La vida no cambiará

La vida no cambiará

Por: Felipe Espinosa | 18.08.2020
El anunciado advenimiento de un cambio de conciencia acerca del consumo capitalista no ha quedado más que en las páginas de unos cuantos analistas. Lo mismo acerca del daño ambiental. Ni siquiera se evidencia un mayor respeto a las medidas sanitarias. El desastre es cada vez más profundo y no hemos hallado antídoto.

Después de muchos días me saqué el pijama. Tomé una ducha, me vestí y salí a comprar a la avenida.

Mi barrio salió de cuarentena durante las últimas semanas. Las calles estaban llenas de autos y era difícil transitar con tranquilidad por la vereda por la gran cantidad de personas caminando en ella. El supermercado estaba lleno. Las personas, aunque con mascarillas, no parecían advertir que todavía estamos pasando por uno de los peores momentos de la pandemia, que un rebrote es inminente, que el gobierno ha implementado medidas autoritarias restrictivas de las libertades democráticas que tanto nos costaron obtener como sociedad, que nuestros compatriotas están pasando hambre, que nos estamos muriendo y la crisis social que se nos viene encima va a ser aún más asfixiante.

Slavoj Zizek señaló, en su ensayo ¡Pandemia! (aparecido apenas iniciado el colapso sanitario), que con el desarrollo e impacto del Covid-19 en la población mundial se vendría el fin del capitalismo: “No es una visión de un futuro brillante sino más bien de un ‘comunismo de desastre’ como antídoto del capitalismo de desastre”. Pues bien, me gustaría invitarlo, a Zizek, a darse un paseo por mi barrio, para que observara y se diera cuenta de lo errado que llega a ser ese diagnóstico para nuestras tierras sudacas de neoliberalismo salvaje.

En términos del modelo socioeconómico, con la pandemia no ha venido a acabarse prácticamente nada. En cambio, hemos podido dar cuenta y evidenciar de manera brutal y horrorosa las enormes diferencias y desigualdades en que se ha cimentado nuestra sociedad.

Nuestra realidad es que, además de algunas cuestiones evidentes, como que, para salir a comprar el pan, tenemos que llevar mascarilla, el modelo sigue intacto. El anunciado advenimiento de un cambio de conciencia acerca del consumo capitalista no ha quedado más que en las páginas de unos cuantos analistas. Lo mismo acerca del daño ambiental. Ni siquiera se evidencia un mayor respeto a las medidas sanitarias. El desastre es cada vez más profundo y no hemos hallado antídoto.

Me inclino a pensar que el camino de construcción para una política pos neoliberal debe surgir desde la organización comunitaria. Se sitúa como un imperativo que los pueblos concienticen y recuperen el poder que les pertenece por medio de formas de resistencia colectiva, para fortalecer el tejido social y ejercer su soberanía. Autogestión, ayuda mutua, solidaridad y organización popular local han sido las respuestas que se replican por todos los rincones del país en ollas comunes, comedores sociales y tomas de terreno.

La creación de estrategias para la supervivencia de los pueblos marginados, humillados y ofendidos, muestra una alternativa de fuerza proletaria. Construir la dignidad del pueblo también pasará por quebrar la idea del individualismo por medio del ejercicio colectivo. La vida no cambiará si no nos organizamos.