Élite y centralismo en tiempos de pandemia
“Dejo que los gringos trabajen adentro y yo los espero en la puerta”; decía el Presidente Domingo Santa María, a fines del siglo XIX, para graficar como desde Santiago cobraban los impuestos al capital extranjero, producto de la explotación de las oficinas salitreras. Ya más de 130 años van desde esa frase y parece que nada ha cambiado.
La llegada de un nuevo contingente de hermanos bolivianos, que desde hace varios días alojaban en las afueras del consulado de ese país, en Providencia, remeció el escenario local, no precisamente por el rechazo a alojarlos, ni de darles el debido cobijo, sino más bien por la indolencia y arbitrariedad que históricamente hemos tenido que experimentar los que vivimos en este espacio fronterizo y que seguimos padeciendo.
Fueron las redes sociales; el espacio elegido por el ministro de Relaciones Exteriores, Teodoro Ribera, para indicar que las alrededor de 650 personas serían sacadas de ahí y trasladadas durante más de 26 horas hasta Iquique, decisión tomada entre el canciller, el alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín y su par de Providencia, Evelyn Matthei, esta última “amablemente” gestionó los pasajes para que los bolivianos que ya llevaban tres días varados, salieran de su comuna.
No hubo notificación formal a los militares, ni tampoco a las autoridades regionales y menos aún al alcalde de Iquique, Mauricio Soria; autoridad encargada de gestionar la logística, recursos y establecimiento para recibir adecuadamente a este contingente y que ese mismo día había despedido a más de 200 bolivianos que alojaron en el ex Estadio Municipal, luego de estar dos días afueras del consulado que tiene ese país en Iquique, esperando una respuesta que nunca llegó de los gobiernos chilenos y bolivianos.
Más allá de los detalles y entretelones que tiene este nuevo revés del gobierno, esta situación ha desnudado la visión centralista y elitista que tiene la política nacional.
Ese componente de nacionalismo liberal del que habla Esteban Valenzuela (2005), donde precisamente los partidos políticos (en su amplio espectro), han resultado claves para preservar esta inequidad territorial , debiendo las regiones sumirse a la obtención de beneficios paternalistas y subsidiarios, gestionados precisamente por parlamentarios, que en teoría representan a los votantes de su distrito, pero que en la práctica, debido a su origen precisamente centralista, dan respuesta a las necesidades que tienen los partidos de orden.
En su artículo “Fronteras y periferias en la historia del capitalismo: el caso de América Latina”, Mónica Serje de la Ossa (2017); aborda como estrategia necesaria para la expansión del capital la transformación de una serie de regiones en “tierras de nadie, donde se impone un régimen de excepción que define los términos de su desarrollo y su articulación a la economía global”.
Es de esta forma que regiones tan disimiles, pero coincidentes con los confines del Estado central, se describen como “desiertos” amenazantes, remotos e inhóspitos, deshabitados o poco poblados, habitados por grupos salvajes que pueden ser desechados, administrados invariablemente desde gobiernos centrales o zonas metropolitanas como baldíos nacionales.
Es esta mirada, que subestima desde siempre a los extremos de la sociedad chilena, con que se tomó la rápida decisión de trasladar al contingente de ciudadanos bolivianos a Iquique, sin considerar criterios de salud pública, es decir considerar en qué comuna estaban las mejores condiciones de albergar a este contingente, sin poner en riesgo su salud e integridad.
Tampoco hubo consideración, ni consulta para determinar la capacidad logística de la comuna, que hasta la fecha ha debido acoger a mil 850 bolivianos, ni tampoco sopesar que en menos de una semana ha crecido el número de contagios por coronavirus en 70%, ni menos aún considerar que toda la región cuenta con un solo hospital y una capacidad limitada para tratar estos casos.
Si bien Iquique es la ciudad más próxima a la frontera boliviana, una decisión basada en criterios de salud pública y humanidad para nuestros hermanos, sin pensar el rédito electoral y dejando de lado el argumento centralista, hubiera permitido que todo este contingente realizara su cuarentena en algún establecimiento de Providencia, permitiendo así el anhelado viaje de retorno.
No se trata de eludir una responsabilidad humanitaria, pues la autoridad local mostró con creces su compromiso con los más de mil quinientos bolivianos, que tras hacer su cuarentena en recintos municipales retornaron a su tierra, sino que dejar en evidencia como esta coyuntura nos muestra con claridad el sesgo centralista santiaguino, ante una situación excepcional que nos apremia como sociedad.