Los estudiantes valen oro
Octubre fue un mes del pueblo. Estuvimos conmemorando un año desde la revuelta social y, ahora, la más importante conquista ganada por el pueblo chileno en los últimos años: la apertura para que por primera vez tengamos una nueva Constitución escrita en democracia y por su pueblo. Finalmente recuperamos lo que nos arrebataron durante tanto tiempo, pero que siempre nos perteneció. Porque el poder vuelve a ser del pueblo y eso sí es verdadero sentido común. Por fin tendremos un espacio para comenzar a repartir los poderes de forma paritaria e inclusiva. Aunque no ha sido fácil; hubo días exhaustivos de campaña y organización en los comandos, orgánicas territoriales, asambleas, frentes y otros lugares populares. Sin embargo, esto es el comienzo y aún nos falta mucho por construir en unidad. Podemos comenzar disputando los espacios institucionales, no obstante, es necesario que no olvidemos dónde fue que todo comenzó: en la calle. Nació por un descontento transversal de la rabia acumulada al observar tanta violencia estructural, por ver cómo azota la desigualdad, al darse cuenta el pueblo de que cuando se podía avanzar en un pequeño asunto los mismos de siempre lo declaraban inconstitucional.
También es trascendental no olvidar que uno de los roles protagónicos de este movimiento sin cabecillas lo tienen de nuevo los estudiantes secundarios, sí, esos que valen oro. Los mismos que se han levantado históricamente ante las injusticias, a quienes les dicen delincuentes o lumpen, a los que criminalizan. Son los mismos estudiantes chatos de no ser escuchados, los que han sido abandonados por el Estado; que no tienen oportunidades; que han sido violentados, acosados, humillados; a los que sientan en la mesa del pellejo para que no opinen. Al estudiante lo tratan de pendejo de mierda, como propiedad privada, es marginalizado y ahora mismo, una vez más, es excluido de los importantes cambios sociales por “no tener la edad”.
Los niños, niñas y jóvenes son el presente y el futuro y es hora de darles el espacio para que puedan decidir cómo quieren vivir, a fin de que escriban y construyan el país que sueñan. Ese Chile donde nadie sea excluido, en donde todos tengamos voz, en el que ya no exista una mesa del pellejo y nos sentemos en la misma mesa, donde nos escuchemos. Un país en que el Estado no te abandone, y que nadie sea tratado como propiedad. Para comenzar a construir ese país al que aspiramos necesitamos entregarles el mínimo derecho que les pertenece, y que tiene una total legitimidad, para que ellos sean parte de este arduo proceso que marcará un antes y un después en nuestra historia: el deber ciudadano más significativo, el voto.
Por favor, no olvidemos la deuda que tenemos con los jóvenes, niños y niñas, ya que gracias a ellos estamos hablando, escribiendo y construyendo el nuevo Chile.