VOCES| Privarnos de nuestros derechos culturales, que son derechos humanos, es privarnos del goce
Llega el fin de año, tiempo de festejos y evaluaciones. Momento de sueños futuros, de promesas lanzadas al mañana. Pero este 2020 ha sido particularmente difícil para nuestro país y dificulta todo rito de cierre. Revuelta social y pandemia enredadas nos han puesto a prueba. Una a una caen las postales dolorosas de este año complejo en el que corrimos el velo y nos encontramos de frente con la precariedad, la violencia, la represión y la marginación de quienes caminaban en la cuerda floja de este sistema.
Hemos visto la pobreza profundizarse en los sectores populares, particularmente para las mujeres, las disidencias y también para lxs trabajadorxs de la cultura de quienes formamos parte. Hemos vivenciado el desamparo que genera la ausencia de políticas públicas de emergencia y evidenciado que la cultura es prescindible y suntuaria en la política de Estado. Hemos resistido a punta de ollas comunes, de fondos solidarios, de rifas que han sido la tónica de sobrevivencia para lxs trabajadorxs de la cultura y para tantas y tantos.
Hemos escrito los nombres de las 58 mujeres que han sido asesinadas en crímenes femicidas durante este año. La pandemia reveló, para quienes no querían verlo, que la violencia está en nuestras casas; que estar confinadas pone en riesgo nuestras vidas tanto como el virus. No alcanzamos a realizar el duelo de una de nuestras compañeras cuando ya tenemos que exigir justicia por la siguiente. Vimos caer también a lxs presxs de la revuelta, lxs que han sido privados de libertad sin juicios justos. Recordamos con angustia a las víctimas de la violencia estatal ejercida por Carabineros, quienes siguen sin poder encontrar justicia y reparación.
Pero sin olvidar estas imágenes que nos persiguen, hoy queremos intentar un cierre de año optimista. Heredar la energía luminosa de la revuelta social que nos ha llevado a este proceso histórico empujado por la ciudadanía y que invitamos a pensar en clave cultural. Este es un momento de disputa con la cultura neoliberal instaurada hace décadas, guion que ha pauteado nuestras vidas hasta el 18 de octubre, día en el que decidimos abrir los ojos y hacer un intento colectivo.
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Es por eso que la Convención Constitucional debe ser un espacio que devuelva la soberanía popular, que garantice la participación. La constitución debe ser escrita desde su primera letra considerando esta transformación cultural de la que hablamos. La cultura es la dimensión esencial de la vida comunitaria. Es el ejercicio del ser de una comunidad. Nuestra constitución debe ser pensada en clave cultural. Nuestros derechos culturales no son solo palabras que deben estar escritas sobre una hoja, son por sobre todo un punto de vista, una manera de ser y ejercer que se relaciona en lo profundo con El Buen Vivir, con el intento de una vida digna y feliz.
Proteger nuestros derechos culturales es proteger la diversidad que asegura la igualdad de las personas y los pueblos. Si a esto le sumamos una perspectiva feminista, nuestros derechos culturales deben ser asegurados para todos los grupos marginados de una sociedad. Las violencias y las precarizaciones conocidas e instauradas por el modelo actual deben ser desbaratadas para que mujeres, disidencias, sectores populares, pueblos originarios, migrantes y todxs lxs marginadxs, tengan libre acceso y libre ejercicio cultural garantizado. La centralización, las labores del cuidado, la pobreza, las brechas educacionales, la falta de políticas públicas al respecto, entre otras, son trabas que, en el nuevo Chile que imaginamos, no pueden ser un impedimento para que todas las personas puedan ser y ejercer su cultura. Privarnos de nuestros derechos culturales, que son derechos humanos, es privarnos del goce de ser realmente las personas que queremos ser, es clausurar nuestra identidad comunitaria.
Y es en este ejercicio colectivo, en esta manifestación cultural que somos y ejercemos juntxs, que seguimos en pie en esa invitación que nos hicimos unas a otros, otros a unes, el 18 de octubre. Queremos seguir intentándolo. Queremos disputar una nueva forma de vivir. Una que nos haga más libres, más solidarixs y más felices. Y para eso dejamos aquí algunas preguntas. Reflexiones que lanzamos al futuro con la porfía de que tomen cuerpo en la escritura de nuestra Constitución. Ese guion cultural que ayudará a conseguir esa vida otra.
¿Y si todo se resumiera a un buen vivir? ¿Y si pusiéramos la vida comunitaria en el centro? ¿Y si en ella nuestra diversidad de colores, lenguas, saberes e ideas convivieran en libertad de permanente movimiento y desarrollo? ¿Y si esa vida comunitaria fuera armónica con nuestro entorno? ¿Y si esa vida fuera digna y sobre todo: feliz?
¿Y si las mujeres no fueran violentadas en su ejercicio diario? ¿Y si no se relegan del protagonismo social y cultural? ¿Y si reordenamos nuestra vida comunitaria para que sea más inclusiva y más justa con las mujeres, con las disidencias, con los pueblos originarios, con lxs inmigrantes, con lxs marginadxs? ¿Y si ese buen vivir al que aspiramos les considera?
¿Y si nos reconocemos como sujetxs culturales y no como consumidores? ¿Y si descubrimos que somos quienes ejercemos la cultura, quienes la vamos tejiendo en comunidad día a día? ¿Y si comprendemos que somos cultura? ¿Y si disputamos y ganamos a este sistema el derecho a ser las personas y las comunidades que queremos ser?
Despedimos este año revuelto y pandémico con nuestra lista de preguntas, nuestros buenos deseos para el 2021 que, confiamos, se concretarán con el trabajo y la voluntad tejida por todas, todos y todes.