Joaquín Lavín: ser socialdemócrata de cara al proceso constituyente
El domingo pasado en el re-estreno de Tolerancia Cero, ante la afirmación del invitado Joaquín Lavín de que votará Apruebo en el plebiscito por una nueva Constitución, se le preguntó si hoy en día el alcalde de la UDI se considera un socialdemócrata. Tras dudar unos segundos, dice que sí. Que Chile necesita un gobierno de centro con muchos elementos de la socialdemocracia europea.
Las reacciones en redes sociales, sobre todo por parte de la izquierda, no se hicieron esperar. El consenso mayoritario es que Joaquín Lavín miente, que es un artilugio discursivo para ganar votos de cara a la presidencial del año 2021. Sin embargo, resulta llamativo que en ICARE un sector del empresariado está planteando las mismas ideas: que Chile debe avanzar hacia un Estado de protección social al estilo socialdemocracia europea para hacer viable el modelo. Parece conveniente entonces preguntarse: ¿cómo es posible que un reconocido Chicago boy y militante UDI relacione la socialdemocracia como un gobierno de centro y esté dispuesto a cargar con dicha etiqueta?, ¿por qué un sector del empresariado conservador, como es el chileno, está pensando en dicha solución?
Haciendo algo de historia para responder, suele ser un lugar común señalar la caída del muro de Berlín como la estocada final de los socialismos reales. El fracaso de la URSS y el desmoronamiento como fichas de dominó de los gobiernos comunistas del bloque del Este marcan la crisis del proyecto de emancipación propuesto por el marxismo y de aquello la izquierda aún trata de recuperarse. Sin embargo, suele ocultarse que esta crisis no sólo se hizo presente en el socialismo, sino que también en la socialdemocracia. En efecto, en toda Europa occidental se empieza a imponer el neoliberalismo como fórmula opuesta y crítica de la socialdemocracia: debilitamiento de la negociación colectiva en el área sindical, privatización de empresas estatales y cambios en la lógica de las políticas públicas desde la universalidad hacia la focalización. Se acusa a la socialdemocracia de haber endeudado al Estado y fomentado el ocio con las políticas sociales dirigidas a apaliar las consecuencias negativas del desempleo.
En un contexto europeo de dominación derechista, la socialdemocracia inicia un giro centrista, abandonando postulados cercanos al socialismo para hacer compatibles sus ideas con la globalización, el fortalecimiento del libre mercado y la libertad de empresa sin contrapeso, la reducción de impuestos y la reducción del intervencionismo estatal. Se trata de adoptar el ideario neoliberal salvando una parte del Estado de Bienestar. Este giro fue denominado por su ideólogo, el sociólogo inglés Anthony Giddens, como “la tercera vía” y sirvió de inspiración para líderes de la centroizquierda europea como el primer ministro inglés Tony Blair, el primer ministro alemán Gerhard Schröder y el primer ministro holandés Wim Kok, entre otros. Si bien este giro ideológico acercó a la centroizquierda más hacia el socioliberalismo, se continuó denominando a este sector como socialdemócrata, haciendo que algunos intelectuales hablen de una segunda época de la socialdemocracia, para diferenciarla de la socialdemocracia reinante en Europa durante el periodo de posguerra hasta la década de 1990.
Pero ¿qué diferencia existe en los hechos entre estas dos socialdemocracias?
Primero, hay que decir que la socialdemocracia de posguerra fue un pacto interclasista entre los dueños del capital y las principales centrales sindicales europeas. El capital incluye a los sindicatos de manera estrecha en el quehacer empresarial generando puestos laborales de calidad, entregando además, mediante impuestos, protección social a la clase trabajadora en general. Los sindicatos, a cambio, se comprometen con este capitalismo de bienestar a no romperlo. Todo esto, por supuesto, bajo la amenaza constante del comunismo en plena Guerra Fría. En segundo lugar, supone una participación importante del Estado en la economía, ya sea mediante empresas estatales u obligando/incentivando a las empresas privadas a producir lo que el Estado consideraba prioritario producir. Esto último fue clave para la industrialización de los países europeos durante el siglo XX y supuso la época de oro del capitalismo.
En cambio, la tercera vía o segunda socialdemocracia no revierte la ruptura del pacto interclasista que supuso la llegada del neoliberalismo. Los sindicatos siguen alejados del quehacer empresarial, la desregulación continúa y, sobre todo, la participación del Estado en la economía sigue siendo baja y no interviniente. Se mantiene cierto nivel de gasto social, pero este sirve para paliar los efectos negativos del neoliberalismo en términos de desigualdad. Es más bien un ala izquierda del neoliberalismo.
Esto último queda en evidencia con los estudios del destacado economista José Gabriel Palma, quien señala que la distribución mercado –aquella distribución de riquezas antes de impuestos y transferencia de dineros vía protección social– es peor en Alemania que en Chile (ver: https://www.youtube.com/watch?v=rfGvN7omETo&t). En efecto, el coeficiente Gini de distribución mercado de Alemania es hoy en día de 0.53 mientras que en Chile es de 0.51. Si comparamos los datos de inicios de la década de 1970, Alemania tenía una distribución mercado de 0.38 frente al 0.50 de Chile. Por supuesto que Alemania es un país, por lejos, menos desigual que Chile. Pero esto es gracias a su sistema de protección social que aminora la desigualdad de forma importante y hace viable la economía de mercado alemana.
Es aquí donde podemos comenzar a encontrar respuestas a nuestras preguntas iniciales. Lo que busca Joaquín Lavín y ciertos sectores empresariales es emular la fórmula de la tercera vía: crear un sistema de protección social que soporte la desigualdad que genera un libre mercado desregulado de forma natural. Esto, reforzando la idea de una socialdemocracia como ala izquierda del neoliberalismo, un simple soporte para que el corazón del sistema quede intacto, sobre todo en su funcionamiento económico.
Esta discusión se vuelve clave de cara al proceso constituyente, donde nace la oportunidad de crear las bases para un nuevo modelo de desarrollo.
La propuesta de Lavín no es deseable porque, de partida, es insostenible en el tiempo y porque, en un país extractivista como es el nuestro, debemos avanzar de manera urgente hacia una industrialización ecológicamente sostenible. Para ello se vuelve fundamental tener la capacidad de disciplinar las empresas desde el Estado, logrando incentivar de manera virtuosa lo que se quiere producir en Chile. En la medida que un país se industrializa el impacto del extractivismo se aminora y la riqueza aumenta, para de esta manera aminorar progresivamente la desigualdad generada en el mercado. La protección social no debe ser un soporte en contra de la desigualdad, sino que un sistema colectivo de protección para quien sufre infortunios en la vida en forma de desempleo, enfermedad o como soporte para la vejez.
Si el país logra un consenso para a dar pasos decididos hacia la socialdemocracia, que sea a aquella de la posguerra: la que creó verdadera paz social en base a un pacto justo entre clases y un desarrollo real de los países.
Sin duda alguna que aquel sistema tuvo sus defectos, que corresponden en otro momento analizar, pero es factible reproducir algunos elementos para avanzar hacia un país más justo. Esperemos que en el debate constituyente las fuerzas transformadoras y pos-neoliberales lo tengan en la mira para que no le pasen gato por liebre, ni Chicago boy por socialdemócrata.