Carla Zúñiga, dramaturga: “Me dan miedo los pacos, miedo a que me abusen, me toquen, me violen”
El viernes 8 de noviembre la dramaturga Carla Zúñiga salió a marchar en una de las pocas veces que lo hizo posestallido 18-O. Caminaba por Plaza Dignidad cuando a pocos metros de ella, Gustavo Gatica recibió balines en sus dos ojos, quedando con heridas que posteriormente le hicieron perder la visión. No alcanzó a darse cuenta de la tragedia hasta que lo vio en las noticias. Y quedó en shock.
“Pensé que pude haber sido yo”, recuerda. “Y de ahí no pude ir más a las marchas porque me dan miedo los pacos, miedo a que me abusen, me toquen, me violen, que me maten. Me dan terror”, sentencia.
Postular todos los años al Fondart y no ganarlo
El miedo y la rabia han sido sus dos sentimientos casi absolutos en este año, como en un carrusel de intensidad difícil de controlar. El temor al contagio la recluyó en su casa de manera casi monacal, tratando de no contagiarse ni exponer a su hija recién nacida. Y luego vino el trabajo. O la ausencia de este.
“Al principio estuve en blanco mucho rato porque estaba muy asustada, pero también preocupada por la pega, porque el teatro y los talleres que hacía desaparecieron. Ahí quedé un poco en la nada y fue rudo. Veníamos del estallido social y también estaba con miedo, entonces todo lo que reclamamos explotó con la pandemia, y ahí empezó a aparecer la rabia. Y me puse a escribir. Pensé: “tengo que seguir y debo aprovechar nomás”. Porque en general no tengo mucho tiempo para escribir solo por escribir.
-¿Cómo se entiende esa rabia?
-La rabia es por todo lo que está ocurriendo. Es la misma rabia que ha existido siempre solo que ahora está un poco más consciente. Es rabia por el gobierno, por todo lo que desencadenó el encierro, la violencia de género de la que hablo en las obras y que explotó ahora, gente cercana que ha estado viviendo situaciones de violencia bien terribles. Y también sigo con miedo. Yo soy super cobarde, me cuesta mucho ir a las marchas, de hecho no fui más. Siento que mi lugar de valentía –aunque no sé si es muy valiente– es la escritura.
-El ámbito teatral ha sido muy golpeado por la pandemia y ha sido uno de los sectores más críticos con la política del Ministerio de las Culturas, Artes y Patrimonio. ¿Cómo has vivido este proceso?
-Me di cuenta de que yo y la gente con la que trabajo, éramos como la mujer golpeada que acepta que le peguen. Teníamos internalizado el postular todos los años al Fondart y no ganarlo, pagar nosotros las obras y teníamos muy asumido el “bueno, así es”. Pero es muy peligroso ese lugar, el normalizar esa forma de trabajo que es super violenta y precaria. Fue bueno porque nos hizo darnos cuenta que “oye, esto no está bien, no podemos seguir trabajando así”.
Yo soy muy negativa, me cuesta pensar que las cosas puedan cambiar. Voy a votar y espero que sí se pueda. Pero en este país está todo tan establecido que es difícil que puedan cambiar realmente. Un 80% de mí le tiene fe a la (nueva) Constitución, pero también desconfío, hay un sistema difícil contra el cual es difícil luchar y la gente que tiene el poder no lo va a soltar tan fácil.
Club de fans
Luego del shock inicial, Carla Zúñiga comenzó a escribir y no paró más. Volvieron a aparecer los talleres y clases y algo parecido a la normalidad la enrieló en su dinámica habitual. Y recordó cuando en el verano Ricky Martin vino al Festival de Viña y vio a su fan club compuesto por mujeres mayores. Algo había ahí.
“El fan club es un lugar que me causa mucha curiosidad por el fanatismo, en especial por un grupo de mujeres que sigue a un varón”, cuenta la dramaturga sobre el origen de Un montón de brujas volando por el cielo. Este montaje, que se acaba de estrenar en el Teatro Nescafé, la vuelve a reunir con el director Manuel Morgado luego de Yo también quiero ser un hombre blanco heterosexual (2018). “Me pareció interesante decir que la obra se trata de Paly García y Paula Zúñiga como dos mujeres que se pelean por ser la presidenta del fan club de Felipe Camiroaga. Me parece interesante decir que de eso se trata la obra porque uno al tiro se va a un lugar más superficial, como un sketch”.
-¿Fue intimidante pensar en ellas, tan asociadas a registros dramáticos?
-Sí. Pensé que cuando supieran de qué se trataba la obra me la iban a tirar por la cabeza. Menos mal que no fue así y les gustó. Además, como la escribí pensando en ellas pensé en sus tonos, en sus voces. La obra es una comedia pero igual es muy terrible, donde estas mujeres hablan de cosas muy dolorosas. Cuando partimos pensé que iba a ser por Zoom, y la escribí pensando en eso, es una obra muy de diálogo, un diálogo que no para, como una gran escena. Después apareció esta otra posibilidad (de transmitir desde el escenario del Teatro Nescafé) y pensamos que era mucho mejor. El Zoom está pensado para la oficina, no está hecho para el teatro, está la casa atrás, todo eso es super poco teatral.
-¿Qué es lo que no te gusta del teatro online?
-Lo que encuentro más triste es la ausencia de público. Y por eso espero que esta obra luego la demos con público. Siento que hay algo que solo tiene el teatro que es la presencia: uno está sentado y recibes la energía corporal de las actrices y eso es lo más bello del teatro, al menos para mí. E insisto que por acá es imposible que ocurra y lo extraño mucho.
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-A propósito de no creer en los cambios, en la otra obra que estrenarás pronto, El terror de vivir en un país como este, hablas de la deuda no cumplida de la clase política.
-Es precisamente sobre la mentira de la democracia, de que ganó el No, pero en realidad no ganó el No, y sobre mi gran temor de que nos vuelva a pasar lo mismo con este plebiscito, que hagan una constitución igual a esta, porque desconfío mucho de la gente y de esta política. Yo crecí con estos relatos horrendos de los milicos matando gente en la calle, entonces fue muy fuerte el año pasado salir a la calle y ver a milicos con metralleta. Eso fue traumático. Siempre decía, si hubiera un golpe de Estado no pasarían las cosas que pasaron porque vivimos en otra época. Y ahora veo que podría pasar en un segundo. ¿Cuántas personas murieron este último año?, ¿y los culpables, están presos? Da mucha rabia pensar en eso. La verdad es que no quiero ver otro video de un paco pegándole a una cabra de veinte años. No quiero ver más videos de pacos pegándole a la gente. No sé qué hacer con la rabia que siento.
Trabajar en 80 cosas
En medio de este panorama marcado por la pandemia y el plebiscito, Carla Zúñiga anunció junto al director Javier Casanga que su compañía La niña horrible se acababa. La celebrada dupla creativa tras los montajes La trágica agonía de un pájaro azul y El amarillo sol de tus cabellos largos, bajaba el telón luego de siete años y seis obras. En ese lapso lograron convertirse en una de las agrupaciones clave de la última década con su estética kitsch de toques grotescos y barrocos, y su tratamiento provocador de las convenciones patriarcales.
-¿El fin de la La niña horrible tuvo que ver con ese rechazo a seguir normalizando esa precariedad que hablabas?
-Es super pesado llevar una compañía con tantos montajes, uno por año, en un escenario tan árido como este. Eso nos empezó a pasar la cuenta con Javier. La compañía se hizo más grande que nosotros y ya no podíamos sostener todo ese grupo humano, todas esas obras. Es demasiada plata, demasiada pega y, aparte, en el arte tienes que trabajar en 80 cosas: yo hago clases, talleres, no es que nos dediquemos solo a esto. Javier también; trabaja en una botillería en Coquimbo. Con esa plata pagamos las obras, entonces se nos hizo muy complejo para los dos.
-La niña horrible se caracterizó por tener un estilo, un punto de vista y un acercamiento político a la disidencia sexual que era muy identificable. ¿Sientes que aportaron a la discusión sobre la visibilidad de las disidencias sexuales?
-Cuando empezamos hace siete años todo era muy distinto. Luego se empezaron a abrir los espacios y se comenzó a hablar de esos temas. No éramos muy conscientes al principio sobre si íbamos a hablar de género o de feminismos. Solo hablábamos de los temas que nos interesaban. A medida que pasó el tiempo nos fuimos dando cuenta que estábamos hablando de género, de feminismo, y teníamos un sello estético. Para nosotros fue sorpresiva la respuesta de la gente, los que se repetían las obras. Hubo gente a la que le dio mucha pena que se terminara la compañía y nos escribieron cosas super emocionantes.
-¿Pensaron que más allá de los fondos mismos, había algo con la estética o el discurso político que no llegaba a convencer a los jurados?
-Nosotros nos ganamos el Fondart solo una vez, con La triste agonía de un pájaro azul, el resto solo fue quedar en listas de espera. De pronto, si los jurados eran puros hombres o no les interesaban las temáticas que hablábamos, no sé. Tratábamos de no hablar tanto para que no nos diera rabia, pero quizás era porque no teníamos a nadie famoso, o tocábamos temas peliagudos, como travestis teniendo guaguas. Quizás creíamos que era un tema abierto, pero tal vez no. Por eso nos parecía atractivo hablar temas que fueran incómodos para ciertos lugares de poder. Y tuvo un costo.