mismo es que, para una sociedad que ya no absorbe sus posiciones políticas desde mamotretos filosóficos, fanzines libertarios o charlas de Silo, sino que (habría que ser necio para desconocerlo) desde las vertiginosas carreteras de las redes sociales, la forma ha pasado a ser más importante que el mensaje.

Por lo mismo es que Pamela Jiles es la carta más competitiva de las izquierdas en la actual carrera presidencial, pues conoce mejor que ningún otro político de ese sector, los tiempos y formas del espectáculo. Jiles entendió que ser llamada como diputada o candidata representaría más de lo mismo, por lo que se autobautizó como “la abuela”. También entendió que, en estos días de incertidumbre y desolación, la ciudadanía estaba harta de ser tratada como una fría Clave Única, razón por la cual decidió llamar a sus seguidores y devotos como “nietitos”. Y, por supuesto, Pamela tuvo la habilidad de hacer un elegante portonazo a los parlamentarios que originalmente propusieron la política pública más exitosa de nuestra historia republicana: el retiro del 10% (y al ritmo de una danza que imitaba a uno de los personajes más populares del anime japonés).

El estilo de Jiles es visto, por gran parte de las izquierdas chilenas, como una derrota cultural y política. Mientras que, para otros, como una oportunidad para recuperar los corazones de un país que nunca prendió con los colectivismos forzados de Fidel ni con la traición capitalista de los renovados. Los que piensan lo primero, muchos de ellos alistados para votar por Jadue o Boric, saben que, en el trayecto de la carrera presidencial, los discursos de sus candidatos irán tomando el penetrante color de las ideologías: Jadue tendrá que exhibir su rojo comunista y Boric su juvenil entraña frenteamplista. Es cosa de imaginar a ambos candidatos, barbones y de robusta contextura masculina, explicando en televisión el significado de aquel pomposo y manoseado término que parece mantra para las izquierdas contemporáneas: el neoliberalismo. No será fácil criticar los males presentes y proyectar soluciones de futuro, a punta de impugnaciones a un modelo que, hasta hace poco, muchos chilenos exigían mejorar (es poco probable que Jadue o Boric se refieran a los retiros del 10% como un buen ejemplo de lo que significa el neoliberalismo).

Por otro lado, están quienes observan, silenciosamente y sin emitir juicio alguno, los movimientos de la candidata Jiles. Incluso, muchos políticos se le han acercado para ganar su simpatía, todo con tal de obtener alguna invitación para posar en una conferencia de prensa u obtener alguna mención en su taquillera cuenta de TikTok. Es probable que, para estos políticos, de lo mismo quedar de oportunistas o desleales ideológicos, pues de seguro han visto cosas peores y sin redito similar. Es más, para los militantes humanistas, no ha sido tan traumatizante que Pamela se hiciera de las llaves y el timbre de su partido, menos aún, cuando a sus memorias se vienen viejas aventuras presidenciales como las de Tomás Hirsch o Marcel Claude.

No deja de ser sintomático que, en medio de la confusión reinante, donde las derechas se dicen socialdemócratas y las izquierdas, desconcertadas y confundidas, reciben el aterrizaje de un hipercapitalista Partido Comunista chino, sean figuras del espectáculo las cartas más competitivas. Y puede que esto llegue en el momento propicio para la izquierda, pues sabido es que la candidatura con más posibilidades de acceder al sillón presidencial es la de Joaquín Lavín: el padre de la farandulización de la política chilena. Una segunda vuelta entre Pamela Jiles y Joaquín Lavín no haría otra cosa que galvanizar el presente cultural de un país que, hoy más que nunca, vive al ritmo del espectáculo.