ADELANTO| La marcha de las cacerolas vacías y la lucha por el control de la calle en la Unidad Popular
Calle. Diciembre, 1971
Si el mandato constitucional de Salvador Allende hubiera terminado en 1971, la UP hubiera tenido, probablemente, un segundo periodo. Pese a que el gobierno tuvo que enfrentar un terremoto en la zona de Petorca en julio, a final del año, las cifras económicas eran espectaculares. El crecimiento (Producto Interno Bruto) alcanzaba un 8%, el más alto desde 1950. La inflación, «bestia negra» de todos los gobiernos precedentes, caía a una cifra cercana al 22%, catorce puntos menos con respecto al año anterior. El empleo era virtualmente pleno: 3,8% de desocupación, el número más bajo de la historia. Los salarios reales se habían incrementado en 22%, y ese aumento llegaba al 39% en los salarios mínimos de obreros. El gobierno además había anunciado una ampliación gigantesca de la política de viviendas sociales. En 1971 se inició la construcción de 76 mil unidades, contra 24 mil del año anterior.
Aun así, el 1 de diciembre de 1971, el día anterior a la despedida de Fidel Castro en el Estadio Nacional de Santiago, la oposición logró organizar la más grande marcha contra la Unidad Popular hasta entonces: la «Marcha de las cacerolas vacías». Fue un auténtico despertar de un sector ciudadano que había estado callado durante todo el año, solo contemplando los escarceos que ocurrían en la política. La visita de Fidel Castro fue el despertador.
También el flamante Frente Nacionalista Patria y Libertad había aprovechado la visita para pasar de la agitación callejera a acciones radicales: el primer bombazo atribuido a este grupo ocurrió en Antofagasta, poco antes de la visita del líder cubano. Pero PyL mantenía su carácter excesivo y restringido: era, acaso, el actor más importante en la calle —junto con el comando «Rolando Matus» y algunos militantes DC—, pero no en la política. Su violencia era aún ideológica y visceral, no estaba relacionada con la experiencia cotidiana de la población. Patria y Libertad era un producto lejano, un fenómeno del cual el público se enteraba en los medios de comunicación. A finales de 1971, la extrema agitación en las universidades, y sobre todo en la de Chile, donde el rector democratacristiano Edgardo Boeninger enfrentaba la oposición interna por parte de la UP para sacarlo del cargo, daba a Patria y Libertad un campo de acción que le garantizaba presencia física en la calle y apariciones en prensa, pero poco más que eso.
La Unidad Popular, por otra parte, sí tenía una larga, larguísima experiencia de marchas, manifestaciones y también de violencia urbana: esta última podía rastrearse hasta las «milicias socialistas» que se enfrentaban, en la década de los años treinta, a las «milicias republicanas». En aquel lado y en esa historia había mártires urbanos, como Ramona Parra, una joven comunista asesinada por la policía en una manifestación en la Plaza Bulnes, en el lejano 1946. La marcha callejera era parte de la cultura de la izquierda, y durante el 71 había habido marchas y manifestaciones que se activaban también por temas internacionales, como la guerra de Vietnam o Cuba. La DC le había arrebatado algo de la práctica y la cultura de la calle a la izquierda, durante el gobierno anterior, sobre todo sus militantes jóvenes.
Hasta 1971, la calle no era de la derecha, a excepción de cuando sus votantes salían a protagonizar actos electorales. En ese sentido, y gracias a la polarización de la última campaña, el PN adquirió cierta experiencia. Pero no había más.
Quienes revirtieron la situación eran parte de un grupo casi invisibilizado por su propio sector: las mujeres.
Ellas aparecieron como un protagonista secundario pero importante en la elección de 1970. El comando de Alessandri intentó arrebatar a Allende el voto femenino de las clases medias y, si resultaba, populares, a través de una campaña publicitaria que hizo hincapié, entre otras cosas, en la futura seguridad de los hijos, supuestamente amenazada por el marxismo que Allende representaba. «No permitamos que nuestro país caiga bajo el poder comunista y que nuestros hijos sean arrancados por el Estado», clamaba un aviso de prensa en julio del 70, firmado por un grupo llamado «Acción Mujeres Chile».
La reacción más política de las mujeres de derecha luego del triunfo de la Unidad Popular correspondió a mujeres de clase alta identificadas o relacionadas, por vida social o familiar, con el Partido Nacional. Era un grupo minoritario que tuvo una primera experiencia callejera abucheando a Frei Montalva en la parada militar de 1970. También organizaron recolecciones callejeras de firmas. Descubrieron, además, que sus actos podían ser contestados con violencia por parte de sus adversarios: primero procaz, luego física (les arrojaban monedas y piedras).
No está muy claro cómo fue que la Marcha de las cacerolas vacías tuvo el impacto que alcanzó. Durante todo 1971 las mujeres de derecha que hicieron campaña contra Allende desconfiaron profundamente de sus nuevos aliados, los democratacristianos freístas que ellas mismas habían abucheado. Sin embargo, un grupo de mujeres, algunas de extracción humilde, la mayoría de clase alta, vinculadas o ellas mismas militantes del PN o de la DC, consiguieron organizarla.
Originalmente la marcha fue solicitada al intendente de Santiago por la diputada PN Silvia Alessandri el 26 de noviembre del 71 bajo el nombre de «Marcha de la mujer chilena». Se trataba de una reacción a la visita de Fidel Castro, que ya llevaba 22 días en Chile. En el comité organizador hubo una mujer campesina de Pomaire, otra identificada como «dueña de casa» y otra a la que se le atribuía ser «dirigente nacional de pobladores». Ninguna de ellas tuvo figuración pública después de la marcha.
Los motivos de la convocatoria eran más bien generales y apelaban a conceptos amplios con los que la oposición identificaba al gobierno. En la calle ellas darían a conocer lo que pensaban del «porvenir de Chile y nuestros hijos», se manifestarían contra el odio que «se ha venido sembrando», y contra «la falta de respeto a la autoridad» y el peligro a la integridad física de las personas que implicaba la violencia callejera. Y había algo más: «A diario vemos que no hay carne, pollo, leche, fideos y otros alimentos esenciales, y cuando se encuentran, hay que pagar precios que están muy lejos de nuestros recursos». Como símbolo de esto, cada mujer que asistiera a la manifestación debía llevar una olla y golpearla.
Aunque en diciembre del 71 la escasez de alimentos y el mercado negro no existían con la fuerza que tuvieron meses más tarde, esta última parte no es del todo una invención. El fenómeno aún no es general, pero ya es advertido por parte de la población.
Los primeros indicios de carestía aparecieron en el segundo semestre de 1971. La manera en que la Unidad Popular estaba obteniendo los brillantes resultados económicos, con un crecimiento de la masa monetaria —la cantidad de dinero— superior al 100%, y a la vez bajando la inflación, era a través de un férreo control de precios, llevado a cabo por cientos o tal vez miles de inspectores fiscales.
Así, bienes que antes no llegaban a los pobres —como la carne de vacuno— a partir de 1971 empezaron a llegar, y se adquirían a un precio fijado por el gobierno. El aumento de la demanda generó una presión sobre las existencias que se transaban a precio oficial, lo que creaba la tentación de llevar parte de ese stock al mercado negro, para obtener más utilidades vendiendo más caro... Esto explicará, en parte, la escasez que sobrevendrá en forma explícita y terrible en 1972.