Curacautín y el racismo en Chile

Curacautín y el racismo en Chile

Por: Camila Pérez y Denisse Sepúlveda | 04.08.2020
Condenar la violencia no es suficiente, y dejar la resolución del conflicto en las manos de ciudadanos enfrentados es llevar el asunto hacia el abismo. Los caminos para la paz están claros desde hace tiempo: incluir nuestro punto de vista en el Congreso, erradicar los vicios del proceso penal contra imputados mapuche, aplicar el Convenio 169 de la OIT de manera efectiva... Ciertos sectores seguirán viéndonos como una amenaza, pero el pueblo mapuche siempre avanza, y tenemos la certeza de que la valoración hacia nuestra cultura y la solidaridad con nuestra lucha van en aumento.

Somos dos investigadoras mapuche que hemos orientado nuestro trabajo a comprender la relación entre nuestro pueblo, el Estado y la sociedad chilena. Como muchas otras personas mapuche, hemos experimentado el racismo en múltiples ocasiones, en medio de una sociedad que es capaz de discriminar profundamente y, al mismo tiempo, negar que el racismo existe.

Los hechos acontecidos en Curacautín son un elemento más dentro de la larga lista de expresiones de racismo hacia el pueblo mapuche, que se suman a otros lamentables sucesos como asesinatos, irrupciones policiales violentas en las comunidades y diversas formas de discriminación en la vida diaria. La noche del sábado se escuchaban los gritos de “¡Fuera indios!” y “El que no salta es mapuche”, a pesar del alto porcentaje de población indígena en la zona, lo que representa un nivel de racismo extremo, donde las personas reniegan de sus raíces indígenas y exaltan sus raíces europeas.

El Estado de Chile tiene un rol innegable en el origen del racismo: fueron los mismos patriotas quienes denigraron la imagen del pueblo mapuche para justificar la invasión de las tierras ancestrales. Si bien estos hechos fueron reconocidos por la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato (2003), este actuar del Estado se reitera cada vez que justifica agresiones o las deja en la impunidad, de la mano con un discurso oficial que insiste en caracterizar a los mapuche como un pueblo violento y terrorista.

Las ciencias sociales han demostrado que la estigmatización suele dirigirse hacia aquellos grupos que representan una amenaza para los intereses de quienes detentan mayor poder dentro de la sociedad, escenario en el cual la discriminación suele venir orquestada por el mismo Estado. Chile es un triste ejemplo de esta lógica: país donde la economía es extremadamente dependiente del extractivismo de recursos naturales, con débiles planes de conservación, los mapuche seremos siempre una piedra en el zapato.

La disputa por tierras ancestrales es un elemento presente en diversas latitudes. Sin embargo, Chile se ha distinguido por su terquedad, negando hasta hoy su origen mestizo y poniendo resistencias para incluirnos en el Congreso, situándose muy por debajo de otros países frente a estas materias. Qué decir de la falta de comprensión del trasfondo cultural de la lucha mapuche. No somos violentos ni terroristas, ni tampoco un pueblo ignorante que se opone al “avance”. Tenemos una cultura distinta, pero esto no significa que sea inferior. Desde afuera, siempre se nos ha etiquetado como el otro, el desconocido o peligroso.

El núcleo de nuestra cultura es una profunda comprensión de la interrelación entre los humanos y la naturaleza, y de que la destrucción de esta última acarrea serios desequilibrios en el ecosistema. Es decir, de manera adelantada, alcanzamos un nivel de conocimiento que hoy es avalado por las ciencias biológicas que, con otros conceptos, concordarían en la gravedad de talar bosques nativos o desplazar nuestras fuentes hídricas. Asimismo, nuestra demanda territorial hace eco de propuestas en el ámbito de la geografía humana, que destacan el vínculo indivisible entre las personas y su territorio, y los sesgos de visiones mercantilistas de la tierra que favorecen a los grandes grupos económicos.

Condenar la violencia no es suficiente, y dejar la resolución del conflicto en las manos de ciudadanos enfrentados es llevar el asunto hacia el abismo.

Los caminos para la paz están claros desde hace tiempo: incluir nuestro punto de vista en el Congreso, erradicar los vicios del proceso penal contra imputados mapuche, aplicar el Convenio 169 de la OIT de manera efectiva, por mencionar algunos.

Sabemos que ciertos sectores seguirán viéndonos como una amenaza por mucho tiempo más, pero el pueblo mapuche siempre avanza, y tenemos la certeza de que la valoración hacia nuestra cultura y la solidaridad con nuestra lucha van en aumento.