Escuelas rurales: ¿Cómo se preparan para un incierto retorno a clases?
Hace más de un mes que los hijos de Caupolicán Millalen no van a la escuela. Viven en una comunidad mapuche en la zona precordillerana de La Araucanía, en Lautaro, donde se pensaría que la escasez de agua no es problema. La realidad no es así. El abastecimiento de esta escuela es mediante camiones aljibes, una vez por semana, porque hasta ahora no tienen red de agua potable. A la escuela básica “Rewe Kimun” asisten cerca de 50 niños, todos viven en el campo.
Caupolicán piensa en el eventual retorno a clases, y suspira. “No hay seguridad, no la hay”, enfatiza descolocado. “Las salas son de madera, habría que estar encerando todos los días, habría que tener leña o calefactores que no siempre se regulan bien porque adentro se puede poner muy caluroso y después afuera hace mucho frío. Con los cambios de temperatura los niños se podrían resfriar más fácil”, expresa. El riesgo es que solo hay una posta cerca donde concurren vecinos de varias localidades aledañas, sobre todo adultos mayores. Y queda justo al lado de la escuela.
Se vienen los meses más fríos donde cae nieve y a veces los furgones escolares no entran hasta las casas. Ahí no les queda otra que transitar hasta la escuela por un camino de ripio. Caupolicán recuerda las tantas veces en que han llegado empapados a secarse en el fogón de la escuela. Es difícil, asegura, verse en un tiempo más así, aunque ya es cosa de cada año arreglárselas como pueden.
Hace casi tres semanas conocieron el caso de un joven contagiado de COVID-19 que viajó desde Santiago a visitar a familiares cerca de la comunidad: “A los días vimos que en ambulancia lo trajeron de nuevo a la casa”, recuerda. Aquí los servicios se concentran en poco espacio y si uno se contagia, el riesgo de propagación es rápido.
Él sabe que el sistema de salas no es el más favorable para mantener el distanciamiento social. Son escuelas para pocos niños, pero todos los espacios son proporcionales. Nada sobra. Piensa que la opción es que se sigan mandando guías y seguir ayudándolos como hasta ahora han hecho, aunque reconoce que con todas las actividades que implica el campo recién se sientan entrada la noche a ver la decena de guías que se han acumulado. “Los niños se estaban levantando siempre temprano, ahora se acuestan tarde. Siempre los vamos instruyendo desde la cultura mapuche, ahora están aprendiendo labores de campo, pero es importante que vayan a la escuela”, opina.
Dentro de todo, Caupolicán se siente aliviado porque alcanzó a construir un baño adentro de la casa antes de la pandemia. Para muchos vecinos, dice, esto no es así.
Por estos días se está gestando una reunión en el campo para ver cómo se afronta esto. Solo espera que como campesinos lleguen a buen entendimiento.
-Confianza en Dios, es lo único-, expresa anteponiéndose a lo que se viene este invierno.
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Tamara Acevedo es madre de dos hijos: uno va en prekinder y la otra en cuarto básico. Ambos asisten a la escuela rural “Francisco Letelier Valdés”, cerca de la Laguna Aculeo en la comuna de Paine, a unos 60 kilómetros de Santiago. Hace más de un mes que las clases están suspendidas en este establecimiento ubicado al lado de su casa.
Pensar en el retorno la tiene muy complicada porque vive con grupo de riesgo: su mamá de 54 años, y la abuela 85 años. Ellas reciben a los niños cuando terminan la jornada mientras Tamara trabaja. Una situación que se repite en varias familias de la zona. “Pasa mucho acá que las abuelas se encarguen de los niños, les van a dejar incluso el almuerzo a la escuela y después los van a buscar”, explica.
En Aculeo van tres contagiados por coronavirus y en Paine, 35 casos en total. Con los datos a mano, Tamara se rehúsa a enviar a sus hijos a clases si toca partir por estas escuelas, como lo ha dicho hasta ahora el Mineduc. Cree que es completamente arriesgado porque es la única escuela de la comuna con capacidad para 20 alumnos por sala y recién los vacunaron esta semana contra la influenza. “Se tendrían que hacer dos jornadas: una en la tarde otra en la mañana. No lo sabemos todavía muy bien”, plantea dudosa.
Más allá de la cantidad de niños, ve otro factor con especial preocupación: como ella, muchos apoderados trabajan en Santiago. Por su trabajo se traslada a distintos puntos de la ciudad en el día y estas semanas al regresar a su casa las medidas de limpieza han sido extremas. Por otro lado, lamenta que no se estén aplicando cordones sanitarios los fines de semana para limitar el ingreso de turistas. “Se ha visto normalmente a los grupos de motoqueros andando por acá, sacándose fotos y familias visitando el sector de la laguna”, cuenta.
Tamara cree que, si deciden volver, optaría por mantener esta dinámica virtual y exigiría al Mineduc otra alternativa. “Que los niños no sean castigados con esto, volver a clases en un contexto tan incierto es un reto tremendo”, expresa.
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“Esto es discriminación”, manifiesta Margarita Munizaga, educadora de párvulos de la escuela rural Paul Harris, ubicada en la comuna de Tierra Amarilla, en la región de Atacama. Cree que exponerlos teniendo menos recursos, en zonas aisladas, muchas veces con falta de agua, es enfrentarlos a la muerte. Hasta ahora van 87 contagiados en la región por el virus.
Este año se matricularon 40 estudiantes en la escuela, desde prekinder hasta cuarto básico, y la mayoría se transporta en un bus donde también van los estudiantes del liceo. “Siempre va lleno, todos a pie, la distancia social sería imposible”, explica la profesora. Ella hace clases en uno de los cursos más pequeños donde asegura que será inevitable el contacto directo con los niños: “Los abrazas, entre ellos se tocan, somos educadoras. ¿Cómo lo vamos a hacer?”.
Margarita es paciente de alto riesgo: tiene hipertensión pulmonar, asma y reflujo. En estos momentos se siente incapaz de ir a trabajar. “Corro el riesgo de morirme si lo hago. Tengo organizado todo por si algo me pasa”, cuenta. Las consecuencias para los profesionales que se verán enfrentados a una nueva dinámica, también le preocupan. Cree que van a quedar todos hastiados de repetir una y otra vez “ponte la mascarilla”: “O grabamos un video que lo diga a cada rato o no sé cómo va a ser este cansancio”.
Como representante gremial de los profesores rurales de la región, dice que se han comunicado a pesar de todas las dificultades y las posiciones son distintas entre los docentes: algunos están por volver porque quieren evitar lagunas pedagógicas para los estudiantes, como ya pasó en 2015 y 2017 por los aluviones. Aquí se suspendieron las clases por dos o tres meses. Luego, por el estallido social donde también pararon.
Ella ve dos panoramas: hay niños que van a volver porque las mamás están aburridas en las casas y por la alimentación. Hay otros, dice, que no los van a mandar para no sacrificarlos. Ha conversado con apoderados que están dispuestos a perder el año para no arriesgarlos.
Por ahora no queda más que esperar. “En este momento estamos viviendo cada uno en su metro cuadrado”, reconoce la profesora.
[caption id="attachment_366061" align="alignnone" width="512"] Escuela Paul Harris[/caption]
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En el liceo Politécnico de Cañete, en Bío Bío, su directora Alejandra Palma ve las dos caras de la moneda: por ahora los estudiantes están evitando el riesgo de contagio en sus casas, el 90% vive en el campo, pero también muchos enfrentan violencia intrafamiliar y alcoholismo, que en esta cuarentena se ha disparado. “Eso nos aprieta el corazón; es la cara mala de la cuarentena”, expresa la directora.
De los cerca de 580 estudiantes del establecimiento, casi la totalidad son de alto riesgo social. Alejandra sabe que muchos dependen del almuerzo que les entregan todos los días, pero también ve muy difuso el proceso de retorno y como hasta ahora no han tenido ningún contagiado, cree que podrían ser uno de los primeros en retornar. Eso la llena de miedo: “Estamos con turnos éticos y antes de volver se tienen que hacer procesos de limpieza. Tenemos que tener claro con qué empresa de sanitización. Por otro lado, el universo de cada establecimiento muchas veces se desconoce en el centro del país”, lamenta.
Alejandra explica que por los consejos que han hecho por zoom, varios apoderados son reacios al retorno. Ha estado pensando en alternativas, pero se encuentra de nuevo entre la espada y la pared: la conectividad es muy mala y aunque entreguen módems con seis meses de internet gratis a los estudiantes, no les va a llegar la señal.
Por eso mismo, la pandemia la ha hecho entender la importancia de desarrollar habilidades tecnológicas de los estudiantes, que la conectividad no sea vista solo como algo comercial, sino como una opción para las familias vulnerables que la requieran. “Si queremos ofrecerle la alternativa de seguir con clases remotas y dar un acompañamiento más personalizado, nos vamos a ver entrampados lamentablemente en esto”, comenta.
Por ahora proyecta el reacomodo de los espacios, de la sala de profesores, la de los estudiantes, pensar en andar con mascarillas adentro, prepararse psicológicamente para el arduo trabajo que tendrán que desplegar. Solo espera que este momento no llegue tan pronto.