¿Algo cambió? Apuntes en torno al cine chileno en tiempo de cuarentena
La naturaleza de los acontecimientos ocurridos en un breve lapso de seis meses, permite constatar una importante transformación en los modos de producción, circulación y preservación de nuestro cine. Si ya las protestas iniciadas el pasado 18 de octubre subvirtieron los dispositivos en la producción y exhibición audiovisual, será luego de la mayor crisis sanitaria reportada en el siglo XXI, cuando las prácticas sociales tienden a incorporar al cine como un refugio ante la incertidumbre. Así, resulta pertinente preguntarse ¿Qué nuevos elementos surgen en la actual relación entre sujetos e imágenes en movimiento?
Primeramente, no se debe perder de foco que el modelo social continúa estructurado en las bases del neoliberalismo, no existiendo institución que no esté permeada por sus principios y prácticas. De esta forma, y según datos del Sindicato de Técnicos del Cine y Audiovisual, un 82% de los encuestados son trabajadores independientes sin contrato fijo. En estos casos, la renta opera en base a proyectos acotados, y por tanto la cuarentena arrastra la imposibilidad de salir a trabajar, la cancelación de proyectos o el cierre de espacios exhibidores. Por otra parte, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, ha operado como administrador tecnócrata de la subsidiariedad estatal, promoviendo un sistema de concursabilidad que rige desde 1992, y que ha proyectado un patrón de competitividad que, anualmente, deriva en ganadores y perdedores de un financiamiento que premia fortalezas dirimidas por indicadores de mercado. La pasividad mostrada por una institucionalidad subsumida por el rentismo light de actividades mediáticas, y que paulatinamente ha realizado recortes presupuestarios a las instituciones que tienen el privilegio de recibir asignaciones, hoy no vislumbra apoyos transversales en vías de proteger a técnicos, mediadores, académicos y un sinfín de trabajadores del sector audiovisual que se encuentran cesantes, constatándose la vulnerabilidad de un medio que irónicamente hace menos de un año era promovido públicamente como una de las industrias audiovisuales de mayor proyección internacional.
Por otra parte, la cuarentena sanitaria ha permitido que muchas personas empleen su tiempo accediendo a películas chilenas en distintas plataformas web, lo cual ha gozado de un impacto comunicacional importante. De los cinco sitios de streaming chileno hoy existentes, uno es administrado directamente por el Ministerio de las Culturas, pero paradojalmente es también el único que hasta antes de la cuarentena imponía limitantes en la visualización de películas, restringidas a ocho por cada mes. Resulta lamentable que únicamente mediante una pandemia mundial, el Estado prometa apoyos específicos a estas iniciativas, tal como lo anunciado el 19 de marzo pasado. La eficacia alcanzada por todas las plataformas de circulación digital resulta preponderante para repensar el modo en que las políticas públicas fomentan, desarrollan y financian este tipo de proyectos, y que hoy ocupan un lugar privilegiado como fuente de consulta educativa o mero esparcimiento.
En época de crisis, y a pesar de los obstáculos, resulta fundamental constatar como la naturaleza humana, aún en sus fases más oscuras, es capaz de colocar los saberes como un refugio primordial en la colectividad. Garantizar el acceso universal al conocimiento, la cultura y las artes, es un derecho fundamental de cualquier sociedad, y los recursos web no solamente han permitido que el público se acerque a la diversidad de cine chileno, sino que ha rearticulado un sentido de comunidad en el aislamiento forzado de la cuarentena. Según datos de la Subsecretaría de Telecomunicaciones, alrededor de un 10% de la población chilena aún no cuenta con internet, brecha que aumenta de acuerdo al estrato social. Abrir un debate respecto al sentido contemporáneo de la inclusividad y la equidad permitiría la búsqueda de estrategias que garanticen el derecho a acceder al conocimiento bajo una raigambre territorial y con vinculación directa en las bases sociales, lo cual impactaría en lo que las cifras indican como “minorías”, y que en rigor se trata de los actuales excluidos de una sociedad desigual: mientras que por una parte se busca validar la esfera pública como patrón de interacciones sociales y culturales, a la vez se ignoran y desplazan las dificultades cotidianas que presenta la gente común.
Las disparidades en el acceso a internet han incidido también en las interacciones a distancia, donde el uso de aplicaciones como Whatsapp, Instagram live o Zoom han sido la tónica del periodo. Esto deriva en que también se trastoca la forma en que es narrada la intimidad, donde el tiempo del encierro adquiere un nuevo estatus. Esto claramente incidirá en el futuro de las narrativas cinematográficas y abre nuevos desafíos para la educación audiovisual, que posiblemente desplazará los añejos contenidos basados en el lenguaje industrial, para a cambio entender la imagen en términos críticos y analíticos. La subjetividad es uno de los pocos espacios no invadidos por el marketing, y su desobediencia a los modelos canónicos abre la posibilidad de articular nuevas narrativas contemporáneas que se relacionen de manera cercana con los públicos.
La crisis sanitaria ha desnudado, sin duda, la pobreza de las políticas públicas en el campo de la cultura, y a la vez ha reafirmado la voluntad de establecer una comunidad que habite sus propios relatos cinematográficos. Sin embargo, la pérdida de la experiencia presencial será un tema a reestablecer en el campo de las artes una vez que las condiciones sanitarias lo permitan. Aquellas instancias estructurales en la participación horizontal de la comunidad, tales como los Cine Club o las clásicas salas de Cine Arte, permitirán otorgarle sentido a una comunidad actualmente disgregada.
Los desafíos actuales deben ser los de repensar las prácticas en todas sus dimensiones, pero principalmente desde adentro de la comunidad, donde la participación y toma de decisiones opere independiente al mercado o por intereses instrumentales. Hoy, el sueño de convertir al sector audiovisual en una red de microempresas ha constatado sus peores miserias, y con ello se abre la posibilidad de replantear las bases de las políticas institucionales, las narrativas y las formas de la educación audiovisual, suprimiendo la jerarquización de ciertos estatus dados en la condición del arte y que permitan crear una ordenación acorde a la realidad local, respetuoso de las diversidades e inclusivo.