LUGARES PROFANOS| De La Piojera al Bar Serena: Tres décadas de cambios en la lógica del enlarge your dick
Comenzaré por recomendar el podcast Los bares son patrimonio, de mi querida colega y amiga Elena Pantoja, en Súbela Radio. El programa tiene hasta el momento cuatro episodios disponibles, en los cuales se retrata y evoca a algunos de los más épicos restaurantes del Santiago Centro del fin de siglo: el mítico 777 de Alameda, El Roma y Las Tejas en San Diego, el rincón de los Canallas en los distintos locales y emplazamientos que tuvo, y el tradicional La Chimenea por Moneda. De hecho, lector, lectora, antes de seguir leyendo, vaya y escuche los podcasts que le estoy diciendo, duran alrededor de 20 minutos cada uno y están rebuenos, además pa que me entienda lo que voy a hablar más rato.
Bueno, entonces lo primero que noto yo, es que en Los bares son patrimonio se mezclan los lugares que quedaron en el camino y son una foto sepia en un cajón polvoriento –como el 777–, y aquellos otros que –como el Roma y La Chimenea– aún sobreviven adaptándose mal o bien a las atáxicas mutaciones de un ciudad abandonada a la voracidad criminal de los especuladores financieros, en un contexto de encierro distópico facista.
Porque las anécdotas múltiples en boca de dueños, trabajadores, periodistas, escritores y estudiosos de la ciudad, nos hablan de cómo esta fue cambiando políticamente, en tanto polis. En tanto espacio físico donde se habita y expresa la cultura de una sociedad que durante la dictadura se respiraba provincianamente constreñida y que luego entró en una histeria de malls y rascacielos con el retorno de la democracia, dando un salto de monstruo a monstruo deforme con nuestra economía en exhibición como la más abierta del orbe a la inversión extranjera, la promesa neoliberal del jaguar, de la pirotecnia de la torre Entel al celular de la Telefónica, y de este al falo del Costanera Center. Tres décadas de cambios en la lógica del enlarge your dick.
No quiero adelantarme a los episodios que vendrán en el podcast de mi querida colega ni repetir las historias que están ya online. Pero me imagino que no va a faltar por ejemplo un capítulo para La Piojera. Que puede por proximidad involucrar al Wonder Bar, al Olímpico y/o al Touring. Lugares en los que aún te pueden robar si eres turista, pero ya que tu interés antropológico o sed de experiencias extremas es tan intensa, puedes apreciar el comportamiento del lumpen y del flaite en primera fila. Se recomienda no dar de comer a las palomas.
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Un barrio en el que estaba la cárcel y el terminal de buses norte hasta 1994, donde ahora hay edificios corporativos tanto de la Municipalidad de Santiago como de Aguas Andinas, ponte tú. Un barrio en el que hasta no hace tanto se seguían produciendo sospechosos incendios en los cités que aún resisten en esos edificios antiguos de Bandera, Rosas, Morandé o General Mackenna, llenos de peruanos y colombianos. El barrio del detective Heredia de Ramón Díaz Eterovic. Así como en el episodio 1 del podcast al que nos hemos referido se recuerda la pasada de Mike Patton junto a su amigo Alberto Fuguet por el bar 777; en el caso de La Piojera se puede recordar la presencia del francés Manu Chao el año 2000, provocando un efecto similar al que Fuguet reconoce ayudaron a provocar con sus presencias de famosos en estos tugurios de mala muerte. Se llenó de hipsters.
Otra historia es la que cuentan los restaurantes que no sobrevivieron. En el caserón donde estaba El Puente de Bórquez, en calle Miraflores antes de Monjitas, ahora está El Cordobés. Ese local ofrecía una combinación ambiental extraña, pues mientras ofrecía un menú de especialidades chilotas, funcionaba como sede tradicional de la colonia peruana, por lo que era conocido también como El club peruano. El escritor Luis López Aliaga da un tangencial testimonio del club en su novela La imaginación del padre. Recuerdo que estuvimos allí para la presentación de un libro del poeta Carlos Soto Román, allá por 1999. Y me parece que fue con el propio López Aliaga, y seguro también con José Leandro Urbina, que algunos años después terminamos compartiendo en otro local de familia, especializado en carnes de cerdo, en calle Domeyko con Almirante Latorre, y que cerró hace poco también definitivamente, Las delicias de Quirihue, donde llegamos conducidos por los periodistas Gonzalo León y Pedro Pablo Guerrero. Estos restaurantes pertenecen eso sí a la categoría “grato ambiente familiar”, y no se parecen en nada a los antros de baños imposibles de calificar que hemos referido antes. A estos los liquidó el cambio de la ciudad nomás. Los dueños se aburrieron. No fue el metro ni las inmobiliarias. O no directamente.
Lo cierto es que como comentan algunas fuentes del podcast, los escritores y periodistas son un tipo de clientes que por su oficio de manera natural o espontánea resultan fundamentales en la construcción de un relato para estos locales, donde refrescan sus ideas, solucionan el hambre, especulan sobre el rumbo del mundo o confiesan sus tribulaciones. Tan fundamentales como los cronistas –desde los antiguos Joaquín Edwards u Oreste Plath hasta los contemporáneos Francisco Mouat o Sergio Paz (guácala por qué me acordé de él)–, son tratándose de los bares, los poetas. Imposible pensar una cartografía de los restaurantes y bares de Santiago sin pasar por La Unión Chica, en Nueva York 11, la segunda casa de Jorge Teillier, escenario del vozarrón de Stella Díaz Varín, un vórtice donde se daba cita la poesía chilena en los 80: “la cofradía de los botones negros”.
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Uno de los entrevistados como fuente por Los bares son patrimonio es Criss Salazar, investigador autor del blog Urbatorium, y del libro Crónicas de un Santiago oculto (RIL editores, 2014), ambos tremendos aportes, indispensables para trazar una cartografía de nuestros lugares profanos. También recordé el blog y libro Eje San Diego. Arqueología de una calle mágica, de Ricardo Chamorro (Ed. La Polla Literaria, 2013). Y también pensé en el trabajo de rutas patrimoniales de Cultura Mapocho. Atentos rastreadores de picadas, los cronistas son bohemios arquetípicos que tienden a pagar la cuenta cuando ya no falta sino apagar las luces, dispuestos a desenrollar la madeja de una historia hasta la última y más fina hebra a la espera de un golpe noticioso, un giro inesperado o una primicia, o bien del primer rayo de sol.
He mencionado lugares que quizás vayan a ser tratados en el podcast de mi amiga, pero quizás no. Y no quiero terminar, volviendo a los tugurios con baños para valientes, sin contar cómo en el Barrio Yungay vivimos la pérdida del Huaso Carlos y del Bar Serena. Más de una vez coincidimos con Elena Pantoja en este último, a pasos de la Plaza Brasil, cantando y recitando en sendas jornadas con las que los parroquianos esperábamos cumplir la misión de no dejarlo morir. Desde que el 2015 don Nano anunció su deseo de cerrar, periódicamente uno se dejaba caer a cualquier hora, pa una cazuela al almuerzo, o para las míticas piscolas sin lucro de los viernes. Si ya la estaba viendo peluda luego del estallido, no sobrevivió a la pandemia. El Huaso Carlos tuvo menos defensa, acaso porque sus parroquianos estudiantes del ARCIS ya habían quedado desahuciados el 2017. Dicen que el negocio estaba bien avanzado, que ya no había nada que hacer cuando los dueños dieron la noticia. Al llegar el 2018, en cuestión de semanas, el restorán chino Oriental ya estaba instalado en Esperanza con Romero.
He caído en cuenta de que tiendo a categorizar los restaurantes a partir de sus baños. Esa podría ser una interesante medida, podría hacer una deriva cartográfica con esa cuerda a la vista. Además esto se trata de lugares profanos. Sí, me consta que en algunos hogares al baño le llaman santuario, y en otros le dicen trono al WC. Me imagino a Warnken: ¿cómo le dirá al baño? Apuesto que “baño” nomás.