Ser trabajadora sexual en tiempos de COVID-19: “A nosotras no nos va a matar el virus, sino este sistema”
La Plaza de Armas está vacía. Desde que se instauró la cuarentena obligatoria en la comuna de Santiago, trabajadores ambulante, artistas callejeros y trabajadoras sexuales han desaparecido del paisaje urbano. También tuvieron que encerrarse a la fuerza.
Mía es trabajadora trans ecuatoriana y hace cuatro años vive en la capital, donde ahora cumple con la cuarentena total por residir en el centro. “Vivo de lo que voy ganando y una o dos semanas antes voy juntando para pagar el arriendo, pero ahora no hay clientela y las personas que nos arriendan no esperan”, se lamenta.
Nasaria vive y trabaja en Punta Arenas con su hija de 26 años y su nieta de 8. Sus ingresos eran, hasta ahora, el único sustento del hogar. Pero con la llegada del virus, la hija ha tomado las riendas y empezó a trabajar en una pescadería. “Este es su primer mes y lo que gana no es suficiente para los tres”, alega.
La presidenta de la Fundación Margen, Nancy Gutiérrez, explica que la mayoría de las mujeres no pueden salir a trabajar y que están sin clientela. Cuenta que el Ministerio de Salud ha dejado de repartir preservativos porque está totalmente enfocado en la gestión de la crisis sanitaria y que las mujeres han quedado sin la posibilidad de cubrir sus necesidades básicas. “Las están echando de sus casas porque no tienen sustento para pagar”, exclama. Nasaria lo reafirma: “No tenemos ingresos procedentes de otros lados y estamos atadas de pies y manos. A nosotras no nos va a matar el virus, sino este sistema que hace que llegamos a fin de mes y no tengamos cómo pagar”. La mujer precisa que el trabajo hace tiempo que “se puso muy lento y muy malo”, por lo que no ha tenido capacidad de ahorro y tiene que “vivir el día a día”.
Apoyo del propio colectivo
Desde Margen han recomendado a las trabajadoras afectadas que se dirijan a las municipalidades para pedir ayuda. Pero la propuesta no satisface a las mujeres: “Es muy difícil que se asuman como trabajadoras sexuales en un lugar público porque las puertas se les cierran inmediatamente”, apunta.
Gutiérrez comenta que acudieron a la Municipalidad de Santiago para pedir apoyo y que les pidieron una lista de los nombres de las trabajadoras y sus direcciones. La Fundación recogió una veintena de nombres pero, ni de lejos, llegaron a la mitad. Sólo en la Plaza de Armas hay 150 trabajadoras sexuales y otras 80 en la zona de General Mackenna. “La mayoría tiene miedo a entregar esta información. Hay compañeras que son migrantes”, subraya. Por eso, tras las dificultades y la falta de iniciativa de las autoridades locales, hace dos semanas dede la propia Fundación Margen empezaron a recoger alimentos y los distribuyeron entre las mujeres.
Mía también ha recibido apoyo. En su caso, desde el sindicato Amanda Jofré. La mercadería le dio un respiro en medio de la falta de trabajo, y también dice que ha sido importante el respalso mutuo entre las trans migrantes: “Las colombianas se están juntando, se preparan una o dos comidas al día”, indica.
Las que siguen trabajando
No todas las trabajadoras sexuales han dejado de trabajar. La presidenta del sindicato Amanda Jofré, Alejandra Soto, explica que las más jóvenes pueden seguir su día a día a través de contactos en páginas web, desde donde las contactan los clientes. Una opción, pero, que también resulta muy arriesgada por las restricciones de desplazamiento que se han establecido y el riesgo de contagio del virus. “Prefieren ir y trabajar igual porque lo necesitan”, dice Soto. Y añade: “Hay que ayudarlas porque igual van a exponerse, tienen necesidades. Es como antes que nos decían ‘oye no se vistan de mujer porque es una ofensa a la moral y a las costumbres y se las van a llevar’, pasó un mes y salíamos igual, aunque estuviéramos presas”.
Para las mujeres que han seguido trabajando, este tiempo ha sido difícil y han tenido que extremar las medidas de protección: “Se ha hablado sobre las medidas –mascarillas guantes, alcohol y spray– para el que entra y un paño con cloro en el piso para limpiarlo”, cuenta Mía. Precauciones que –dice– se repiten a menudo en el grupo de WhatsApp del sindicato: “Que siempre salgan con su alcohol gel”, acota. Detalla, además, que el tiempo de trabajo dedicado a los clientes no es el mismo de siempre y que han tenido que reducirlo.
Mientras el virus sigue expandiéndose, las trabajadoras sexuales no tienen certezas de lo que se viene: “Yo estoy muy estresada. Los víveres se acaban y los ahorros también. Voy de la cama al baño, del baño a la cocina y nada más. No sé qué haremos”, se queja Mía. Si antes de la pandemia ya se sentían profundamente invisibilizadas por la sociedad, con la emergencia este sentir se agudizó: “No existimos ni para la sociedad ni para el Estado. No tenemos ningún apoyo”, critica Nancy Gutiérrez.
Preocupación por vacunas y triterapia
Otra de sus preocupaciones estas semanas ha sido la disponibilidad de vacunas contra la influenza, que se priorizaron para determinados grupos de riesgo, como trabajadores de la salud, niños, mayores de 65 años y personas con enfermedades crónicas, además de los integrantes de las Fuerzas Armadas y del transporte.
Desde hace 15 años, el sindicato Amanda Jofré ha hecho las gestiones con el Minsal para conseguir las vacunas y proporcionarlas a las socias en sus espacios habilitados. “[Se las facilitamos] a las compañeras que están en situación de riesgo por la influenza porque tienen mucho contacto con clientes, pasan frío por las noches y muchas viven con VIH/SIDA”, explica Soto. Después de varios correos solicitándolas, hace una semana el Minsal les entregó 100 vacunas aunque fue una cantidad insuficiente para el total de personas que la requerían: 120 socias.
También están contactándose con las trabajadoras seropositivas que acuden a triterapia para aplicarse el tratamiento antirretroviral contra el VIH. Ya saben de algunos casos en que los servicios de salud les han cancelado las horas para exámenes, interrumpiendo la entrega de medicamentos. Desde el sindicato han tomado contacto con la Comisión Nacional del Sida (Conasida) y con el Minsal planteándoles la situación, pero dicen que la comunicación ha sido engorrosa.
La organización aclara que la población trans tiene una expectativa de vida de entre 40 y 45 años que, sumada a otro virus, podría aumentar la mortalidad si se interrumpe la triterapia y no se les entrega la vacuna antiinfluenza. “Si nos estamos muriendo nos vamos a manifestar. Es la única manera de que te escuchen. Creen que somos estúpidas, que somos tontas; nunca nos han dado posibilidad de trabajo. Prefieren que se mueran las travestis a una hetero”, comenta Soto.
La incertidumbre acecha, también, a las trabajadoras sexuales. Esta crisis ha bloqueado su posibilidad de generar ingresos y el miedo para las que, a pesar de todo, siguen haciéndolo es latente. En los últimos días, han recibido información sobre el fallecimiento de algunas mujeres en otros países, por lo que se mantienen en alerta ante progreso del virus en Chile. Tender redes entre ellas se ha convertido en su principal estrategia para evitar ser víctimas fatales de la pandemia.