Helicópteros rumbo a Zapallar y la libre irresponsabilidad de los jefes
Toman helicópteros y cruzan el cielo santiaguino para llegar a sus casas en la playa en Zapallar, Cachagua u otro balneario; se sienten presos, creen que no pueden desaprovechar su propiedad de veraneo, menos un fin de semana largo, santo, en el que el rezo parece más eficaz si es que es en un contexto marino, con una brisa que lo relaja todo. Ellos merecen relajarse, total tienen el capital para hacerlo, por lo que ningún tipo de expresión de autoridad puede confinarlos en la grisácea realidad capitalina. Son libres. Más libres que otros.
Ese parecía el mensaje mientras veíamos en las redes sociales a personas escapando de la cuarentena para ir a disfrutar de lo que otros no pueden. Era la expresión misma de la fuerza de cierto poder material y, por ende, simbólico, por sobre cualquier tipo de normativa que pretendiera dejarlos encerrados viendo por unas semanas solo un jardín, solo una piscina, y solo un barrio. Al parecer no entienden la gravedad del asunto porque, para hacerlo, hay que tener cierta concepción del otro y de la sociedad. A lo mejor, como dijo Margaret Thatcher hace varias décadas, para ellos “la sociedad no existe”, solo hay personas y sus intereses, ganadores y triunfadores en una eterna carrera por salvarse. Y se querían salvar solos. Porque se creen solos. Los pares son pocos, contados con los dedos.
Quien, luego de esto, siga sosteniendo que no hay desigualdades bastante complejas en Chile, ciertamente estaría mintiendo a vista y paciencia de todos. Pero ya no es solo una desigualdad en términos de dinero y acceso a este, sino respecto a concebirse de otra especie del resto; a creer que hay ciertas circunstancias los hacen ver lo “común” como algo extranjero, ajeno a su actuar y, por ende, que el resultado de este no es relevante.
El problema es que gran parte de estos sujetos son los que hacen correr o trotar al país de acuerdo a sus intereses. Son los mismos que ven esta crisis como una pérdida de dinero, y que encuentran que no hay nada más irresponsable que faltar al trabajo pase lo que pase. Incluso cuando hay una pandemia mundial. La responsabilidad la ven solamente desde los otros hacia sus personas, no desde ellos haca esos otros. ¿La razón? Porque el trabajador no es considerado parte importante de la empresa, sino más bien algo molesto pero necesario. Y eso no es solo su culpa, también lo es de una institucionalidad que es pensada desde ellos y para ellos. Por lo que no tienen el sentido de la urgencia hacia el que está al lado, hacia algo superior más allá de sus necesidades inmediatas y transitorias, como por ejemplo pescar el helicóptero y partir a la playa.
Por más que esto parezca un texto resentido y lleno de odio hacia quien más tiene, lo concreto es que no es más que la constatación de la indiferencia de quienes no tienen conciencia de lo que significa ser parte de una ciudadanía; es cierto, no son los únicos porque la individualización del sujeto ha sido una cuestión que traspasa clases y estratos; pero hay ciertas amistades, cierta manera de ver el mundo que exime a algunos de ser ciudadanos con todo lo que eso significa.
Pero hay que ver lo positivo: aunque haya uno que otro opinólogo de derecha que crea que esta pandemia nos alejó de la discusión acerca de un nuevo contrato social, lo cierto es que actos como los llevados a cabo por el poder en Chile nos acercan más a ese debate del que algunos quieren escapar. Ellos son los grandes promotores de lo que no quieren que suceda.