Frente Amplio: los acomplejados
Una de las características más llamativas del Frente Amplio (FA) es su capacidad de asimilar las pérdidas como si fueran ganancias. Es cierto que la política está llena de perdedores que sacan cuentas alegres de sus tragedias. Con cara de póker o con el rostro demudado, hay muchos vencidos que intentan cuadrar el círculo y hacer creer que están más dominados por una sobria resignación que por un sufrimiento demoledor. Pero el FA parece sinceramente agradecido de perder. De perder influencia, de perder votos, de perder diputados, de perder poder. Lejos de verse consternados frente las consecutivas dimisiones, se ven más livianos, ligeros de equipaje, como si los renunciantes fueran una especie de carga o lastre que tuvieron que soportar. Desprendidos de esos grupos o personas, los que se quedan (en cada ocasión), encuentran que –ahora sí– su identidad es más prístina y uniforme, y respiran aliviados de cara al futuro.
En ese sentido, la posición de Gabriel Boric frente al abandono del Partido Liberal no pudo ser más elocuente: "Debemos abrazar sin complejos ideas de izquierda y el espíritu del 18 de octubre. Recuperar rebeldía y audacia. ¡Seguimos!". En otras palabras, según Boric, el FA vivía acomplejado, sumiso y pusilánime antes de la salida del Partido Liberal. Demasiado entusiasmo para tantas carencias. En todo caso, sería absurdo suponer que haya sido el Partido Liberal el que los tenía amarrados de manos para asumir su verdadera identidad. De hecho, en estricto rigor, todos los que abandonaron el FA con anterioridad estaban –por así decirlo– a la izquierda del conglomerado.
La verdadera debilidad del Frente Amplio es la obsesiva dilatación y ambigüedad en sus decisiones. Los partidos tradicionales políticos chilenos tienen muchos defectos, pero históricamente han sido muchísimo más asertivos a la hora de tomar posturas –equivocadas o no– que el FA. Justamente por eso, no es raro que Beatriz Sánchez, su supuesta carta presidencial, haya estirado hasta el hartazgo exactamente eso, su decisión de ser candidata a la Presidencia. La paciencia y subordinación que han tenido ante la irresolución eterna de Sánchez sólo puede explicarse por la propia inseguridad del FA y de confiar que el otrora caudal electoral de la periodista no terminaría nunca por derrumbarse, lo que, por cierto, ya ocurrió. Haber dilapidado el éxito de su primera campaña electoral presidencial es una muestra más del mediocre manejo político del conglomerado y de la limitada capacidad de liderazgo de Sánchez. Porque, se diga lo que se diga, es evidente que Sánchez no ha hecho absolutamente nada relevante desde que perdió la campaña presidencial. Es posible que, para los militantes incondicionales del Frente Amplio, Sánchez haya sido un factor de unión y de conducción interna, pero para cualquiera que esté fuera de ese círculo, para esa ciudadanía simpatizante no cautiva que votó por ella, Sánchez ha estado ausente de la primera línea de la actividad política. De hecho, ha postergado tanto su rol público que es de toda lógica dudar de sus reales capacidades para ser Presidenta cuando ni siquiera ha sido capaz de liderar a su propia coalición. Sánchez se escuda en que ella tiene un liderazgo diferente, pero hasta ahora la única diferenciación apreciable de su liderazgo es la invisibilidad.
Aun así, si ahora Sánchez llegase a resolver definitivamente no ser la candidata del FA, no sólo los dejaría en ridículo (en resumen, una interminable espera por un "no"), sino que estarían obligados a improvisar un candidato o alinearse con Daniel Jadue, un personaje nada fácil de influenciar. Porque una de las virtudes de Sánchez (si es que esto puede considerarse una virtud) fue su férrea disciplina interna que la hizo eludir permanentemente los temas más conflictivos del FA. Sánchez nunca mostró una sola disidencia sobre las ideas, las rencillas, los matices que dividían a la coalición, haciendo de la ambigüedad una irremplazable (e insufrible) arma retórica.
La poca tolerancia que ha tenido el FA con sus propios integrantes y su ninguneo posterior (nuevamente el acomplejado Boric metiendo la pata en "Tolerancia Cero" hablando de la poca representatividad de la diputada Castillo y el diputado Vidal –que es completamente cierta, pero cuya tardía constatación ahora bordea lo despreciable–), ha empequeñecido tanto al grupo que se ha festinado con razón sobre su "amplitud". Si el FA hubiera tenido más respeto por sus propias decisiones y no modificarlas días u horas después de haberlas tomado, se podría decir que acertó o se equivocó, pero lo cierto es que su actitud fue siempre la de recular, arrepentirse o quedar presos de la confusión. Y es que el mal cálculo político ha sido tan predominante en sus decisiones que el grupo está mucho más propenso a desmembrarse que a seguir sumando fuerzas. Si el FA hubiera canalizado los egos y las luchas de poder parcelando justamente ese poder, si en vez de alarmarse, escandalizarse y profundizar sus diferencias, hubiera tenido manga ancha para asimilarlas y abrazarlas dándoles espacio a sus contradictores internos, quizás hasta Pamela Jiles seguiría ahí. Es verdad, el FA no echó a Jiles ni al Partido Humanista, pero hicieron lo imposible por aislarla y no ocultaron ni medio segundo su alivio cuando partió. Ahora deben pagar sus culpas viendo que Jiles, con la misma independencia, arrogancia, excentricidades y chifladuras que tanto detestaban, tiene más reconocimiento popular y es considerada más disruptiva e impugnadora del modelo que todos ellos juntos. Si la nueva idea de Jiles de promover una tercera entrega del 10% llega a prosperar (por la misma razón de siempre: la negligencia de Piñera para satisfacer las demandas sociales), todos los juicios vertidos en su contra no harán más que seguir sumándole simpatías, y ahondarán la crisis del FA justamente en esa identidad híbrida que tanto han querido encontrar y proteger. Y es que el FA no entiende: en tiempos de crisis a nadie importa quién tiene la razón, si no quien ofrece soluciones y respuestas posibles, por más malas y horrorosas que sean o parezcan.
Los augurios de muerte del FA quizás sean exagerados, pero no cabe duda de que la coalición no es ni remotamente la promesa de lo que iba a ser, y en política la intrascendencia es peor que la muerte. Hoy lo que le pase al FA importa cada vez menos, ese es su drama y su tragedia. Ya se sabe que la esperanza de un futuro mejor siempre será más grande y poderosa que el futuro mismo. Lo triste sería que esa esperanza sea traicionada al punto de convertirse en una estafa.