La psicopatía de la clase alta en tiempos de Coronavirus
El comportamiento de la clase alta en medio de la pandemia es algo que indigna y desconcierta. El número de muertos y el potencial riesgo que portan consigo no les interesa: viajan a la playa, salen a jugar golf y se pasean por las librerías, como si estuviéramos en un período festivo y no con el alma en un hilo.
Sin embargo, si analizamos un poco más la escena, es algo que no debería sorprendernos. Se trata del grupo al que la lluvia nunca moja, el que siempre cae bien parado. Viven tras una fortaleza de tantos privilegios, que se acostumbraron a que las cosas no les afecten. Si se enferman, están asegurados por los ahorros, la liquidez y los contactos, que ponen a su alcance hasta a la mismísima Fuerza Aérea.
Son reflejo de que la desigualdad no se trata solamente de pesos más o pesos menos, sino de personas que llegan a valer más que otras. Porque cuando el costo de tu vida asciende a decenas de millones, difícilmente puedes ponerte en el lugar del que vive con un sueldo mínimo, y cuando perdemos la capacidad de ponernos en el lugar del otro es cuando comienza lo grave de este asunto.
Perder la capacidad de ponerse en el lugar del otro nos lleva al terreno de la psicopatía. El psicópata no tiene la capacidad de empatizar con el que tiene al frente, de ningún modo lo ve como un igual, por eso es cruel y no se conmueve. Es frío, el dolor ajeno no es obstáculo para lograr su objetivo.
Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a ver la psicopatía como algo espectacular y lejano. Un ejemplo recurrente es Hitler, pero olvidamos a los ciudadanos anónimos, tan psicópatas como Hitler, que avalaban la idea de que un grupo valía más que el otro y que creían estar en su derecho de realizar acciones que, desde cualquier punto de vista lúcido, representaban atrocidades.
La clase alta cree que tiene derecho a ir a su casa en la playa, con pandemia y todo. Para el resto de los mortales, acostumbrado a perder y a vivir con miedo, parece una atrocidad. Son los Hitler chilensis que la desigualdad ha alimentado y que la emergencia ha sacado a la luz, pero que llevan mucho tiempo ahí. Son los jefes, los gobernantes que antes y ahora han hecho lo que han querido, sin importarles cuánto nos hacen sufrir.