Teletrabajo en tiempos de pandemia: el hogar como prisión laboral

Teletrabajo en tiempos de pandemia: el hogar como prisión laboral

Por: Diego Verdejo | 07.04.2020
La realidad socio-económica de la mayor parte de los y las habitantes del país, nos permite suponer que el espacio de trabajo será el comedor, el living o el dormitorio. ¿Cuántos pueden disponer, efectivamente, de un lugar físico con fines exclusivamente laborales?. Los espacios destinados a la distensión y a construir la vida familiar, están siendo absorbidos por las demandas y exigencias del empleo ¿cuáles serán las consecuencias de esto en uno, dos o tres meses más?.

El concepto de teletrabajo se ha puesto de moda en las últimas semanas. El despliegue a nivel mundial de la pandemia del Covid-19, ha forzado a un número importante de organizaciones, sean públicas o privadas, a adoptar esta modalidad para con sus empleados. No obstante, ya en 1973 se registra el primer preámbulo a este tipo de prácticas. En el contexto de la crisis del petróleo de 1970, el físico Jack Nilles buscó una manera de disminuir el gasto asociado al consumo de combustible requerido para los traslados de su hogar a su lugar de trabajo y vice-versa. Si bien estamos hablando de una idea que surgió hace más de cinco décadas, el principio rector sigue siendo el mismo: llevar el trabajo al trabajador.

En los últimos 20 años, esta práctica ha sido adoptada por distintas empresas a nivel mundial, ligadas principalmente al ámbito del desarrollo tecnológico. Los rendimientos del teletrabajo para la productividad de las organizaciones quedan en evidencia al cotejar cifras, ellas manifiestan importantes aumentos en la productividad del trabajo y en el tiempo dedicado a este. Por otro lado, el trabajador también se ve favorecido, dado que la flexibilidad de esta modalidad laboral le permite una mejor administración de su tiempo, disminuyendo las situaciones de estrés. Sin embargo, no todo es oro en el desarrollo del teletrabajo, existe evidencia de elementos negativos asociados a su implementación, tal como la dificultad para mantener las dinámicas de trabajo colaborativo y en equipo, como también situaciones de precarización laboral.

Todo lo anterior es relativamente admisible en un contexto de normalidad. Así, se vuelve menester preguntar qué pasa hoy, en momentos de confinamiento social, ¿cómo se hace teletrabajo cuando se constituye como una medida que no busca llevar el trabajo a la casa, sino que la persona no salga de esta?

Desde una perspectiva sociológica, en la modernidad, la vida cotidiana era aquel espacio que se dibujaba a partir del tiempo libre, del ocio y del mundo privado. La metáfora de la fábrica sirve para entender lo anterior. En la modernidad, la fábrica se constituía como la fórmula del trabajo asalariado. Allí, el trabajador vendía su fuerza de trabajo por un tiempo establecido, es decir, el empleado entra y sale de un espacio físico delimitado por una cantidad determinada de horas. En este sentido, la idea de la vida cotidiana se dibuja a la sombra de la enajenación tiempo/trabajo.

Sin embargo, con el desbaratamiento de la modernidad, la sociedad comienza a experimentar cambios en sus modos de organización, y el trabajo no es la excepción. La llegada del neoliberalismo sentó las bases para un proceso de deslocación del trabajo, y la vida cotidiana se empezó a articular de otro modo. Si queremos decirlo de forma resumida: el trabajo se desplazó al hogar. De este modo, la sacralidad de momentos como el tiempo después de la jornada laboral, el fin de semana e incluso las vacaciones, comienza a permearse con el pecado del trabajo.

El teletrabajo o home-office, es una de las manifestaciones más claras del diagnóstico presentado. Este tipo de prácticas van generando una metodización de la vida cotidiana. Así, este último tiempo, en distintos medios de comunicación se han compartido infografías y campañas publicitarias con tips para que el trabajo en casa sea más productivo: “date unos minutos de descanso y bebe un café”, “comparte con tu familia” y principalmente “determina claramente un horario y lugar (de la casa) de trabajo”.

Lo anterior no sería mayormente problema si las personas tuviesen la posibilidad real de salir de sus casas, pero si somos mínimamente responsables con la extrema situación de sanidad que nos encontramos viviendo, aquello no es viable. De este modo, el sentido del teletrabajo se subvierte y más que entregar mayores niveles de flexibilidad y disminuir el estrés, el trabajador se ve constreñido las 24 horas del día a su lugar de producción. La línea entre lo laboral y lo no-laboral desaparece lentamente, y pronto se vuelve imposible de  distinguir.

La realidad socio-económica de la mayor parte de los y las habitantes del país, nos permite suponer que el espacio de trabajo será el comedor, el living o el dormitorio. ¿Cuántos pueden disponer, efectivamente, de un lugar físico con fines exclusivamente laborales?. Los espacios destinados a la distensión y a construir la vida familiar, están siendo absorbidos por las demandas y exigencias del empleo ¿cuáles serán las consecuencias de esto en uno, dos o tres meses más?

No hay duda que la emergencia del Covid-19 nos encontró completamente desprevenidos. Sin embargo, en esta y en otras esferas de la vida, la salud mental de las personas se está poniendo sobre el mesón de apuestas y todo parece indicar que la moneda caerá en cruz. Asumir que el teletrabajo compensará el déficit de aquellas oficinas que han cerrado físicamente, es igual a ponernos una venda sobre los ojos. No se puede esperar el mismo nivel de productividad que en un contexto de normalidad. Nos debemos preguntar ¿hasta dónde estamos dispuestos a disminuir las expectativas de producción en pos del bienestar de los y las trabajadoras de Chile? Sin olvidar que existe un sector que corre aún más peligro, y son aquellos y aquellas que se ven obligadas a seguir asistiendo a sus puestos de trabajo diariamente.