Conflictos armados en la era de la pandemia
El 23 de marzo de 2020 el secretario general de la ONU, António Guterres, hizo un llamado explícito para un cese en todos los conflictos internacionales, como consecuencia de la pandemia del coronavirus. La autoridad de la ONU demandó suspender los conflictos armados, de modo de concentrarse de manera conjunta en la lucha en contra de la pandemia. Para esa fecha, según estimaciones de la Universidad Johns Hopkins, las personas que estaban infectadas a nivel mundial llegaban a cerca de 350.000, con alrededor de 15.000 fallecidos.
Ocho meses después, las cifras han aumentado de manera exponencial: hay más de 60 millones de personas infectadas y cerca de un millón y medio de muertos hacia fines de noviembre de 2020. Este panorama desolador ha llevado a una profunda crisis económica, social y política que afecta a los diferentes países del planeta. Sin embargo, los conflictos armados no se han suspendido, como lo demandara el secretario general Guterres, sino que –por el contrario– nuevos o viejos conflictos, algunos de ellos que se mantenían latentes, se han reactivado en el marco de la pandemia.
La guerra de Nagorno Karabaj, enfrentando a Azerbaiyán y Armenia, se reavivó hacia fines de septiembre. Se trata de un conflicto armado que, en su época más contemporánea, se remonta a la independencia de estas dos repúblicas pertenecientes a la Unión Soviética hasta 1991. En el contexto de este conflicto se creó en 1991 la República del Alto Karabaj formada por Armenia, y reclamada por Azerbaiyán, y sin reconocimiento internacional. De trasfondo, además de los factores étnicos y geopolíticos, existen elementos religiosos, puesto que en Azerbaiyán la mayoría de la población es musulmana, en tanto que en Armenia es cristiana. Con la mediación de Rusia, se ha llegado a un cese al fuego el pasado 10 de noviembre, donde Azerbaiyán ha tomado el control de parte del territorio en disputa.
En el norte de África, desde noviembre de 2020 se ha reactivado un viejo conflicto en el Sahara Occidental, que se remonta a la década de 1970, que entonces tuvo implicancias para Mauritania y España. En 1973 nació el Frente Polisario reivindicando la independencia del Sahara Occidental frente a España. Dos años después Madrid cedió a Marruecos el norte y centro de la región, en tanto que el sur fue cedido a Mauritania. En 1976, el Frente Polisario proclamó la República Árabe Saharaui, lo que provocó una guerra con Marruecos y Mauritania. En 1979 el frente firmó la paz con Mauritania, y en 1991, luego de 16 años de guerra, se llegó a un cese al fuego con Marruecos, el que se ha roto ahora, en noviembre de 2020, reavivando este largo conflicto.
En el África subsahariana, desde noviembre de 2020 ha escalado un conflicto que enfrenta al ejército federal de Etiopía con fuerzas rebeldes y separatistas de la región de Tigray, agrupadas en el denominado Frente de Liberación Popular (FLP). La llegada al poder en 2018 del líder reformista Abiy Ahmed Ali supuso un importante cambio de gobierno, que desplazó del poder al FLP. Aunque en estricto rigor se trata de un conflicto nacional, sus consecuencias son ya de carácter internacional, dado el movimiento de refugiados que afecta principalmente al vecino Sudán y que la región de Tigray es fronteriza con Eritrea, país que estuvo en guerra con Etiopía. Además, misiles disparados desde la zona de Tigray han alcanzado Asmara, la capital de Eritrea. Cabe señalar que el actual gobernante de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2019 por haber colocado término a la guerra entre Etiopía y Eritrea.
Naborno Kabaraj, Sahara Occidental, Tigray son tres ejemplos que muestran que en la era de la pandemia los conflictos armados no sólo no se han interrumpido, sino que han adquirido una connotación que amenaza con dispersarse a las respectivas regiones en donde estos se desarrollan. En el espacio post soviético, además del enfrentamiento actual entre Armenia y Azerbaiyán, persisten otros conflictos no resueltos: Rusia está enfrentada a Georgia por el control de las regiones de Osetia y Abjasia, y también a Ucrania, lo que condujo en 2014 a la anexión de Crimea por parte de Moscú; el Asia Central, donde nacieron seis nuevas repúblicas musulmanas, es una zona de conflictos étnicos y religiosos, con tensiones por el control del agua y la energía. En el norte de África o Magreb, al conflicto del Sahara se suma la guerra civil en Libia, en tanto que en el África subsahariana persisten los enfrentamientos armados en la zona de Sahel y en Sudán, a partir de conflictos étnicos y de la presencia de movimientos jihadistas encarnados en Boko Haram. Los conflictos en el Medio Oriente, en especial Siria, Yemen, Irak y el israelí-palestino, completan una lista que crece y sigue.
En suma, el llamado de la más alta autoridad de la ONU, realizado en el contexto del comienzo de la pandemia, no ha sido escuchado ni apreciado por muchos de los países que están representados en el máximo organismo internacional. Por el contrario, se han reactivado nuevos y viejos conflictos, algunos de ellos latentes durante varias décadas. A los problemas propios de la pandemia y sus crisis derivadas, debemos agregar la persistencia y reactivación de múltiples conflictos armados en diferentes regiones del planeta, los cuales contribuyen a una mayor inseguridad global.