Nuevo estudio: Con la degradación de la naturaleza, se reduce la calidad de vida de los humanos
Los últimos 50 años han sido testigo de la degradación catastrófica de los ecosistemas y los entornos naturales del planeta. Cada día, al menos 32 300 hectáreas de bosque desaparecen, y el tamaño de las poblaciones de vida silvestre se ha reducido en un promedio del 60%, según un WWF de 2018.
Para algunos, esta destrucción es un efecto secundario desafortunado del desarrollo económico humano. Para otros, simboliza una especie desconectada de su alrededor que está creando las condiciones para una catástrofe a toda velocidad. Aunque el debate sobre los costos y los beneficios del avance de los humanos en la naturaleza es tendencia en todo el mundo, pocos estudios han intentado cuantificar una de las cuestiones centrales del debate: ¿es todo este cambio para mejor o para peor?
En un estudio publicado en octubre, un equipo de investigadores que trabajan en la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) se propuso contestar a la pregunta. La IPBES es un organismo internacional cooperativo establecido por las Naciones Unidas en 2012, parecido al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático pero con el foco en la biodiversidad y los servicios ecosistémicos en lugar de las emisiones de carbono.
Los investigadores, que representan a 12 países en cinco continentes, analizaron más de 2000 estudios publicados en revistas científicas junto con otros materiales. Descubrieron que casi en todas partes la destrucción del medioambiente está haciendo que la gente viva peor, y en situaciones con resultados mixtos, los impactos negativos afectaban más profundamente a personas con ingresos bajos y países más pobres.
“Revisamos la literatura científica que analizaba varias formas en las que la naturaleza contribuye al bienestar humano, así que fue una síntesis enorme de datos existentes y estamos intentando resumir el estado y las tendencias de esos varios beneficios que la gente obtiene de la naturaleza”, dijo Stephen Polasky, profesor de economía ecológica y ambiental en la Universidad de Minnesota y uno de los autores del informe.
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Para llegar a un conjunto de datos coherente, Polasky y sus colegas tuvieron que encontrar una forma de categorizar las diferentes maneras en que otros investigadores han evaluado los beneficios de la naturaleza en su trabajo. Acabaron con cuatro categorías: “contribuciones potenciales” de la naturaleza, “contribuciones realizadas”, condiciones ambientales e impactos en las personas.
Separaron las dos primeras observando si los humanos se benefician de los servicios de un ecosistema en la actualidad o si no se benefician ahora, pero podrían hacerlo en algún momento en el futuro. Así, por ejemplo, la destrucción de un tramo de bosque se contó como una reducción de las contribuciones potenciales de la naturaleza, independientemente de si estaba ofreciendo servicios a los humanos o no, mientras que se midió como un cambio en las contribuciones realizadas solo si el cambio había afectado a la vida humana.
Se dio una categoría propia a las condiciones ambientales para diferenciar la forma en que la naturaleza responde al cambio y cómo esta transformación afecta a los humanos. El ejemplo que los investigadores utilizaron para explicarlo es la contaminación: cuando las fuentes de agua se contaminan, la contribución de la naturaleza al bienestar humano aumenta, ya que los ecosistemas trabajan más para filtrar los contaminantes, pero las condiciones ambientales generales en las que viven los humanos han empeorado.
Finalmente, esos tres conjuntos de datos se combinaron y analizaron para determinar su impacto general en la calidad de vida según 18 de las categorías de la IPBES para las contribuciones de la naturaleza a la humanidad.
Tabla que muestra los resultados del análisis del estudio sobre los cambios en la naturaleza y su efecto en el bienestar humano.
En la mitad de esas categorías, los investigadores descubrieron una disminución en la calidad de vida que estaba directamente causada por los cambios en la naturaleza desde 1970. Esto se muestra en un aumento de las muertes a causa de la contaminación del aire, daños a los sistemas de polinización cruciales para la reproducción de las especies de plantas utilizadas por las personas y el impacto de las catástrofes ambientales como las inundaciones y los incendios forestales.
“Si vives en los trópicos y hay manglares que ayudan a protegerte de las tormentas costeras y las inundaciones, podemos cuantificar, por ejemplo, cuánta protección ofrece un manglar o un humedal costero en realidad. Y cómo disminuye la probabilidad de que te afecte la inundación”, dijo Polasky a Mongabay. “Al final, podemos cuantificar en términos monetarios la reducción de los daños materiales”.
Los impactos más positivos se observaron en la conversión de los ecosistemas a producción de bienes de consumo, junto con el empleo que esos cambios generaron. El estudio decía que era más fácil recopilar datos sobre esos impactos porque típicamente se registran en estadísticas económicas, a diferencia de otros servicios más directos que la naturaleza ofrece en relación con la identidad, la cultura y el bienestar psicológico.
Según Polasky, los pocos datos que existen sobre estos últimos impactos —cruciales para los pueblos indígenas y rurales en todo el mundo— representan un vacío que tiene que cerrarse con ciencias sociales e investigación antropológica para construir un panorama completo del impacto de los humanos en la degradación de la naturaleza.
“Cuando hablas de identidad y experiencia, hablas de cómo la gente piensa y se siente sobre las cosas, y eso es más difícil de cuantificar”, dijo. “Las ciencias sociales y las humanidades no han estado involucradas de forma central en este tipo de evaluaciones, y ahí está el vacío. Ojalá a medida que avancemos empecemos a cerrar algunos de estos vacíos”.
Los datos que sí existían para las categorías de “identidad” y “experiencia” indicaron que los impactos del cambio ambiental no se notan uniformemente en diferentes clases sociales dentro del mismo país o países diferentes. A medida que los pueblos rurales e indígenas pierden acceso a los ecosistemas y, en ocasiones, son obligados a trasladarse a áreas urbanas, más gente acomodada puede aprovechar los recursos económicos a su disposición para visitar y sumergirse en espacios naturales.
“Que la gente pierda la identidad y una experiencia directa con la naturaleza está correlacionado con estos desequilibrios mundiales entre las necesidades de las áreas rurales y las áreas urbanas, y es también un problema de derechos humanos en cuestión de acaparamiento de tierras que están controladas por pueblos indígenas y comunidades rurales”, dijo Yildiz Aumeeruddy-Thomas del Centro Nacional Francés para la Investigación Científica y coautor del estudio.
En otras palabras, a medida que los ecosistemas se han dañado o destruido con el crecimiento económico y otras actividades humanas, los más pobres están sufriendo una degradación en su calidad de vida, mientras que los ricos pueden encontrar formas de contrarrestar algunos de los efectos.
Los investigadores fueron cautelosos a la hora de señalar que sus resultados reflejan los impactos específicos de los cambios en el ambiente y no consideraban las mejoras del bienestar generadas por la disminución de la pobreza y la innovación tecnológica.
Polasky dijo que, en general, el estudio pinta una imagen muy desoladora de la aceleración de los daños que la humanidad está causándose a sí misma con su forma de ver la biodiversidad y la naturaleza.
“Hay muchas cosas que la naturaleza hace en relación a cómo funcionan los ecosistemas, como la forma en que filtran la contaminación y cómo la polinización trabaja para proporcionar alimentos. Muchos de estas cosas son beneficios algo ocultos de la naturaleza que damos por hecho, pero cuando las pierdes y pierdes esos beneficios, hay consecuencias reales para los humanos”, dijo. “Ahora vemos esas consecuencias confirmadas, y si seguimos con estas tendencias, seguramente empeoren”.