
No son errores
No se trata de “errores” lo que está ocurriendo en Chile, sino de defender un modelo, un modelo económico que no prioriza por las vidas humanas. Desde hace décadas que es así, como bien saben millones de chilenos.
El hecho es que ni el estallido social ni la actual pandemia han logrado sacar a la derecha de su irrenunciable proyecto de priorizar el mercado y los intereses empresariales por sobre cualquier otra consideración social o, incluso, humana.
Veamos: no es que el gobierno de Piñera realmente creyera que en Chile no ocurriría el desastre que ha dejado la pandemia en casi todos los países o que la inmunidad de rebaño fuera la mejor solución y ahora –¡oh, sorpresa!– resulta que se dan cuenta que estaban “equivocados”. Tampoco es cierto que realmente no supieran de la miseria en que viven tantos chilenos o que pensaran que esa gente realmente podría resolver el hambre con una humillante caja “familiar” de alimentos que ni siquiera han sabido repartir con criterio y a tiempo.
No, no es que fueron torpes o ingenuos y ahora se dan cuenta de que es hora –¡después de tres meses!– de corregir el rumbo. No, esto no se puede confundir ni con la estupidez ni con la ineficacia, aunque lo parezca. Esto es otra cosa mucho más simple: la gente ve lo que ve y a la derecha le pasa lo mismo. Ve pobres –claro que los ve, para todas las elecciones los ve–, pero los ve como un negocio. También vio venir la muerte de miles de chilenos, pero lo consideró parte de un costo “necesario” para salvar la economía. Por supuesto que para salvar la economía de ellos y la de los que pueden quedarse en casa porque no necesitan ningún subsidio para vivir. De ningún modo para salvar la de los que tienen que salir a la calle a buscar el pan, arriesgándose al contagio y a la posibilidad de desarrollar una neumonía que los lleve, con suerte, hasta la última estación, la del ventilador mecánico, donde tendrán que debatirse entre la vida y la muerte.
Es cierto que cualquiera puede ser víctima de este nuevo virus, pero no es cierto que el Covid-19 castigue a todos por igual. Eso ha quedado claro, desde muy temprano, en Europa, Estados Unidos y Canadá, y el gobierno de Chile tuvo un tiempo privilegiado para darse cuenta y actuar con responsabilidad social, como se espera que actúe un gobierno ante una crisis de esta envergadura. Pero, claro, el nuevo virus llega a Chile cuando los ciudadanos ya habían sido convertidos en clientes y el gobierno en una sucursal de la empresa privada, controlada por unos pocos grupos económicos.
A su llegada, el país ya funcionaba hacía rato como una fábrica (al borde de la huelga general y con miles de obreros mutilados por la represión, pero como una fábrica) y los cálculos no se tardaron nada en concluir que permitir que la gente se quedara en casa era un lujo que los dueños de la fábrica chilena no podían permitirse. Para qué decir subsidiar a la gente, con un ingreso mínimo que garantice y haga posible exigir que la gente realmente se quede en casa. Aunque se ha probado en otros países la eficacia de esta medida, en Chile los cálculos siempre apuntan en otra obstinada dirección: primero hay que salvar a los ricos, después a los menos ricos, luego a los que tienen dinero y así, hasta que se llega a la mayoría, los más pobres, que, como siempre, quedan aplastados por esta ley del “sálvese quien pueda”.
Pero son los virus, llegan cuando llegan y en Chile llegó cuando el Estado hacía décadas que se había convertido en un puro símbolo patriótico y de propaganda apenas capaz de entregar, hoy, unas vergonzosas cajitas de subsistencia compradas, con dinero público, a privados que no se avergüenzan de enriquecerse con la desgracia ajena. Llega y el gobierno decide implementar seudo cuarentenas flexibles que, como se está viendo a la luz de las alarmantes cifras, no sirven de nada. Mucho menos ha servido mentirle a la gente con estadísticas “optimistas” que nadie cree.
No sirven tampoco los permisos por internet porque la mayoría los va a seguir usando para poder salir a la calle a trabajar, porque si no lo hacen no hay Estado ni gobierno que vaya a protegerlos de la debacle.
Estas y otras cosas se han hecho mal desde que llegó el virus, pero no son “errores”, como algunos quieren hacer pensar, sino prácticas consistentes y calculadas a la luz de una ideología neoliberal que ha sido promovida y sostenida en Chile por décadas. Se trata de “errores” guiados por la misma racionalidad clasista y sobreexplotadora que hizo estallar y seguirá haciendo estallar socialmente a Chile. Porque a este virus se le puede vencer, pero no con “errores” neoliberales sistemáticos, como ya se sabe, sino quedándose en casa y con subsidios dignos para que sea posible y exigible quedarse en casa.
La mayoría de la gente ha entendido la eficacia de esta simple fórmula desde muy temprano y, desde muy temprano, han estado exigiendo, arriesgándose en las calles, que se implemente. Pero no: el gobierno sigue haciéndose el sordo y también el ciego, y sólo se hacen maquillajes, se implementan medidas mediocres para aparentar que se hace algo a la vez que ganar tiempo, utilizando la vida de los más vulnerables, siempre expuesta, una vez más, a los cálculos de un modelo económico que, por supuesto, no estaba, ni está, preparado para garantizar el bien común por encima de los intereses privados que verdaderamente gobiernan el Estado.
Por lo tanto, nada de lo que ocurre en este momento en Chile puede ser visto como un “error”, pero sí como el resultado coherente y consistente de llevar a la práctica una ideología neoliberal. Es la consecuencia de lisa y llanamente llevar a la práctica aquello que se cree y se defiende, pero no desde que llegó el virus a Chile, sino desde hace mucho antes de que llegara la pandemia... Y la sangre, de los de siempre, al río.