“Piñen” de Daniela Catrileo: Un murmullo colectivo, como en las ferias libres
Cada día le hallo más y más sentido a la cómica, pero a la vez dolorosa, frase de Enrique Lihn: Nunca salí del horroroso Chile. Por más que viajemos a conocer realidades diversas, de escenarios muchas veces similares al nuestro, llevaremos a todas partes esta pesada caparazón de mentiras. Elvira Hernández, a su vez, diría que “la bandera de Chile es usada de mordaza”, transmitiendo la misma sensación de ahogo. Las instituciones educativas y culturales no hacen más que fortalecer esta camisa de fuerza de manera perpetua. De ahí que el ejercicio de la escritura se presente como una posibilidad de fuga; algo que nos permita diluir la gruesa capa que nos separa del mundo.
A estas alturas creo que la frase de Lihn podría leerse así: salir de Chile no significa dejar el país, sino salir literalmente de una carcasa que todos llevamos encima. El libro Piñen (Pez Espiral, 2019) de Daniela Catrileo permitirían esbozar aquel proceso, muchas veces infructuoso, a través de diversos retratos, historias y batallas personales. Tres relatos (¿Han visto cómo brota la maleza de la tierra seca?, Pornomiseria y Warriache) que se presentan como un conjunto de recuerdos enmarcados a través de una historia central. El primero tiene que ver con la muerte de un narcotraficante llamado Jesús. La voz narrativa nos ilustra sobre el lúgubre proceso de acomodación de las familias tras la muerte de un vecino. A las descripciones líricas del paisaje urbano, le suceden reflexiones críticas respecto a la distribución geopolítica de los espacios: “Cada departamento era dividido en cholguán para construir mínimo unas diez piezas. Antes de su arribo, cada departamento no costaba ni la cuarta parte de lo que ahora ellos pagaban”.
Los relatos se encuentran llenos de bombas simbólicas y minas discursivas de este tipo. Hay ocasiones en que dichas referencias al entorno social funcionan bien, como otras en que nos alejan demasiado de la historia central y se pierden entre la cantidad de información presente. Da la idea de un murmullo colectivo, como en las ferias libres. En este punto uno comienza a vislumbrar que la verdadera intención detrás de estos relatos no era conseguir una historia circular ni algo que se acomodase a la estructura clásica de un cuento. Los textos se acercan mucho más a la crónica.
La historia de Jesús, el narcotraficante del principio, se extravía detrás de varios microrrelatos insertos, para luego conectarse simbólicamente con la muerte de otro Jesús (Jechu) que la voz narrativa recordaba haber presenciado durante los primeros años de su adolescencia. Son muchas las ideas que pueden extraerse a través de los símbolos que Catrileo inserta en sus historias. El camino interpretativo hacia una idea arquetípica se desarrolla de manera bastante sutil, gracias a una excelente prosa.
El segundo relato, Pornomiseria, comienza con un conjunto de imágenes a gran velocidad. Posteriormente seguiremos la historia de amistad entre dos niñas, quienes se verán enfrentadas a la violencia doméstica y social a que se ven expuestas muchas mujeres: “Todos articulaban los movimientos para hacerme una mujer. Sin embargo, nunca nos explicaron por qué ni tampoco me preguntaron si yo quería serlo”.
En este relato es donde más se problematizan las imposiciones de género y los diversos mecanismos que configuran el ideal femenino. Si bien, este es un trabajo discursivo que puede observarse a lo largo de las tres historias, Pornomiseria es el relato que mejor lo configura. Además expone de manera bastante certera y gráfica la constante batalla que significa deconstruir una carcasa impuesta desde los primeros días de vida, en que se escoge el color de los piluchos o se decide si se le va a poner aritos o no a la bebé recién nacida.
El nombre del tercer relato es Warriache. El título está construido a partir de dos semas: Warria, que significa pueblo, y che, que significa persona, gente. El término warriache haría alusión a un mapuche nacido y criado fuera del campo.
La historia comienza con la protagonista llegando a la fiesta de cumpleaños de una amiga que no ve hace mucho tiempo, Yajaira. Ambas han compartido infancias en una zona de muy escasos recursos ubicada en San Bernardo, totalmente distinto al escenario donde se desarrolla el relato.
Intuyo que la idea general de este último relato, sobre la problematización de lo mapuche conviviendo con lo chileno, llega hasta su punto cúlmine con la separación de dos visiones respecto a la construcción identitaria del Warriache. Una de las amigas continúa una lucha directa por su pasado ancestral, mientras la otra difumina su apellido.
Si bien hay un excesivo uso de la descripción y una elección un tanto antojadiza de algunos episodios que no le aportan a los hilos centrales de la narración, creo que estamos frente a un debut narrativo importante dentro de las publicaciones actuales. Se agradece de sobremanera respirar un poco del aire frío y aceitoso que se respira en el Chile profundo de la literatura, en vez de las empalagosas historias épicas de universitarios tristes paseando por Ñuñoa o Providencia.
El título de la obra, Piñen, hace referencia a la mugre que se junta en la piel cuando se mezcla el sudor con el polvo de la tierra. Esta palabra, de origen mapuche, en Chile también es asociada con la pobreza. Bajo esta perspectiva, Catrileo nos ofrece una mirada que asocia dos lugares de violencia e ignominia que todavía son una realidad muy patente dentro de nuestro país: el de la marginalidad como estrategia geopolítica de resguardo, y el de la represión poscolonial que aún ejecuta el Estado a través de la discriminación sistemática. Incluso es necesario agregar un tercer lugar: el de una sociedad que se niega a renunciar a su machismo recalcitrante. Uno que, si bien ha logrado deconstruirse (un poco) dentro de los discursos publicitarios y, por extensión, políticos, aún se mantiene vivo.
Piñen
Daniela Catrileo
Libros del Pez Espiral
75 páginas
Precio de referencia: $10.000