2020: el año que vivimos en pandemia
El año 2020 pasará a la historia como el año donde una pandemia puso al desnudo las falencias de un sistema gobernado por los poderosos: un sistema injusto e inhumano, donde millones de personas viven en una profunda inequidad. Si por una parte la humanidad debió enfrentar la pandemia de salud más grande del último siglo, en el caso de Chile se agrega el drama social que ha afectado a las familias que perdieron su fuente de ingreso. La torpeza y lentitud del gobierno puso en riesgo la vida de millones de personas e incrementó dramáticamente los índices de pobreza haciendo campear el hambre en los barrios de nuestras hacinadas ciudades. Los datos duros en Chile nos muestran que, por más que traten de camuflar la cifra, hasta hoy ya son más de 20 mil las personas que fallecieron a raíz de la pandemia del Covid-19 y más de 600 mil personas se han contagiado.
Es evidente para todos que el gobierno de Piñera no ha estado a la altura de este desafío y ha quedado demostrado que, incluso cuando la vida de las personas está amenazada, no están dispuestos a entregar la ayuda necesaria. Esta falta de respuesta ha forzado a que sean las trabajadoras y trabajadores quienes financien esta crisis con sus propios ahorros mediante el retiro de sus fondos de pensiones y seguros de cesantía. Esto, en vez de entregar una renta básica universal, como propuso la oposición en reiteradas oportunidades en la Cámara de Diputadas y Diputados.
Por otra parte, gracias al estallido social de octubre del año pasado, este 25 de octubre se realizó la votación más importante desde el retorno a la democracia: el plebiscito por una nueva Constitución en el que un contundente 80% de la ciudadanía dijo no querer más la Constitución de Pinochet y sólo las tres comunas del 1% más rico se expresaron a favor del legado dictatorial. La gente se volcó masivamente a las calles a sufragar para decidir el futuro del país, escogiendo un órgano redactor 100% electo por la ciudadanía, con paridad de género y con escaños reservados para los pueblos originarios. Ésta ha sido una luz de esperanza al final de un año que será inolvidable para el Chile contemporáneo.
No sabemos si lo que viene será una sociedad más justa o no. Por ahora, los millones que murieron en el mundo por hambre y enfermedad, sumado a las extensas cuarentenas, nos invitan a meditar sobre el futuro que queremos como humanidad. Sin duda el mundo ya no es el mismo después de este tiempo de incertidumbre y gran desestabilización, no sólo en lo macroeconómico, sino que también, y sobre todo, en el plano existencial. Son numerosas las reflexiones que surgieron desde esa incertidumbre. La evidencia de nuestra propia muerte se hizo ineludible y nos obligó a enfrentar preguntas no habituales. ¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Vale la pena vivir encadenado al consumo desenfrenado? ¿Vale la pena vivir agobiado y estresado por deudas?
He ahí algo que agradecer a esta inesperada calamidad que nos ha permitido tomar contacto con nuestra interioridad, nos ha acercado a nuestros seres queridos y ha despertado en millones una luminosa solidaridad que a veces, agazapada en nuestro interior, espera el momento oportuno para mostrar que dentro de nosotros hay algo muy grande. En definitiva, a pesar de la tragedia, o quizás gracias a ella, hemos podido conectar con lo sagrado que habita en cada ser humano. Si algo hemos aprendido este año es que no estamos solos; dependemos los unos de los otros y son muchas las señales positivas de una nueva sensibilidad planetaria que se abre paso y nos advierte que es necesario cuidarnos y cuidar nuestro mundo para permitir que la vida se proyecte sin límites. Es momento de plantearnos una nueva actitud, un nuevo estilo de vida, donde el progreso sea de todos y para todos, donde mi bienestar incluya el bienestar de los demás, donde se exprese la fortaleza, la bondad y la sabiduría que hay en nuestro interior.