
El protegido de Piñera y su fracaso de la estrategia sanitaria
Con la pandemia en su peak golpeando con fuerza a la gente más humilde del país, cifras de contagio que llega al 8 de junio llegan a casi los 140 mil casos, 2.264 muertos, una ocupación total del 98% de camas UCI en la Región Metropolitana, y tras varias semanas de servicios de salud sobreexigidos, es necesario avizorar hacia dónde nos lleva la estrategia sanitaria del gobierno de Chile.
Para el reciente cambio de gabinete, rondaba en redes la posibilidad de cambiar al ministro Jaime Mañalich, considerando que es la cartera que ha concitado mayor atención durante la pandemia y es precisamente el peor evaluado de todos los ministros, pero ¿cómo ha sido la gestión del gobierno?, ¿qué errores se han cometido? y, sobre todo, ¿es posible enmendar el rumbo?
La estrategia ministerial ha sido errática y difícil de comprender. Sin embargo, se ha caracterizado por una débil apuesta de protección de la salud poblacional, dejando al arbitrio de empleadores la exposición al virus de trabajadores, priorizando “cuidar la economía” en desmedro de proteger la vida.
Respecto a la gobernanza de la crisis, Mañalich ha imposibilitado un diálogo honesto con las diversas actorías, siendo un obstáculo para implementar recomendaciones de organizaciones especializadas, cerrando así las puertas a un manejo bajo criterios científicos y haciendo oídos sordos a las alarmas levantadas por los sectores organizados de la salud.
Esto ha sido reforzado por un ocultamiento sistemático de la información relevante para la toma de decisiones, pese a los múltiples llamados de atención al respecto, lo que es un punto crítico: en una situación extremadamente compleja, en la que se pone en juego la vida de miles de personas, la máxima autoridad no recoge las recomendaciones de científicos y expertos.
En lo comunicacional, han existido mensajes imprecisos y cambiantes que han confundido a la población. Durante buena parte de la pandemia el exitismo ha sido usado como garante del control de la situación. Tanto así, que se propuso tempranamente una “nueva normalidad”: reincorporación progresiva a la actividad laboral, iniciativas de regreso a clases y la apertura de centros comerciales. Su insistencia en “retorno seguro” antes de superar el peak, actúan como una bofetada para los equipos de salud que enfrentan un colapso creciente de sus servicios.
Respecto a la red asistencial, ha persistido una visión reduccionista centrada en el manejo hospitalario, poniendo la adquisición de ventiladores como máxima prioridad, en desmedro de una apuesta por suprimir el contagio. Aquí hubo tardanza en implementar desde las primeras fases de la pandemia una estrategia que otorgara protagonismo a la Atención Primaria de Salud (APS), impulsando la pesquisa temprana y el aislamiento rápido de los casos desde los territorios.
Este abordaje ha estado acompañado de una seguidilla de malas decisiones técnicas: no asumir medidas drásticas ni guardar escasa vigilancia y aislamiento con los primeros casos del país, no disposición de un cordón sanitario en la zona oriente de Santiago y “cuarentenas dinámicas” sin criterios justificados que demostraron ser insuficientes. Todos estos puntos fueron planteados por el mundo de la salud, el académico y social, pero la respuesta ministerial fue que eran desproporcionados para la situación en Chile.
Pese a que el propio gobierno ha reconocido que esta crisis sanitaria tiene una contraparte económico-laboral de grandes proporciones, ha desatendido todas las advertencias sobre lo insuficiente de los apoyos económicos para garantizar la viabilidad de las cuarentenas. Esto se ha expresado en cuestiones como la alta proporción de personas Covid (+) que han debido continuar saliendo a trabajar por no contar con apoyo económico suficiente, sobre lo cual hay incluso evidencia empírica.
El tipo de liderazgo ejercido por Mañalich es un asunto en sí mismo; si hay una desconfianza general hacia las autoridades, esto en Mañalich se exacerba. De hecho, previo a la pandemia eran reiteradas las funas del mismo personal de salud al ministro producto de sus polémicas contra los trabajadores. Este rechazo ha mermado la posibilidad de un liderazgo que persuada tanto al personal de salud como al país en una dirección única frente a un desafío sanitario inédito.
Este liderazgo autoritario se ha reforzado durante el curso de la pandemia, con denostaciones a autoridades científicas y médicas que cierran cualquier posibilidad de autocrítica de la gestión de gobierno. Este sello no es sólo un defecto comunicacional, sino una posición inaceptable en quien toma decisiones que pueden poner en riesgo la vida de la población. Aun cuando ha dejado el tono triunfalista de los primeros meses, sigue sin tener un cambio respecto a la incorporación efectiva de actorías sociales y expertos a la toma de decisiones.
Es cierto que un cambio de ministro no asegura un cambio de estrategia sanitaria, pero no deja de ser verdad que Mañalich –con la venia del Presidente– ha torpedeado toda posibilidad de intervención de otros actores. Su renuncia debiese ser parte de un acto que visibilice un vuelco en la estrategia frente a una crisis sanitaria a la que le quedan varios meses por delante, pero vemos señales en dirección contraria: un “ajuste ministerial” cosmético que es también un espaldarazo a Mañalich sumado a un énfasis en la reactivación de la economía.
En la estrategia de Mañalich y el presidente Piñera se juegan muchas vidas y, sin cambio, las muertes que se lamentarán serán producto de malas decisiones políticas y un cierre autoritario a las recomendaciones con criterios científicos. Sin un giro relevante, los equipos de salud y las familias seguirán enfrentando en desamparo una tragedia creciente.
La posibilidad de atender integralmente la crisis pasa por reconocer la enorme injusticia social con la que vivimos en Chile, y hacerle frente. Al tiempo que se aumenta la red hospitalaria y su capacidad de camas críticas, es necesario que se le otorgue un rol prioritario a la atención primaria. Asimismo, es urgente establecer medidas económicas y sociales que permitan que los aislamientos sean efectivos y dignos, incluida una Renta Básica de Emergencia sobre la línea de la pobreza y un mayor acceso a residencias sanitarias, incluidas mujeres que estén expuestas a violencia de género junto a sus hij@s.