Migración y pandemia: cuando los medios son un peligro

Migración y pandemia: cuando los medios son un peligro

Por: Ximena Póo Figueroa | 23.04.2020
Las últimas imágenes que hemos visto, como la portada de La Segunda del 7 de abril -en que una mujer y su hijo son el cuerpo de ese “peligro”- o la persecusión en un cité de Quilicura que ayer martes 21 de abril secundaron varios medios de comunicación en hora prime, son ejemplos de un periodismo que no reflexiona en aquello que reporta ni actúa en términos éticos. Todo error es posterior, por lo que, incluso, si hacen un mea culpa –por interés propio o presionados por el Colegio de Periodistas, CNTV o algún organismo regulador-, el crimen ya se ha cometido. Y el crimen no es un error.

Vincular la migración con la pandemia es un acto racista. Lo es aquí,en Estados Unidos, Europa, Asia, en todo el mundo, pero ese acto adquiere una fuerza inusitada cuando se articula entre el Estado y enfoques mediáticos en los que la pluralidad escasea y la libertad de expresión es un bien social y político amenazado. Números y protocolos abundan en noticieros, portales y papel, en redes, disputando su legitimidad. Números y protocolos que tienen el rostro del valor en el trabajo incansable del personal de salud, principalmente, y con toda razón. Números y protocolos que, sin embargo, muestran a un “otro” silenciado, menospreciado, criminalizado, expulsado.

Esa criminalización se muestra con todo el odio que cabe en una escena, una pantalla, un párrafo y que apunta directamente a sus cuerpos y sus movimientos por la ciudad: migrantes que deben salir a la calle para ser fuerza de trabajo justamente para que otros puedan seguir avanzando desde sus casas en medio de esta pandemia. Salen a trabajar porque muchos de ellos/as NO existen para el Estado y, por tanto, en un país tan autoritario y portaliano como Chile, NO existen para la sociedad a excepción de usarles como excusa para nombrar al “desorden”, al “miedo”, al “peligro”. Es posible ver estas imágenes racistas cuando se construye la idea de una migración deseable –la del emprendimiento o aquella que proviene de los llamados países desarrollados- frente a una que no es aceptada porque está en situación de pobreza y necesita apoyos de un Estado que no se hace cargo.

Las últimas imágenes que hemos visto, como la portada de La Segunda del 7 de abril -en que una mujer y su hijo son el cuerpo de ese “peligro”- o la persecusión en un cité de Quilicura que ayer martes 21 de abril secundaron varios medios de comunicación en hora prime, son ejemplos de un periodismo que no reflexiona en aquello que reporta ni actúa en términos éticos. Todo error es posterior, por lo que, incluso, si hacen un mea culpa –por interés propio o presionados por el Colegio de Periodistas, CNTV o algún organismo regulador-, el crimen ya se ha cometido. Y el crimen no es un error. Porque ese agenciamiento entre políticas públicas y medios, autoridades y medios, política de seguridad interior del Estado y medios, orden dictatorial y medios, no ha hecho otra cosa que propiciar el racismo y el clasismo persistente, ese que la revuelta social puso sobre la plaza abierta.

Ese acto racista que vincula migración con pandemia, migración con pobreza, migración con cesantía y migración con peligro, no es un acto que debute en estos tiempos. Por lo mismo, es un acto estructural que requiere que los/as periodistas sean más activos/as y apelen a la claúsula de conciencia si ven que una pauta los hace despreciar una formación ética.

Parece fácil, pero no lo es. Actuar sin ética no es “solo” una ofensa sobre la que se debe reparar; actuar sin ética es, para estos casos, ese acto racista que puede costar la vida a una persona que habita este territorio. Cambiar la estructura de cómo funcionan los grandes medios –incluidas sus redes, como los comentarios en Emol, que incitan a una violencia racista sin proporciones- es tarea urgente porque más allá de que sean empresas que buscan ganancias económicas y de posicionamiento de la mano del poder (ese poder de derechas o de un progresismo de salón), se trata de medios que se deben a la ciudadanía por el peso que ejercen sobre ella. El cambio estructural, por cierto, requiere una ley de medios que propicie la diversidad mediática y comunicacional, y para eso la nueva Constitución debería consagrar el derecho a la comunicación.

No obstante estas escenas racistas y condenables –como las del cité sitiado por periodistas y militares-, existen trabajadores/as de la prensa, medios, escuelas que enfatizan el rol ético de la comunicación y se esfuerzan por generar pautas y manuales de estilos enfocados en derechos humanos, interculturales, donde el rol fiscalizador y de contrapelo con el poder es imperativo, donde la humanidad es el centro y no los intereses espúreos de quienes están dispuestos a sacrificar vidas para seguir manteniendo una “normalidad” acostumbrada al desprecio.

La necropolítica, que sacrifica vidas para mantener el flujo constante de un orden artificial-feudal, está en la base de ese acto racista, mediático-político, de vincular migración con pandemia. Porque un virus no discrimina, no racializa. Ya sabemos quiénes sí lo hacen. Es así que, como ciudadanía activa, no podemos dejar de estar alertas, educar, ocuparnos y condenar esos actos que son rutinas, no errores.

¡No al racismo mediático!