Quilicura, teatro y Juan Radrigán
La Flavia dice que algunas tardes la esperas en el sillón para ver la tele. Tu rostro enmascarillado empapela los postes y paraderos del centro a la periferia; tus personajes, locas y desheredados, salen en la tele reclamando sus parlamentos: se han quedado sin habla; tus manos en cúpula son un campo energético protector sobre la primera línea. Y te he vuelto a ver anoche, emocionado, como cuando leíste tus poemas en un bar de Bellavista. Era el 2001, hacíamos la revista La Calabaza del Diablo, Marcelo Montecinos te había publicado El exilio de la mujer desnuda, y confesaste que no solías leer en público por eso mismo, porque te ponías a llorar, y entonces todos contigo lloramos, por este Chile que sigue en llamas, en manos de unos depravados, asesinos impunes de madres desalmadas, país secuestrado sometido a tortura y ultrajes, como la hija de un monstruo austríaco.
Si hace unas semanas Carmen Romero a nombre de la Fundación Teatro A Mil insistía en instalar el “enero teatral” como un hito del calendario, como una tradición que se adopta culturalmente, y en ese contexto recordaba a Andrés Pérez sin explicar por qué o cuándo, es decir, si aceptamos ese relato según el cual estamos en el mes de las artes escénicas o algo así, entonces habría que decir que este año el personaje que se robó la película, o si se prefiere el héroe homenajeado del año, es sin duda Juan Radrigán. Sí Juan, tú.
La situación es la siguiente
Causa: pandemia. Efecto: las artes escénicas se empantallaron, y ahora todo se hace virtualmente, remotamente, vía teleconferencia o streaming. La sala de teatro, el escenario, el espacio de representación en tanto lugar, es deshabitado, liberado, desconceptualizado. La obra o función es en la pantalla, en la plataforma. Y por eso una corporación cultural sin presupuesto, sin teatro ni butacas, de una comuna pobre y un municipio aún más pobre, puede darse el lujo de disputarle la cartelera a cualquier Festival Internacional de Teatro a gamba. Es lo que ha hecho la muni de Quilicura, conocida peyorativamente como Qulicuma, Quilicumbia o Quelocura.
Como era de esperarse, la iniciativa es gestión de una soldado de la cultura como tu hija Flavia Minerva. Tampoco es la única que anda en esa fijaté ah. Quiero decir que por ejemplo en Renca hace unos meses también estaba activando con talleres y funciones otro compañero capo de las artes escénicas, el Mauricio Celedón del Teatro del Silencio. Se trata de eso, ¿no? La militancia del teatro como una política, versus el teatro-espectáculo de la política.
Seguimos en eso, Juan, junto a los pobres, de puro porfiados
Por eso la Corporación Cultural de Quilicura te está dedicando el “mes del teatro” (sí, lo sé, ahórrate los comentarios), y hay seminarios, conversatorios, y montajes o lecturas dramatizadas de muchas de tus obras. Y digámoslo: ha salido tremendo, hermoso, conmovedor, como tiene que ser el teatro. A pesar de la distancia social, el toque de queda y la sangre derramada, hermano. A pesar de tanto llanto de madres, de niñas, de niños, de la nación mapuche entera Juan. A pesar de tanto, ha sido hermoso ir aunque sea una vez, al teatro. Porque si sales emocionado, entonces fuiste al teatro. Y está pasando, Juan, está en pleno desarrollo, quedan funciones, charlas, nuevas instancias para encontrarse, para encontrarnos. Para no perdernos. Como un trío de palabras clave: Quilicura Teatro Radrigán.
El lunes por ejemplo, la periodista Marietta Santi habló sobre El loco y la triste, y nos hizo recordar la escena conmovedora de amor entre estos dos miserables, parias que no por parias han dejado de ser carne deseante, y es hermoso cuando descubren en sus miradas el amor físico, la caricia. Marietta riéndose contó que alguna vez tú le dijiste que de haber nacido en Londres, te habrías seguramente hecho famoso. Y entonces, al rato, Gonzalo Cid te comparó con Shakespeare. Sí, a mí también me dio risa. Pero no estamos tan lejos te debo decir. Si Redolés dice que Bob Dylan es el Redolés inglés, tú perfectamente puedes decir que Shakespeare fue el Radrigán británico. ¿Cómo la ves?
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Más allá del piropo, hablando de tu obra recordamos el texto de Las brutas. Y ahí mismo en realidad recordamos a las hermanas Quispe. Recordar, que es volver a pasar por el corazón. Y entonces volver a pasar por el corazón el suicidio de esas tres mujeres coyas, en un contexto en que se les dispara a niñas y mujeres mapuche, duele. Duele mucho. Y hace falta decirlo y gritarlo, el miedo y el horror en un país permanentemente sobrevolado por helicópteros. Juan, cuando se fue Pedro Lemebel yo lloré porque me dije “cuánta falta nos vas a hacer Pedro”. Me pasó lo mismo cuando te fuiste tú, querido maestro y compañero.
Y en estas jornadas, mientras las bocas flojas de los discursos oficiales hablan del mes del teatro, mientras le prenden fuego a la pradera y secan los ríos, y pintan y repintan de gris el caballo de Baquedano, sucede que va creciendo desde el pie, como el musguito en la piedra, con la paciencia de la mujer que teje la fibra vegetal, la savia nueva, la emoción, la esperanza, la fe en la humanidad. Y esa fe, esa savia, esa esperanza se alimenta de la emoción que nos producen tus obras, tu palabra de poeta, la voz de tantas y tantos, los que sufren. Nunca más en blanco y negro, nunca más en sepia. Como hermosamente lo puso en sus palabras Laura Gandarillas: Radrigán va del rojo al azul, con algunos toques de verde, aunque el verde evoque a veces al verde paco. Del rojo al azul, el color saturado, subrayando la intensidad de la emoción. Sí, así es tu teatro. Vivo. Vivo y creando. Hay Juan Radrigán para rato.