Hacia dónde va Carabineros
¿Es novedad lo que está pasando con Carabineros y el uso arbitrario y desmedido de la violencia? Mi respuesta es no. Habría que señalar que Carabineros, durante la dictadura militar, realizó un aprendizaje sobre el uso del control ciudadano asociado a la implementación de una violencia represiva. Recordemos que ellos fueron integrados al Ministerio de Defensa y se les asimiló a las otras Fuerzas Armadas, adoptando también el constructo teórico de la seguridad interna (Doctrina de la Seguridad Nacional), al cual se expresaba en el uso de la violencia represiva como mecanismo de control y de prevención.
En ese marco ideológico, las personas son dicotomizadas: amiga/enemiga. Así, hay un enemigo interno que hay que controlar y erradicar. De ahí que Carabineros se inmiscuyera en labores de represión contra los opositores, pero también en la represión de la población que se oponía a la dictadura militar, cuestión que alcanza su máxima expresión en el periodo de las protestas nacionales, desde el año 1983 al año 1986. Esto origina un proceso de socialización anti Carabineros que no fue revertido, a diferencia de lo ocurrió con la Policía de Investigaciones (PDI), por ejemplo.
Es en esos años donde emerge un imaginario que se ha mantenido y profundizado hasta ahora y que se ha transmitido a otros sectores (estudiantes, por ejemplo): “los pacos son violencia”, “los pacos son malos”. Así, el enemigo no es la delincuencia o los “llamados violentistas”, sino la policía uniformada. Se trata entonces de una socialización contra la violencia de Carabineros que recurre a una memoria larga (la represión en los años 80, la detención por sospecha) y otra corta (18-O) que confluyen y que se instala casi a “nivel genético” en ciertos sectores de nuestro país. Como señala un joven participante en “la primera línea” que entrevisté para una investigación: “Desde chico, se me inculcó que eran los pacos [los malos], los carabineros, porque siempre se los vio haciendo cosas malas […] incluso a veces en la población se les tiene más miedo a los pacos que a los delincuentes”. Esta es la misma discursividad que rescatamos en otras investigaciones que hemos realizado en años anteriores.
Otro elemento, no menor, es que el uso de la violencia que realiza Carabineros de la violencia tiene tintes de clase y generacionales. Sobre lo primero, es claro el trato desigual que se manifiesta cuando se enfrentan a personas que viven en los barrios populares respecto a los “del barrio alto”. El “fenotipo popular” supone siempre interpelaciones violentas (hostigamientos y detenciones) y en otros casos el uso de fuerza desmedida. Lo peor de esto es que quienes ejercen violencia provienen de esos mismos estratos. Lo segundo, se observa que hay una guerra generacional en la cual se identifica a los/las jóvenes como enemigos, y particularmente a los/as jóvenes estudiantes. No menor, es que muchas veces los carabineros que se enfrentan a estos jóvenes son también jóvenes.
¿Qué ha originado esto? Primero, esto se ha traducido en condensaciones conceptuales que muestran y refuerzan la imagen negativa que se tiene la policía uniformada. Algunas provienen del lenguaje que utiliza la delincuencia, como es llamar a la policía “Yuta” del cual proviene la palabra “Antiyuta”; o el acrónimo inglés ACAB, traducido como Todos los Policías son Bastardos. A esto se agrega un parafraseo del texto de LasTesis, “El paco violador”, que no sólo remite a cuestiones de índole sexual, sino condensa una imagen de “violador de los derechos humanos”. Estas condensaciones conceptuales son muy potentes en el proceso de construcción de las imágenes sobre Carabineros y su posterior socialización.
Segundo, esto ha originado lo que podemos llamar una contraviolencia contra Carabineros. Así, el atacarlos se convierte en una práctica unificadora, que une a los “enemigos” (pandillas, clanes, barras, etc.). Se dejan de lado las rivalidades para enfrentar a un enemigo común: “los pacos”. Sobre esto, es relevante señalar que con otra institución policial, como la Policía de Investigaciones (PDI), no ocurre lo mismo. No hemos visto “ataques” a sus cuarteles. La pregunta es ¿por qué es así? Brevemente, hay que señalar que la PDI realizó desde los años 90 un largo proceso de profesionalización, mejor dicho de reforma, cuestión que no ha realizado Carabineros. Así, la imagen de la PDI es de una policía científica que lucha contra la delincuencia, evitando el uso de la violencia. Y cuando la usa, es medida. Con esto se sacó el estigma de una institución que también ejerció represión política durante la dictadura militar.
Tercero, se ha originado un distanciamiento sideral con la ciudadanía. Me atrevería decir que en estos momentos no hay ninguna conexión. Las prácticas represivas y violentas ejercidas por Carabineros sólo han ahondado la brecha existente entre los carabineros y la ciudadanía. El antiguo lema “Un amigo en su camino” hace años que dejó de existir y se ha transformado en “Un enemigo en tu camino”.
¿Qué hacer entonces? Primero, es claro que Carabineros debe ser intervenido y no disuelto porque no es viable. Cito nuevamente la experiencia de modernización de la PDI, que vivió su reforma sin disolverse, claro que fue un proceso que duró cerca de 20 años. Por lo tanto, es relevante de analizar ya que puede aportar luces sobre lo que se podría hacer. Segundo, un proceso de reforma supone tirar a la basura la filosofía de la seguridad que todavía mantiene y que heredó de la dictadura militar, avanzando a una nueva filosofía más acorde a la realidad nacional y a las formas que tenemos de relacionarnos y de expresarnos en una sociedad democrática. Es necesario mirar las experiencias de lo que se ha denominado una “policía de cercanía” o “de proximidad” o “comunitaria” Algunas experiencias en Centroamérica, particularmente en Costa Rica, y en Europa (Barcelona, España) nos indican que una “policía de cercanía”, más contactada con la realidad local (la comunidad), que abandona una mirada estigmatizadora sobre ciertos sectores, da frutos, e incluso puede realizar diagnósticos más acertados de realidades complejas para así apoyar a esa misma comunidad en intervenciones sobre violencia.
Tercero, esto supone instalar un currículo de formación más acorde a las realidades actuales y que esté inserto en lo que se puede denominar “perspectivas civilistas”, que entienden que el uso de la violencia es el último recurso, no el primero. Que entiende que las protestas y movilizaciones son parte de una democracia y que deben ser resguardadas, respetadas y que son parte de los derechos humanos. Ahora, esto también supone contar con una clase política que también crea en esto y, lamentablemente, no sólo ahora, se ha visto, que en muchos casos no es así.
Lo cuarto es retomar algo que señalé más arriba, y que dice relación con el sesgo de clase, y que tiene que ver con la selección de su personal, cuestión que también ocurre en otras instituciones de las Fuerzas Armadas. Como se sabe, Carabineros tiene doble escalafón y la pertenencia a uno y otro depende de la capacidad de pago de sus padres. Esto introduce un serio sesgo de clase donde los más pudientes pueden optar a ingresar a la oficialidad donde se concentra el mando. Los otros son la tropa. Esto echa por tierra el manido discurso de la derecha de que este es un país donde impera la meritocracia. Somos una sociedad clasista.
Cierro señalando que necesitamos una policía uniformada que esté más cerca de la gente, cosa que no ocurre con la actual policía que tenemos. Urge la reforma a Carabineros, cuestión que será un proceso largo; urge desmilitarizarla e imbuirla en el marco de lo que son las sociedades democráticas, donde el respeto a sus ciudadanos construye la seguridad que anhelamos. Urge, también, realizar una selección más exhaustiva en su ingreso y quizás una de las cuestiones más relevantes es que quede claro que las transgresiones que realicen sus funcionarios, y quienes las respalden, serán sancionadas.
Por último, como señaló el director del Instituto Nacional de Derechos Humanos, comenzamos octubre con muy mal pie, con el lanzamiento del joven al lecho del río Mapocho, cuestión que tiene que ser repudiada y no se puede repetir. Una de las cosas, pero no la única que podría distender esto, es la renuncia del actual director de Carabineros, general Mario Rozas.