"Mucho mucho amor": La leyenda de Walter Mercado, el abuelo divo de la astrología
Como millennial latino, cuando pienso en astrología el concepto está enlazado intrínsecamente con la figura de Walter Mercado. El famoso astrólogo puertorriqueño era ubicuo en la televisión, casi como una deidad de la pantalla chica. Por supuesto que lo vi en más de una ocasión prediciendo mi futuro, cómo no, y el que estuviera presente en los televisores de Chile y de toda Sudamérica da cuenta de su popularidad y trascendencia. Ahora, siempre pensé que debía haber un desfase entre el rodaje y la emisión del programa, mas lo fascinante era su personalidad. En sus propias palabras, él era una fuerza de la naturaleza, y el documental de Netflix Mucho mucho amor (2020) lo deja bien claro.
Es extraño seleccionar una o más palabras para definirlo. Era varias cosas a la vez, el filme trata de analizarlas todas una por una, y creo que la mejor respuesta reside en las imágenes: donde él era más feliz. Y no tienes por qué creer en los astros; este era un hombre poderoso, y eso hay que tomarlo en serio. Ergo, aquí hay una historia que merece ser contada.
Mercado falleció el año pasado a causa de una insuficiencia renal. Tenía 87 años y padecía achaques típicos de la vejez. Ya había filmado este documental. El dúo de realizadores Cristina Costantini y Kareem Tabsch nos cuentan el porqué de su desaparición de la televisión hace más de diez años, y de su larga e indeleble trayectoria.
Los interiores de la casa del astrólogo son opulentos e intimidantes, casi excluyentes, como si un velo fino estuviese entre los espacios y el lente de la cámara. A menudo lo vemos sentado en ‘tronos’ en su hogar: en amplios sillones, a la cabecera del comedor, y en tronos de verdad.
Costantini y Tabsch despliegan su creatividad en secuencias animadas pintorescas, que representan pasajes sin registros fotográficos o audiovisuales para apoyarlos. Asimismo, dividen la película en capítulos, cada uno nombrado según un arcano del tarot de Marsella, para indicar un proceso importante en la vida de Walter. Mucho mucho amor derrocha estilo al igual que su entrañable protagonista.
Desfilan entrevistas a familiares, colegas, amigos, y admiradores como Lin-Manuel Miranda. Y aquí es donde se produce el problema. Los familiares proveen datos que son conocidos y experiencias emotivas fáciles de inferir. Es obvio que respetaban la privacidad de Mercado, por lo tanto no hay preguntas muy reveladoras. Mucho mucho amor compensa esto con humanidad y un montaje fluido.
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Lo vemos siempre escoltado y ayudado por su asistente Willie Acosta, con quien se dijo más de una vez que tenía un romance. Acosta lo niega. Mercado también se muestra renuente a hablar de su sexualidad, pese a que sus comentarios, breves y esquivos, sean hilarantes.
Hay que considerar que Mercado desarrolló su carrera en una cultura latina, hostil hacia las personas queer y castigadora de la diversidad sexual. Y, para sobrevivir en la industria del entretenimiento, supo jugar el juego. Entendió muy pronto que no debía nunca declarar nada, lo cual sin duda le permitió mantenerse accesible a espectadores homófobos, y de ahí su transversalidad como icono pop hispano. Al cabo de tanto tiempo, debió pensar que ya no era necesario hablar al respecto.
A través del espectáculo televisivo, creó una especie de sincretismo entre sus tradiciones, sus intereses y las posibilidades de comerciales. El resultado fue un mensaje conciliador para las masas, siempre optimista, festivo, y estrafalario. Ciertamente, sus predicciones sonaban banales ya desde el inicio, y no tenían nada que ver con las interpretaciones del tarot menos populares, más crípticas, como Alejandro Jodorowsky, por ejemplo. Lo importante no era un fin psicomágico, sino que la gente se sintiera bien. Esa confirmación de que el mañana será mejor y que tenemos que creer en nosotros mismos para que nuestros sueños se hagan realidad. Mucha paz y mucho, mucho, mucho amor.
Suena a la esperanza que brinda la religión, aunque con una buena dosis de individualismo. El tipo de mezcla entre lo espiritual y lo pagano que genera controversia y un eventual descrédito. Pero Mercado supo solucionar esto último bastante bien: echó mano a sus habilidades de actor y bailarín, y se erigió en un abuelo divo de la astrología; el look andrógino solo potenciaba su autoridad en esta disciplina.
No soy el único que cree que las definiciones de los signos del zodiaco deben tener algo de verdad. Algunos lo toman como una superchería, otros como algo místico. Hay quienes permanecemos más escépticos y, mientras tanto, lo tomamos como una forma de entretenimiento que sería mucho más satisfactoria si fuera comprobable su sobrenaturalidad.
Así de mixta era la audiencia que Walter Mercado supo capitalizar. Le daba a su público esa descarga de dopamina que hace que las personas se vuelvan adictas al estímulo que la produce. Y el filme contagia esa misma alegría, ligera y artificial. Es muy entretenido, y la impronta farandulera es tan elocuente, que hubo un momento en que casi aplaudí.
La película adquiere el cariz de un melodrama, como una teleserie sobre hechos reales contados por gente real. O de una elegía agridulce, con sorpresas conmovedoras. Creo que era inevitable que se convirtiera además en un acto de veneración a un icono por parte de Costantini y Tabsch. Es como si su cámara se prosternara al dorado de las muchas capas y joyas.
Cabe mencionar que en el ambiente hollywoodense actual, en que predomina la urgencia por mayor representación de minorías, es probable que ya estén pensando en hacer una biografía de Walter Mercado, si no la están desarrollando ya. Es una buena alternativa para hacer dinero, y una buena historia.