El doloroso testimonio de una enfermera que desconectó a una colega con COVID-19:

El doloroso testimonio de una enfermera que desconectó a una colega con COVID-19: "Me senté a su lado dándole la mano hasta que murió"

Por: Carolina Ceballos | 30.04.2020
"Desconectar el respirador es algo muy traumático y doloroso. A veces siento que soy responsable de la muerte de esa persona", asegura Juanita Nittla en un testimonio de su día a día en la UCI rescatado por la cadena BBC.

Poder acceder a un respirador artificial, ciertamente puede implicar una diferencia tan significativa en estos tiempos que esta puede redundar en  la vida o la muerte de un contagiado con COVID-19 en estado crítico.

Lamentablemente, en muchos hospitales no hay suficientes para todos los pacientes, por lo que el desafío de los  equipos médicos a veces se torna mucho más complejo que lo su combate cotidiano a la pandemia ya representa. ¿A quiénes seguir tratando y a quiénes no?

Esta es la premisa con la que arranca un reportaje efectuado por la BBC que se adentra en la compleja realidad del ámbito médico en uno de los momentos más oscuros y emocionalmente demandantes para quienes se encuentran en la denominada primera línea del coronavirus.

"Desconectar el respirador es algo muy traumático y doloroso. A veces siento que soy responsable de la muerte de esa persona", asegura Juanita Nittla en una entrevista para este medio.

Juanita, oriunda de India, suma 16 años trabajando para el Servicio Nacional de Salud británico (NHS en inglés), como enfermera especializada en cuidados intensivos, lo que la transforma en voz autorizada para hablar acerca de la realidad que se vive actualmente en estas unidades. "Desconectar los respiradores es parte de mi trabajo", le comenta luego a esta cadena informativa a la que le comparte un relato muy conmovedor que transcribimos a través de esta nota.

La segunda semana de abril, a pocas horas de comenzar su turno, los médicos de la UCI notificaron a Nittla de que tendría que poner fin al tratamiento de una paciente contagiada con el virus, una enfermera de aproximadamente 50 años de un centro de salud comunitario. Nittla tuvo que hablar con su hija sobre qué era lo que iba a ocurrir.

"Le garanticé que su mamá no estaba sufriendo y que parecía estar tranquila. También le pregunté sobre sus últimos deseos y las necesidades religiosas de su madre", cuenta.

"Estaba en un compartimiento con ocho camas. Todos los pacientes estaban muy enfermos. Cerré las cortinas y apagué todas las alarmas. Las enfermeras dejaron de hablar. La dignidad y la calma de nuestros pacientes es nuestra prioridad", ilustra la profesional de 42 años.

Lo siguiente fue ponerle a la paciente el teléfono al lado de la oreja. Y le pidió a su hija que le hablara. "Para mí, fue solo una llamada, pero para la familia fue algo muy importante. Querían hacer una videollamada, pero no se permiten celulares dentro de la UCI", dice en medio de su conmovedor relato.

Obedeciendo los requerimientos familiares, Nittla reprodujo un video de música específico y luego procedió. Después desconectó el ventilador y con eso apagó lo que le quedaba de vida a su colega. "Me senté a su lado en la cama dándole la mano hasta que se murió", cuenta la enfermera a BBC.

Respecto de la decisión de detener el auxilio respiratorio y el tratamiento a una persona, este medio reporta que esta se adopta al interior de los equipos médicos tras un cuidadoso análisis en el que se tienen consideraciones como la edad del paciente, sus condición médica previa y sus posibilidades reales de recuperación.

La enferma falleció a los cinco minutos que Nittla apagó la asistencia respiratoria. "Vi las luces parpadeantes en el monitor y el ritmo del corazón alcanzar el cero; apareció la línea plana en la pantalla", ilustra la profesional encargada de desactivar la máquina.

Entonces procedió a desconectar los tubos que administraban los medicamentos de sedación. Todo esto mientras, al otro lado del teléfono, la hija de la paciente aún no se percataba de que el proceso de desconexión se había materializado y continuaba hablándole a su mamá. Mientras rezaba.

Con profunda tristeza, la enfermera recogió el auricular y la notificó de que ya todo había terminado. Junto con este momento, se daba inicio a otro muy doloroso para quien asistió el deceso.

"Con la ayuda de un colega, la limpié en la cama, la envolví en una mortaja blanca y la deposité dentro de una bolsa de cadáveres. Puse la señal de la cruz en su frente antes de cerrar la bolsa", relata.

El protocolo interno de este recinto asistencial dice que en los días previos a la desconexión de una persona, los familiares deben tener una conversación cara a cara con los doctores sobre la decisión de detener el tratamiento. Incluso, a los más cercanos se les permite hacer ingreso a la UCI antes de materializar la difícil determinación.

"Es triste ver a alguien morir solo", dice la entrevistada al medio inglés. A la profesional le ha tocado ver a pacientes luchando y jadeando para intentar respirar, lo que para ella ha sido muy difícil.

Debido a la extrema demanda de pacientes, la UCI del hospital ha aumentado su disponibilidad de camas de 34 a 60. Todas permanecen ocupadas. La unidad, en tanto, ahora cuenta con 175 enfermeros.

"Normalmente mantenemos un ratio de un enfermero por paciente. Ahora es un enfermero por cada tres. Si la situación empeora, entonces será un enfermero por cada seis pacientes", cuenta Nittla.

"Antes del comienzo del turno, agarramos nuestras manos y nos decimos 'ponte a salvo'. Nos vigilamos el uno al otro y nos aseguramos de que cada uno use guantes, máscaras y el equipo protector de forma debida", pormenoriza la enfermera evidenciando el riesgo cotidiano bajo el que prestan servicios en tiempos tan dolorosos para la humanidad. Y tan desafiantes para la comunidad médica.

Frente a la escasez de ventiladores, bombas de infusión, tanques de oxígeno y muchos medicamentos generalizada alrededor del mundo, la realidad de este hospital es distinta. Hay suficiente material de protección para todo el equipo. La UCI registraba, al cierre de este reporte, una muerte por día, una tendencia sobre el promedio previo a la pandemia.

"Es desalentador", cuenta con evidente tristeza Nittla. "Tengo pesadillas, me cuesta dormir. Me preocupa contagiarme, lo hablamos entre colegas y todos estamos asustados", transparenta luego.

"Las personas me dicen que no debería estar trabajando. Pero esto es una pandemia y es mi trabajo. Cuando termino el turno pienso en los pacientes que han muerto, pero trato de desconectarme cuando salgo del hospital", concluye resignada.