ADELANTO| Genio de toro bravo: Así es el próximo libro de Fernando Pairican

ADELANTO| Genio de toro bravo: Así es el próximo libro de Fernando Pairican

Por: Elisa Montesinos | 11.01.2021
En su próximo libro de pronta aparición, "Toqui. Guerra y tradición en el siglo XIX" (Pehuén Editores), el historiador Fernando Pairican da cuenta de la ocupación militar de la Araucanía, ocurrida hace casi 150 años, y de cómo esa violencia permanece dolorosamente viva para las y los descendientes de quienes entonces resistieron la embestida del Estado chileno. Aquí presentamos un adelanto.

La advertencia principal a Smith se la dio una de las esposas del ñidolongko, Chachay: “Mañin tiene el genio de toro bravo; tenga cuidado de no hacer nada que pueda ofenderle”. Smith dilucidó que “Mañin, a quien íbamos a visitar, había desempeñado el puesto de toqui de la Paz, o Gran toqui, durante más de veinte años, y su autoridad se respetaba mucho, no solo por su posición y su familia, sino aún más por su sagacidad y porque había hecho más que cualquier otro para apaciguar las disensiones internas de sus compatriotas y evitar dificultades con extraños”. Pero sobre todo, nos informa, en la mapuchería se castigó la venta de tierras. La propiedad era común, solo los ñidolongko podían distribuirlas entre su gente, “decretando la muerte de los que venden su territorio a los blancos”. Como hemos dicho, la sociedad tradicional mapuche era ”horizontal en verticalidad”: primaba el líder que por su valor, habilidades políticas y culturales, experimentaba un ascenso sobre sus pares en base al prestigio. 

En esas tierras, respaldadas por cerros coronados de bosques, cruzados por ríos cristalinos, se encontraba el refugio de uno de los personajes de esta narración histórica. Con precisión, Smith, describió una construcción de ochenta pies de largo por treinta de ancho, en cinco hileras de postes de doce a quince pies de alto, “capaz de contener un gran número de personas”. Lo que presenciaba el estadounidense era la sala de reuniones en que se tomaron, tal vez, las decisiones más importantes de esta historia. A un extremo se encontraba una especie de sillón de madera de dos o tres pies del suelo por cuatro de ancho construido por tablones que descansaban sobre troncos. Cubierto de cueros de ovejas y tejidos de lanas, ante los ojos de Smith se encontraba sentado el toqui del siglo XIX: Mañilwenü, que fumaba en una pipa fabricada en piedra de talco con boquilla de caña. 

Smith lo describió de la siguiente manera: 

Era muy anciano —se calculaba su edad en noventa o cien años o aún más— pero su aspecto no indicaba una vejez tan avanzada. Derecho, pero sin gran vigor, con ojo vivo y penetrante y el cabello poco canoso, podía tomarse por una persona de sesenta años. Tenía la nariz ligeramente aguileña, las mejillas arrugadas, la barba cruzada y maciza, y el aire de quien tiene inflexible voluntad y costumbre de mandar. Su voz era fuerte sin ser áspera, hablaba reflexivamente, pensando bien sus palabras; también escuchaba con atención, como conviene a la persona elegida por su talento para presidir los destinos de la nación. 

A diferencia de los ñidolongko criollos que incorporaron la platería en cucharas, platos y ollas, Mañilwenü no practicaba la opulencia, y sus materiales de uso cotidiano continuaban siendo de madera. Salvo una chaqueta militar hispana sobre una camisa blanca gastada, su ropa era la misma que ocupaban sus antepasados. Lo que más le interesaban eran las respuestas del viajero norteamericano a sus preguntas sobre Buenos Aires, Lima y España. Luego de esa ronda de preguntas, inquirió a Smith sobre Manuel Montt. “Es curioso —anotó Smith— que los indios guarden un cariño por los españoles que no tienen por los chilenos. Ellos desean que vuelvan aquellos días del poder de los virreyes, cuando la voluntad del monarca se daba a conocer por medio de parlamentos”. 

Luego de las preguntas políticas, consultó por la fabricación de cuchillos, fusiles y pólvora. Sus reflexiones, consecuencia de varias décadas de episodios bélicos, lo hicieron dilucidar que una nueva confrontación no podría contenerse con el arte de la guerra tradicional. Como otros líderes indígenas, en ese mismo contexto histórico fundamental para el futuro de sus sociedades, como para los lakota Nube Roja o Caballo Loco, era necesario modernizarse, adquirir otro tipo de tecnología para contener a los ambiciosos adversarios. Entre otras cosas, fue uno de los aprendizajes que dejó la batalla de Loncomilla. 

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Mañilwenü práctico lakotun con Smith y lo incorporándolo al sistema de linajes y lo rebautizó como Namculafquen; desde ese día podrían viajar sin problemas por la mapuchería. Pero el acto lo obligaba a la reciprocidad. Así, en lo que describió como un “ambiente de libertad”, continuaban rigiendo las tradiciones, costumbres y cada ñidolongko podía administrar su propia forma de vida. Algunos, por ejemplo, habían construido aldeas formadas por ocho casas alineadas al borde de un camino, mientras que otros continuaban viviendo como sus antepasados. Fueron los últimos años de libertad de la sociedad mapuche, la que permitió la convivencia de distintas culturas y formas de vida en reciprocidad. Al poco tiempo, el Estado guerrero y civilizador del Norte amenazó una vez más su existencia. 

Mañilwenü solicitó por carta a Manuel Montt abrir su pecho, escuchar su corazón y consultar sus “razones”. En palabras del toqui, los mapuche ofrecían muchas oportunidades para que ambos pueblos, en independencia, pudiesen colaborar en sus mutuos desarrollos. El ejemplo lo daban ellos mismos: habían permitido que chilenos muy pobres pudiesen sembrar, criar animales y vivir entre ellos. Y sin embargo, estos mismos criollos, en algunos casos, apenas observaron las condiciones propicias para ocupar las tierras mapuche, no dudaron en enrolarse en el ejército para usurparlas, obnubilados por la idea de progreso, como se lo confidenció Pantaleón Sánchez a Smith: “si pudiéramos deshacernos de estos bárbaros, nosotros los cristianos luego echaríamos abajo los árboles”. Irrumpía así un nuevo sujeto histórico para los mapuche a mediados de la década del 50’: el winkga, que pasó a significar ladrón, mentiroso y usurpador. 

El día 2 de julio de 1852, el Congreso Nacional de los conquistadores aprobó la creación de la provincia de Arauco. La insurrección encabezada por Mañilwenü había modificado el plan original de construir de una sola vez el Departamento de Lautaro. Los conquistadores decidieron, en sus palabras, desmembrar “los territorios rigurosamente fronterizos” y, de ese modo, ocupar por espacios hasta consolidar su dominación.